Capitulo 3

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El estanque estaba situado al sur de la casa. Para llegar a él tenías que salir por la puerta trasera, bajar un sendero estrecho y serpeante y pasar entre los altos y tupidos helechos que, a principios del otoño, seguían obstaculizando el camino. O, si no había custodios a la vista, podías tomar un atajo por la parcela de ruibarbo. De todas formas, en cuanto salías en dirección al estanque te encontrabas con un paisaje apacible lleno de patos y aneas y juncos. No era un buen sitio, sin embargo, para mantener una conversación discreta, ni por asomo tan bueno como la cola para la comida. Para empezar, te podían ver perfectamente desde la casa. Y nunca podías saber cómo se iba a propagar el sonido a través de la superficie del agua. Si te querían escuchar a escondidas, no había nada más fácil que bajar por el sendero y esconderse entre los arbustos de la otra orilla del estanque. Pero pensé que, habida cuenta de que había sido yo quien le había cortado bruscamente en la cola del comedor, lo más justo era charlar con él donde me había citado. Era entrado ya octubre, pero aquel día lucía el sol y decidí que lo mejor era hacer como que había salido a dar un paseo sin rumbo fijo y me había topado por casualidad con Tommy.

Tal vez porque puse mucho empeño en dar esa impresión -aunque no tenía la menor idea de si había alguien observándome-, no fui a sentarme con él en cuanto lo vi sentado en una gran roca plana, no lejos de la orilla del estanque. Debía de ser viernes, o fin de semana, porque recuerdo que no llevábamos el uniforme. No recuerdo exactamente cómo iba vestido Tommy - probablemente con una de aquellas raídas camisetas de fútbol que solía ponerse hasta en los días más fríos-, pero sé muy bien que yo llevaba la chaqueta de chándal granate con cremallera delante que me había comprado en un Saldo cuando estaba en primero de secundaria. Fui rodeando a Tommy hasta llegar al agua, y me quedé allí de espaldas a ella, mirando hacia la casa para ver si se empezaba a amontonar gente en las ventanas. Luego hablamos -de nada en particular- durante un par de minutos, como si nunca hubiera tenido lugar la conversación de la cola de la comida. No estoy muy segura de si lo hacía por Tommy o por los posibles mirones, pero seguí con mi pose de no estar haciendo nada concreto, y en un momento dado hice ademán de continuar con mi paseo. Entonces vi una especie de pánico en la cara de Tommy, y enseguida me dio pena haberle contrariado de aquel modo (aunque sin querer). Así que dije, como si acabara de acordarme:

-Por cierto, Tommy, ¿qué me estabas diciendo antes? Sobre algo que la señorita Lucy te había dicho una vez...

-Oh... -Tommy miró más allá de mí, hacia el agua del estanque, fingiendo también él que se acababa de acordar de ello-. La señorita Lucy. Ya, sí.

La señorita Lucy era la más deportista de las custodias de Hailsham, aunque por su aspecto uno jamás lo hubiera imaginado. Baja y rechoncha y con aire de bulldog, con un extraño pelo negro que parecía crecerle siempre hacia arriba, de forma que nunca le llegaba a tapar las orejas o el cuello grueso. Pero poseía una gran fortaleza y estaba en plena forma, e incluso cuando nos hicimos mayores, casi ninguno de nosotros -ni siquiera los chicos- podía competir con ella en las carreras a campo traviesa. Era una excelente jugadora de hockey, y hasta podía enfrentarse con los chicos de secundaria en el campo de fútbol. Recuerdo una vez en que James B. intentó ponerle la zancadilla cuando ella acababa de hacerle un regate, y fue él quien salió volando y fue a dar con sus huesos en el césped. Cuando estábamos en primaria, nunca pudo compararse con la señorita Geraldine, a quien acudíamos siempre que nos habíamos llevado un disgusto. De hecho, cuando éramos más pequeños no era muy dada a hablar mucho con nosotros. Sólo en secundaria aprenderíamos a apreciar su brioso estilo.

-Estabas diciendo algo -le dije a Tommy-. Que la señorita Lucy te dijo que no pasaba nada por que no fueras creativo.

-Sí, me dijo algo parecido. Me dijo que no tenía que preocuparme. Que no me importara lo que los demás dijeran. Fue hace un par de meses. Puede que un poco más.

Nunca me abandonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora