Capítulo 12

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Quiero hablar de la excusión a Norfolk -y de todo lo que sucedió aquel día-, pero antes tendré que retroceder un poco en el tiempo para explicar cómo estaban las cosas entonces y por qué hicimos ese viaje.

Nuestro primer invierno en las Cottages estaba a punto de acabar, y todos nos sentíamos bastante más asentados. Pese a nuestros pequeños contratiempos, Ruth y yo habíamos mantenido la costumbre de rematar el día en mi cuarto, charlando con nuestros vasos calientes entre las manos, y fue una de esas noches, mientras hacíamos el tonto sobre no recuerdo qué, cuando de pronto dijo:

-Supongo que has oído lo que están diciendo Chrissie y Rodney.

Cuando le dije que no, lanzó una risita y continuó:

-Seguramente quieren tomarme el pelo. Vaya sentido de las bromas el suyo. Pero olvídalo.

Pero era evidente que lo que quería era que le tirara de la lengua, así que insistí e insistí hasta que al final le oí decir en voz baja:

-¿Recuerdas la semana pasada, cuando Chrissie y Rodney estuvieron fuera? Fueron a Cromer, en la costa norte de Norfolk.

-¿Qué tenían que hacer allí?

-Oh, creo que tienen un amigo, alguien que antes vivió aquí. Pero eso no importa. Lo que importa es que cuentan que vieron a esa... persona. Trabajando en una oficina de planta diáfana. Y, bueno, en fin. Piensan que esa persona es una posible. Para mí.

Aunque la mayoría de nosotros habíamos oído hablar de la idea de los «posibles» en Hailsham, teníamos la sensación de que no había que hablar de ello, y no lo hacíamos, aunque, por supuesto, la idea nos intrigaba y nos llenaba de inquietud. Y tampoco en las Cottages era un asunto que podía sacarse a colación como si tal cosa. Sin ningún género de dudas, resultaba mucho más embarazosa cualquier charla sobre los «posibles» que otra, pongamos, sobre sexo. Al mismo tiempo, veías claramente que la gente se sentía fascinada - obsesionada, en algunos casos- por el asunto, que seguía saliendo a relucir muy de cuando en cuando, normalmente en las controversias muy serias, a años luz de las cotidianas (que versaban sobre gentes como, por ejemplo, James Joyce).

La idea básica de la teoría de los posibles era muy sencilla, y no suscitaba grandes discusiones. Podría formularse más o menos de este modo: dado que cada uno de nosotros había sido copiado en algún momento de una persona normal, debería existir, en el mundo exterior, y para cada uno de nosotros, un modelo que viviera su propia vida en alguna parte. Ello significaba, al menos en teoría, que era posible encontrar a la persona original a cuya imagen y semejanza habíamos sido modelados. Por eso, cuando estábamos fuera de las Cottages -en los pueblos y ciudades, en los centros comerciales, en los cafés de las autopistas-, siempre manteníamos los ojos bien abiertos por si descubríamos a algún «posible» que hubiera servido de modelo para tu persona o la de tus compañeros.

Más allá de estas generalidades, sin embargo, no existía mucho consenso. Para empezar, nadie se ponía muy de acuerdo sobre qué era lo que pretendíamos cuando buscábamos a nuestros posibles. Algunos pensaban que había que buscar personas veinte o treinta años mayores que nosotros (la edad que habría tenido una persona si hubiera sido nuestro padre o nuestra madre). Pero otros sostenían que esto pecaba de sentimental. ¿Por qué tenía que separarnos de nuestros modelos toda una generación «temporal»? Podían haber utilizado bebés, viejos... ¿Qué diferencia habría? Otros argumentaban que seguramente utilizaban como modelos a gente en el ápice de la salud, y que por eso era más lógico que tuvieran la edad de un «padre o madre normal». Pero al llegar a este punto todos sentíamos que nos acercábamos a un terreno en el que no queríamos entrar, y la discusión se acababa.

Nunca me abandonesWhere stories live. Discover now