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El timbre volvía a sonar.

Hace unos días llegó Bardock y las cosas no terminaron bien. De hecho, nadie iba a verlos aparte de Bulma, pero estaban seguros de que no era ella por el simple hecho de que había ido hace poco.

— ¿Quién carajos es ahora?

Nappa era al que más le desesperaba la situación. Sumándole que por todo lo anterior suponía que sería otra visita inesperada y probablemente indeseable.

Se resignó y fue hacia la entrada a abrir la puerta, y se encontró a una chica pelinegra con una bebé en brazos.

Retrocedió un poco. Ella solo lo miraba con seriedad.

Los demás se asomaron debido a su silencio, y la sorpresa fue la misma.

Fasha.

— Creí que ya era momento de que la conocieras.

Su hija.

No supo qué responderle. Se quedó callado.

Todo ese tiempo estuvo realmente convencido de que jamás la vería. Lo mismo pasaba con la joven. El último mensaje que le dejó le hizo pensar eso.

— Pensé que la carta que dejaste...

— Lo sé, pero eres su padre de todas formas.

Tenía razón. Aunque aún fuera una bebé, prohibirle conocerlo no estaba bien.

Él no sabía qué hacer. Todo fue demasiado repentino.

— Ven, cárgala. — dijo con suavidad.

Fasha no se veía enojada o algo parecido. Al contrario: había una pizca de felicidad y buen humor en su rostro. Tal vez era satisfacción por estar haciendo "lo correcto".

Nappa la dejó pasar, cerró la puerta y miró a sus compañeros. Ellos asintieron.

Se le acercó con lentitud a la muchacha. Extendió sus brazos y recibió a la niña con extremo cuidado.

— Su nombre es Natsuki. Tiene siete meses.

Se sorprendió.

— Le pusiste como mi mamá.

— Uno pensaría que no tiene sentido después de lo que dije en la carta, pero eres un buen tipo. Siempre supe que te importaba tu hija.

Miró a la bebé con detenimiento.

Sus ojos negros.
Su cabello azabache.
Sus pequeñas y delicadas manos.

Qué hermosa era.

— Natsuki, ¿cómo has estado? Soy Nappa, tu padre. — dijo en voz baja.

Fasha miraba la escena con una leve sonrisa.

— También pueden sostenerla, chicos. — les indicó ella.

Se miraron entre sí y aceptaron. Nappa se las entregó con delicadeza.

— Hola, pequeña. Soy Goku. — ella rió suavemente, cosa que él respondió de la misma manera —. Sí, a mí también me alegra conocerte.

Cuando estuvo en los brazos de Raditz, él tuvo un sentimiento extraño. A pesar de que esa niña fuera fruto de una relación pasada de Nappa, le alegraba su presencia y la situación.

Empezaba a pensar que no tenía la capacidad de odiar a nadie. Desde que cargó a Turles el día en que su padre fue a verlos tuvo ese pensamiento.

— Me llamo Raditz. — ella pasó torpemente su mano por su cabello —. Ah, ¿te gusta? Gracias por eso, eh.

Llegó el turno de Vegeta. Los niños no eran lo suyo, pero aún así la sostuvo. Incluso le sobó la mejilla con algo de cariño.

— Sí, ese es mi nombre. Veo que te estás riendo de eso, pero lo dejaré pasar solo por esta vez.

Nappa volvió a tenerla. Siguió mirándola con intriga, como si no lo creyese.

Al fin estaba cargando a su hija.

Uno de sus mayores deseos se había cumplido. Y como supo desde un principio, el hecho de mirarla a los ojos le dio razones para seguir viviendo.

— Te quiero, Natsuki. Cuídate.

Le dio un pequeño beso en la frente y se la devolvió a Fasha.

— Volveremos pronto. — se dispuso a abrir la puerta.

— Espera.

— ¿Sí?

— ¿Dónde te puedo encontrar? Después de que te fueras de la escuela te cambiaste de casa y...

— Donde mis abuelos. Saliendo de la capital del oeste.

— ¿Cómo supiste que estábamos aquí?

— Bulma existe.

Debieron suponerlo.

— Gracias.

— ¿De verdad? Yo soy la que debería dártelas.

— ¿Por?

— Actué de forma estúpida, pero tú no pareces enojado conmigo. Lo mismo pasa con ustedes. — habló, refiriéndose a los demás —. Cuídense, y que les vaya bien.

Finalmente se retiró. Goku y Vegeta le dieron un toque en el hombro a su amigo y regresaron a su habitación.

— Felicidades, Nappa.

— Gracias, Raditz.

Solo les quedaba ver qué efectos tendría eso.

Arruinados. [Dragon Ball Z]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora