Capitulo 22

344 5 0
                                    

22

-Marie-Claude tiene razón -dijo la señorita Emily-. Es conmigo con quien tendríais que estar hablando. Marie-Claude trabajó duro en nuestro proyecto. Y la forma en que terminó todo la ha dejado un poco desilusionada. En cuanto a mí, sean cuales sean mis decepciones, no me siento tan mal respecto de ello. Creo que lo que hemos conseguido merece cierto respeto. Vosotros dos, por ejemplo. Habéis salido bien. Estoy segura de que podéis contarme muchas cosas que me harían sentirme orgullosa. ¿Cómo habéis dicho que os llamáis? No, no, esperad. Creo que puedo acordarme. Tú eres el chico con mal genio. Con mal genio, pero con un gran corazón. ¿No me equivoco? Y tú, por supuesto, eres Kathy H. Has hecho un buen trabajo como cuidadora. Hemos oído hablar mucho de ti. He podido recordar, ya veis. Me atrevería a decir que podría recordaros a todos. -¿Y eso qué bien te hace a ti, o a ellos? -preguntó Madame, e inmediatamente después se apartó de la silla de ruedas, pasó junto a nosotros y fue a perderse en la oscuridad, tal vez para ocupar el sitio en el que la señorita Emily había estado antes.

-Señorita Emily -dije-. Me alegro mucho de volver a verla.

-Qué amable de tu parte. Te reconocí, pero tú seguramente no me habrías reconocido. De hecho, Kathy H., no hace mucho pasé por delante del banco en el que estabas sentada y no me reconociste. Miraste a George, el nigeriano corpulento que empujaba la silla. Oh, sí, le echaste una buena mirada, y él a ti. Yo no dije ni una palabra, y no pudiste saber que era yo. Pero esta noche, en que hay, por así decir, «contexto», nos reconocemos. Parecéis bastante impresionados al ver cómo estoy. No he estado bien últimamente, pero espero que este aparato no se convierta en un elemento permanente. Desgraciadamente, queridos, no voy a poder atenderos tanto como me gustaría, porque dentro de un rato van a venir unos hombres para llevarse la cómoda de mi alcoba. Es un mueble maravilloso. George lo ha acolchado para que no se dañe, pero he insistido en ir yo también, porque nunca se sabe con estos mozos. Manejan las cosas con rudeza, las tiran de cualquier manera dentro de la furgoneta, y luego su patrón dice que venían ya dañadas. Nos ha pasado ya antes, así que esta vez he insistido en ir con mi mueble durante todo el trayecto. Es un objeto bello, y lo tenía ya en Hailsham, así que he decidido venderlo por un buen precio. Me temo, pues, que cuando vengan tendré que dejaros. Pero veo, queridos míos, que os ha traído una misión muy cara a vuestro corazón. Debo decir que me alegro mucho de veros. Y que Marie-Claude se alegra también, aunque jamás lo diríais por su expresión. ¿No es cierto, queridos? Oh, ella finge que no, pero sí se alegra. Le emociona que hayáis venido a vernos. Está enfurruñada, pero no le hagáis caso, alumnos míos, no le hagáis caso. Bien, ahora trataré de responder a vuestras preguntas lo mejor que pueda. Yo también he oído ese rumor incontables veces. Cuando aún teníamos Hailsham, había dos o tres parejas al año que querían venir a hablarnos de eso. Una se dirigió a nosotros por escrito. Supongo que no era tan difícil dar con una gran finca como aquélla si se estaba dispuesto a infringir las normas. Así que ya veis, es un rumor que viene de mucho antes que vosotros.

Dejó de hablar, y yo dije:

-Lo que queremos saber, señorita Emily, es si ese rumor es cierto o no.

La mujer siguió mirándonos durante un instante, y aspiró profundamente.

-Dentro del mismo Hailsham, siempre que empezaba este rumor, yo me apresuraba a cortarlo de raíz. Pero sobre lo que los alumnos pudieran decir cuando se marchaban, ¿qué podía hacer yo? Al final llegué a creer, y Marie-Claude también, ¿verdad, querida?, llegué a creer que tal rumor no era sólo un rumor. Lo que quiero decir es que es algo que surge de la nada una y otra vez. Vas a la fuente, la ciegas, y con eso no evitas que vuelva a surgir en otra parte. Cuando llegué a esta conclusión, dejé de preocuparme. A Marie-Claude nunca le ha preocupado. Su modo de verlo era el siguiente: «Si son tan necios, déjales que lo crean». Oh, sí, y no pongas esa cara. Ésa fue tu opinión desde el principio. Y después de muchos años no es que yo llegara a la misma conclusión, pero empecé a pensar que, bueno, que quizá no debería preocuparme. No era obra mía, de todas formas. Habrá unas cuantas parejas que se sientan decepcionadas, pero la inmensa mayoría nunca llegará a intentar averiguarlo. Es algo que les hace soñar, una pequeña fantasía. ¿Qué daño puede hacer? Pero comprendo que para vosotros dos la cosa es diferente. Vosotros sois serios. Lo habéis pensado detenidamente. Habéis acariciado detenidamente esa esperanza. Y siento verdadero pesar por los alumnos como vosotros. No me complace en absoluto desilusionaros. Pero así son las cosas.

Nunca me abandonesWhere stories live. Discover now