Capítulo 17

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Como ya he dicho, no fue hasta mucho más tarde - mucho tiempo después de que yo dejara las Cottages- cuando caí en la cuenta de lo importante que había sido nuestro encuentro en el cementerio. Yo me disgusté mucho entonces, es cierto. Pero no creí que fuera a ser diferente de otras peleas que habíamos tenido antes. Jamás se me pasó por la cabeza que nuestras vidas, hasta entonces tan estrechamente vinculadas, pudieran llegar a separarse tan drásticamente a raíz de aquello.

Supongo que para entonces ya existían poderosas corrientes que tendían a separarnos, y que sólo fue necesario un incidente como el que he relatado para que la ruptura se hiciera definitiva. Si hubiéramos entendido esto entonces, quién sabe, a lo mejor podríamos haber conservado unos lazos más fuertes. Para empezar, cada día eran más y más los alumnos que se iban para ser cuidadores, y entre nuestra gente de Hailsham había un sentimiento creciente de que ése era el curso natural de las cosas. Aún teníamos que acabar de redactar nuestros trabajos, pero era de dominio público que no era obligatorio terminarlos si decidíamos empezar el adiestramiento. En nuestros primeros días en las Cottages la idea de no terminarlos habría sido impensable. Pero cuanto más lejano se nos hacía Hailsham menos importantes nos parecían estos trabajos. En aquel tiempo me daba la impresión -probablemente acertada- de que si permitíamos que se perdiera nuestra percepción de que los trabajos eran importantes, se perdería también todo lo demás que nos unía y vertebraba como alumnos de Hailsham. Por eso, durante un tiempo, traté de que se mantuviera nuestro entusiasmo por las lecturas y el acopio de notas para los trabajos. Pero sin ninguna razón que nos permitiera suponer que algún día volveríamos a ver a nuestros custodios (lo cierto es que, con toda aquella cantidad de alumnos cambiando de destino, la empresa pronto empezó a parecerme una causa perdida).

De todas formas, en los días que siguieron a nuestra conversación en el cementerio, hice todo lo que pude para que el incidente quedara definitivamente zanjado como algo del pasado. Me comportaba con Ruth y Tommy como si no hubiera sucedido nada del otro mundo, y ellos hacían más o menos lo mismo. Pero ahora había algo que siempre estaba ahí, y no sólo entre ellos y yo. Aunque mantenían la apariencia de seguir siendo una pareja - seguían haciendo lo del golpecito en el brazo cuando se separaban-, los conocía demasiado bien para no ver que se habían distanciado.

Por supuesto, yo me sentía mal por lo que había sucedido entre nosotros, sobre todo por lo de los animales imaginarios. No obstante, ya nada era tan sencillo como para solucionarlo acercándome a él para explicarle cómo había sido todo y decirle cuánto lo sentía. Unos años - quizá incluso seis meses- antes, la cosa probablemente habría funcionado de ese modo. Tommy y yo habríamos hablado de ello, y lo habríamos solucionado. Pero aquel segundo verano las cosas ya eran diferentes. Tal vez por mi relación con Lenny, no sé. En cualquier caso, ya no era fácil hablar con Tommy. Superficialmente, al menos, todo seguía siendo como antes, pero jamás mencionábamos sus animales o lo que había sucedido en el cementerio.

Tales habían sido los acontecimientos inmediatamente anteriores a que Ruth y yo tuviéramos aquella conversación en la vieja marquesina de autobuses, cuando me puse furiosa con ella al ver que fingía no acordarse de la parcela de ruibarbo de Hailsham. Como ya dije antes, probablemente no me habría enfadado tanto si no lo hubiera hecho en mitad de una conversación tan seria. Cierto que para entonces ya habíamos tocado la mayoría de los puntos importantes, pero aun así, por mucho que estuviéramos ya charlando de otros temas más livianos, no habíamos dejado aún el terreno de nuestro intento de arreglar las cosas entre nosotras, y no había ningún lugar para aquel tipo de fingimientos.

Lo que sucedió fue lo siguiente. Aunque algo se había interpuesto entre Tommy y yo, con Ruth las cosas no habían llegado hasta ese punto -o al menos eso pensaba yo en aquel momento-, y había decidido que ya era hora de hablar con ella de lo que había pasado en el cementerio. Acabábamos de tener uno de esos días de lluvia y tormenta eléctrica y, a pesar de la humedad, nos habíamos quedado en casa. Así que, cuando al atardecer vimos que el tiempo había mejorado -la puesta de sol estaba siendo de un rosa hermoso-, le dije a Ruth que por qué no salíamos a tomar un poco el aire. Había un empinado sendero que acababa de descubrir y que llevaba hasta el borde del valle, y justo donde el sendero iba a dar a la carretera había una antigua marquesina de autobuses. Éstos habían dejado de operar hacía mucho tiempo, y la señal de parada ya no estaba, y en la pared trasera de la marquesina podía verse el marco sin cristal de lo que un día habían sido los horarios. Pero la marquesina -una agradable estructura de madera con uno de los lados abiertos a los campos que descendían por la ladera del valle- seguía en pie, e incluso con el banco aún intacto. Allí era, pues, donde Ruth y yo estábamos sentadas tratando de recuperar el resuello, mirando las telarañas de las vigas del techo y el anochecer estival. Entonces yo dije algo como:

Nunca me abandonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora