SIX

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six. past.

No fue esa la única vez que salvó mi vida. Continuó haciéndolo durante años.

El hombre me adoptó como su aprendiz, y eso pudo haber sido tanto la mejor como la peor cosa que me ha sucedido desde entonces. Su enseñanza era compleja y estaba orientada solo a un lugar: yo debía acabar con aquello que me había arrebatado la felicidad.

Aquellos que me conocían me creían desaparecida, otros me daban por muerta. Gerard insistía que era lo mejor para mí, para mi concentración y entrenamiento, incluso aunque eso implicaba que él tenía que mentirle a su propia nieta, Allison, sobre la vida de su mejor amiga.

Fueron días y noches enteras y sin descanso las que pasé en un sótano entrenando, a veces sin ver una gota de sol por semanas —y sin querer verla—. Mi mente estaba enfocada, completamente ocupada por una sola cosa que se repetía y repetía dentro de mi cabeza: we hunt those who hunt us.

Él vio potencial en mi. Vio ambición. Vio a una niña dispuesta a hacer sacrificios con tal de alcanzar sus objetivos. Fue por eso que no dudo un segundo en enviarme con El Clan para que me den un mejor entrenamiento.

Meses más tarde estaba en un avión camino a La Patagonia para comenzar la experiencia más definitiva de mi vida, y así también la más espantosa.

Gerard Argent no sólo salvó mi vida, también la arruinó. Y aún así sigue siendo dueño de ella.

Por eso estoy en Beacon Hills otra vez.

Mi educación fue dura, inflexible, militar, inhumana. Me arrebató lo poco que quedaba de mi inocencia y mi niñez, mi espontaneidad y mi rebeldía. A base de retos, maldad, odio, e incluso torturas, forjaron en mí un carácter irreconocible para aquella Lara de 12 años que le pedía todas las noches a su padre que le cuente una historia. Aunque debo decir que los primeros meses de mi estadía en el clan no fueron tan terribles. Solo conocí lo peor cuando  una mujer llamada Corinne tomó el mando.

Con el tiempo, mis ansias de matar y mi sed de venganza se fueron apaciguando, dándole lugar entre mis sentimientos a la culpa y el arrepentimiento, pero sobre todo, a el vacío.

Ya sentía remordimiento luego de quitar una vida cuando todo sucedió. A mis 16 años, con 4 años como alumna del clan, me enviaron a una de las tantas misiones que hemos hecho en Argentina. Porque claro, esa era la gracia del asunto: aprovecharse del dolor de los niños que han quedado devastados gracias al mundo sobrenatural y convertirlos en armas que harían el trabajo sucio.

Se conoció el paradero de cuatro omegas en las cercanías de Bariloche, una ciudad pequeña y con ese toque mágico de las películas que miraba de pequeña. La nieve, las cabañas, los bosques, todo representaban en mi recuerdos que quería olvidar con todas mis fuerzas.

Nos enviaron allí sin abrigo. Un grupo de 8 adolescentes soportando el crudo invierno como si de una especie de Darwinismo se tratara: selección natural. Que sobrevivan los más fuertes.

Dos murieron de hipotermia, otro de hambre.

Lo que he y hemos pasado gracias a El Clan, —y no sólo en esta misión, sino en todas las anteriores,— no tiene manera de expresarse en palabras.

Encontramos a los omegas en el bosque a las afueras de la ciudad, casi a media tarde. Actuamos con la rapidez que nos dio nuestra enseñanza, y aunque tuvimos tres bajas más en batalla, tres de los hombres lobos yacían degollados en el suelo. Solo quedábamos dos: Theo, gravemente herido, agonizando a mis pies, y yo, que lo cubría apuntando firmemente una bala impregnada de wolfsbane a la cabeza del último omega. Mis ojos fríos, vacíos, la mirada de una asesina.

