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Corrió a la cocina en busca del teléfono, llamaría a la policía, ellos sabrían que hacer y como quitarle de ahí.

¿Qué demonios hacia un niño encerrado ahí dentro?

¿Cómo un niño estaba encerrado dentro de la pared?

¿Cuánto tiempo estaba ahí?

Marcó rápidamente a la policía, con los dedos temblorosos.

—¿Cuál es su emergencia? — habló la voz de una mujer, muy tranquilamente.

— ¡Por favor! Hay un niño en mi ca... — dejó de hablar al haber interferencia — ¿Hola? —preguntó al no oír respuesta — ¡¿Hola?!

La luz comenzó a parpadear y de repente se produjo un apagón.

—Maldita sea —gruñó, colgando el teléfono sin cobertura.

Abrió el cajón de la encimera quitando la linterna y encendiéndola. Se acercó nuevamente a la pared, el pequeño seguía llorando. ¿Qué podía hacer ella? Jamás estuvo en una situación similar.

Ayúdame.

— ¡Dime que puedo hacer!

Ábrelo...

— ¿Qué...? —no había entendido a lo que se refería.

Colocó la mano izquierda sobre la pared y lo recorrió suavemente con la palma, sintiendo la textura. A la altura de su estómago sintió un pequeño hueco redondo. Corrió nuevamente a la cocina, quitando un cuchillo del soporte de madera y volvió al lugar. Lo clavó en el pequeño hoyo. Dejó el cuchillo en el suelo para poder arrancar un pedazo del papel de pared. Grande fue su sorpresa al encontrarse con una tabla lisa de color nogal, no era una pared, era una...

—Una puerta... —susurró.

Le faltaba el pomo en el pequeño orificio para poder abrirla. Dejó la linterna en el suelo y comenzó a rasgar el papel de pared hasta dejarla a la vista.

Miró hacia la cocina, sobre la alacena.

El pomo dorado.

Corrió nuevamente hasta la cocina, arrastrando consigo una silla y colocándola frente a la encimera. Se subió sobre ella y cogió el pomo dorado. Saltó de la silla y se dirigió hasta la puerta, colocó el pomo en el pequeño orificio y cupo perfectamente. La abrió lentamente hacia ella. Estaba oscuro. Tomó la linterna del suelo y alumbró, había una escalera de madera que la conducía hacia el piso de abajo, era un sótano.

— ¿Hola?

Bajó despacio. Hacía mucho frio ahí, como en su pesadilla. Estaba descalza, solo llevaba puesto un camisón blanco que le llegaba por debajo de las rodillas. Al final de la escalera había un gabinete con pinturas, pegada a la pared, y un pequeño pasillo que daba hacia la derecha, 'el único camino.'

El llanto del niño aún se seguía escuchando.

—Ya está abierta, puedes salir, vamos acércate, no tengas miedo.

Pero no se escuchó otra cosa más que el llanto del pequeño, mientras que ella seguía bajando los escalones despacio, muerta del miedo.

Al llegar hasta abajo, un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando sus pies hicieron contacto con el frio suelo de cemento. Hacia su derecha había más gabinetes que contenían equipamiento de limpiezas, entre otras cosas y al final, pegada a la pared, una puerta...encadenada.

Atemorizada negó con la cabeza, no podía creer lo que estaba viendo. No era real, todo era producto de otra pesadilla, ¡Era una maldita pesadilla! Despertaría enseguida y se daría cuenta que nada de eso es real.

Sácame de aquí...

Pidió el niño golpeando la puerta.

— ¿Por qué estás ahí dentro? —preguntó sin saber qué hacer, si sacarlo o salir corriendo de ahí ahora mismo.

Mi abuelo me encerró aquí adentro.

— ¿Tu abuelo? — rió sin humor e incrédula.

Tengo miedo. Está muy oscuro aquí.

Se reprendió a si misma por estar perdiendo el tiempo ahí parada y cuestionándose si quitar al pobre niño de ahí o no. Se acercó a la puerta intentando inútilmente arrancar las cadenas con las manos, había candados. Necesitaba una llave para abrirlas.

—No puedo abrirla, necesito una llave, hay candados por todas partes —dijo desesperada.

Gritó asustada cuando escuchó algo de vidrio romperse en la primera planta. Se quedó a espaldas de la puerta, alumbrando el pasillo.

Ya está aquí, viene a matarme y luego a... ti.

— ¿Quién...? —preguntó con la voz temblorosa, la vista se le nublaba por las lágrimas acumuladas, estaba aterrada. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién quería matarla?

Mi abuelo.

Escuchó las lentas pisadas del hombre sobre la madera del pasillo, encima de su cabeza. Sus manos estaban temblando con la linterna encendida, la cual seguía alumbrando hacia las escaleras. Los pasos seguían su dirección, hacia la puerta del sótano en el cual ahora mismo se encontraba. Apagó la linterna y corrió sin rumbo, buscando algún escondite a esconderse y lo mejor que se le pudo ocurrir fue esconderse bajo una pequeña mesa redonda de madera con un mantel sucio encima, la cual se encontraba pegada a la pared. Se acurrucó, abrazando sus rodillas con fuerzas y esperando que todo saliera bien.

Escuchó como bajaba un pie sobre el escalón. Un aire helado se le comenzó a subir por la espina dorsal. Luego otro escalón, sentía como los pulmones comenzaban a fallarle. Luego otro y otro; estaba mareada, quería vomitar.

Observó cómo unas enormes botas oscuras con manchas de barro pisaban el suelo, el mismo que estaba pisando ella ahora mismo.

¡Rayos!

Tenía que controlarse o saldría gritando y llorando de su escondite y él la mataría. Sus ojos se aguaron de inmediato, iba a llorar. Grave error.

Observó una luz brillante, él había traído consigo una linterna. Alumbraba la puerta en donde se encontraba el pequeño niño.

—Acabaremos con esto, maldito bastardo.

Sintió rabia y asco cuando el hombre llamó <<bastardo>> a su propio nieto.

Abuelo...

El niño comenzó a llorar, estaba asustado, al igual que ella.

—Sigue bromeando —se rió el hombre carente de humor, burlándose.

El hombre se acercó a la mesa, en donde ella se encontraba escondida. Su mandíbula comenzó a temblar por el inmenso miedo que estaba sintiendo y se tapó la boca con ambas manos para amortiguar el sonido de sus dientes chochando entre sí. Observaba sus botas negras de cuero negro, manchados de barro seco, frente a ella. Él no se movía, estaba tieso.

¿Acaso ya la había visto?

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