VI

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Pasaron unos segundos de silencio. Nadie hablaba, el niño ya no lloraba ni le pedía a su abuelo que lo sacara de ahí. Todo estaba en perfecto silencio hasta que algo pesado cayó sobre la mesa y ella dio un gran respingo, golpeando su cabeza contra la madera de la mesa, haciéndola saltar un poco.

— ¡¿Pero qué...?! — gritó el hombre levantando con brusquedad la manta que cubría la mesa.

Ella salió de su escondite gritando y llorando, la hacerlo su espalda chocó con la mesa haciéndola caer con un libro encima. Él la iba a matar, luego al niño y por ultimo a su tía.

— ¡Espera!

El hombre la tomó del brazo impidiendo que corriera y escapara. Estaba temblando. El hombre medía uno dos metros de altura, tenía una barba de dos semanas y canas blancas en su pelo negro.

—Suéltame —gritó intentando dar patadas para soltarse, pero era inútil, el hombre se esquivaba con facilidad — ¡Auxilio, tía!

—Cállate, niña estúpida —le sacudió con fuerza el brazo y le tapó la boca con la mano izquierda al ver que ella no cooperaba —. Si no quieres morir tendrás que cooperar conmigo, ¿entiendes?

Eve no podía hacer otra cosa que asentir y cooperar con aquel asesino, no quería terminar muerta, apenas le soltara buscaría algo para golpearlo y dejarlo inconsciente. Aunque dudaba mucho que la soltara...

—Muy bien, ahora te soltaré, no intentes nada, ¿escuchaste? Pareces una niña bastante obediente e inteligente.

Él la soltó lentamente, temiendo que volviera a gritar o querer escapar. Ella retrocedió tres pasos.

— ¿Quién eres? Y ¿por qué estás en mi casa?

Ayúdame... —la dulce voz del niño se hizo presente nuevamente.

—No lo escuches, él está intentando engañarte para que lo liberes. Soy el ex sacerdote del pueblo; mi nombre es Pablo. Yo servía a la antigua familia que vivía aquí. Ellos habían comprado esta casa limpia hasta que la hija menor creó un extraño tablero, la ouija, el juego de las almas perdidas.

— ¿Ouija? —preguntó confundida, nunca había escuchado semejante tablero de juegos que llevara ese nombre —. No le estoy entendiendo nada, señor. Y yo no creo en almas perdidas —dijo lo último con sarcasmo — ¡Ahí dentro hay un niño...!

—Un demonio —le corrigió —, el cual fue encerrado bajo un ritual celestial tras haber atormentado día y noche a esta familia.

La sirena de una patrulla policial se escuchó llegar frente a su casa. El hombre se alteró y la miró con sorpresa.

— ¿Llamaste a la policía?

Eve tragó duro. Ella no se creía aquel cuento barato que le estaba contando aquel señor. Ni siquiera creía que era un sacerdote sino un loco que se escapó del manicomio.

—No pueden saber que estoy aquí o de lo contrario me enviarían a la cárcel. Tengo una orden de restricción de quinientos metros de esta casa. ¡Santo Dios!

El timbre sonó y él levantó la mirada al techo y ella aprovechó para correr en dirección a las escaleras, al subir el cuarto escalón él fue detrás de ella y le sujetó del tobillo y ella cayó.

— ¡Ayuda! —gritó forcejeando con él para que no le tapara nuevamente la boca — ¡Aquí abajo! —volvió a gritar.

El sacerdote dejó a la niña y salió corriendo escaleras arriba.

Eve permaneció tirada en la escalera, boca abajo, cubriendo su cabeza al escuchar como pateaban y derribaban la puerta.

—¡Quédese quieto o disparo! —gritó un oficial. — ¡Deténgase!

Gritó cuando escuchó un disparo tras otro y comenzó a llorar. Estaba mareada. Estaba perdiendo la conciencia.

—¿Estás bien? —le preguntó una oficial, bajando hasta ella y ayudándola a ponerse de pie. Al verla tan ida, comprendió que estaba por desmayarse —, tranquila, estarás bien, camina conmigo —ambas subieron los escalones con la oficial sujetando a Eve por los hombros suavemente.

—¿Eve? ¿Evelyn? —escuchó a tu tía llamarla.

La tía Ana, apenas podía entender lo que estaba sucediendo, estaba como un zombi a causa de las pastillas. Estaba tan ida de la realidad como ella. Eran tres oficiales, uno de ellos comenzó a inspeccionar toda la casa.

—Señora, ¿es usted la dueña de la casa? —preguntó el oficial que la estaba ayudando a bajar —¿ha ingerido alguna droga?

—Pastillas... pastillas de dormir —dijo apenas pudiendo mantener los ojos abiertos —...escuché disparos... mi sobrina...

—Su sobrina está bien, está abajo, esperándola. Ha entrado un delincuente en esta casa, uno que hace mucho estábamos buscando, pero ya están libres de ese hombre.

Eve miraba a su tía bajar lentamente de las escaleras con ayuda del oficial. La oficiala la dejó un momento para traerle un vaso de agua. En medio del salón estaba el cadáver del hombre y aun lado de él estaba una llave dorada. Se acercó hasta ahí y cogió la llave del suelo.

—Cariño, aléjate de ahí.

Se giró hacia la oficial que la tomó por la cintura intentando alejarla del cadáver, pero Eve se detuvo y le extendió la mano con la llave expuesta.

—Hay un niño abajo.

TENTACIÓNWhere stories live. Discover now