Pero el destino tenía otros planes para mí. Todo pasó demasiado rápido. Los gritos ahogados de Theo intentaron alertarme, pero yo no reaccioné con la rapidez que debería haberlo hecho.

Nadie sabía que eran cinco Omegas, y yo me vine a enterar para el momento que las garras del quinto se enterraban en mi garganta.

Me desplomé. Caí al suelo al instante. Los gritos de Theo se mezclaban en mi cabeza con un zumbido agudo y los latidos de mi corazón. Volviendo al mundo el lugar más confuso en el que alguna vez haya estado.

Pasaron horas, o tal vez días, cuando desperté en el mismo lugar. Creí que todo fue un sueño. Pero estaba sola, ni una sola fogata o señal de vida en el lugar. Me pregunté como pudo ser que no haya muerto de hipotermia, pero cuando vi los cadáveres de mis compañeros en a pocos metros de mi, me di cuenta de que mi peor pesadilla se había hecho realidad.

Theo me dio por muerta. De eso estoy segura. Jamás encontré su cuerpo, por lo que estaba segura de que estaba vivo, aunque hasta el día de hoy jamás haya vuelto a escuchar de él.

Theo Raeken era de las personas mas cercanas a mi. Tal vez la única. Nos cuidábamos el uno al otro y puedo decir que me salvó la vida casi tantas veces como yo salvé la de él.

Esperé morir. Jamás deseé tanto morir como esa noche, pero ni las cadenas fueron capaz de contenerme cuando mi cuerpo finalmente se transformó. Al día siguiente, entré en pánico. Nunca sabré cuantas vidas quité esa noche y ese es un peso que vivirá conmigo para siempre.

La decisión era fácil, y ya estaba prácticamente tomada: un cazador que ha sido convertido debe suicidarse. Y así sería. No podía vivir con el asco y la culpa de haberme convertido en aquello que tanto odiaba, pero antes, sentí que debía agradecer y despedirme de la única persona a la que le debía algo.

Gerard aceptó reunirse conmigo en Buenos Aires de forma cómplice, lejos de Corinne y el clan. Si se enteraban que me había convertido, ella misma se encargaría de matarme.

En pocas palabras le conté que planeaba seguir el código porque estaba a punto de volverme loca. No podía seguir viviendo en mi propia piel, mi cuerpo se había vuelto mi infierno personal. Pero que antes de hacerlo, sentía que debía despedirme de él por el aprecio que le tenía.

El hombre detuvo mis palabras. Me dijo que tenía una solución: conocía una cura. Pero que a cambio de ella, necesitaba que haga un trabajo por él.

Repetí sus palabras para estar segura de haber escuchado bien mientras el anciano frente a mi Romana un sorbo de café con una calma perturbadora.

—Quieres a Jordan Parrish, y al árbol de la vida tallado por los Guardianes de la naturaleza.

—Así es.

—Y a cambio me das la cura.

—Así es.

—Acepto, —afirmé segura —, pero quiero algo más.

Gerard arqueó una ceja y una sonrisa se dibujó en su rostro.

—No quiero seguir siendo parte del clan luego de curarme.

—Me sorprendes, Lara. Estás hecha para eso. Creí que era tu lugar.

—Sería hipócrita cazar a lo que alguna vez fui. Además, ya no quiero ser así. Estoy cansada.

—¿Un pequeño rasguño y ya abandonas el juego? —respondió con su característica frialdad —. Eso no es algo que yo te haya enseñado.

Opté por quedarme en silencio unos segundos, hasta que volví a insistir.

—Gerard, ¿Aceptas o no?

—Acepto, niña.

Sabía que Gerard estaba buscando algo raro. Algo poderoso. No se cual es exactamente su plan, pero si necesita un Hellhound –guardián de lo supernatural,– y a él árbol de la vida –guardián de lo natural,– solo podía relacionarse con una cosa: su ambición.

whatawanderlustworld

y así Lara se convirtió en lo que
juro destruir ahre.

LOYAL,     stiles stilinski.   ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora