Capítulo 1: Aburrimiento

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—¿Podrías dejar de jugar con esa pelota, linda? —preguntó Miriam, de pie en el marco de la puerta. Podía ver el gran esfuerzo que hacía para que su voz fuera dulce.

—Estoy aburrida —le dije. Aquello era verdad, me acababa de mudar, estaba de vacaciones, no conocía a nadie y tampoco tenía ánimos de simpatizar con los niños que había visto correr por el vecindario cuando Franco me trajo a la casa.

—Puedes ir abajo a ver televisión o a jugar con el Internet —continuó ella.

—Eso no se me hace divertido, —contesté—es aún más aburrido. Mi madre nunca me hubiese sugerido ver la televisión el lugar de jugar.

Exasperada, la mujer de uno sesenta y cabello negro se apartó del umbral de la puerta, dejándome otra vez sola. Allí, en mi nueva y flamante habitación, me dediqué a rebotar rítmicamente la pelota de hule con la que había estado jugando contra la pared principal del cuarto una y otra vez, logrando que las paredes vibraran y se iluminaran de colores alegres gracias a los leds dentro de la pelota que se activaban con cada golpe recibido, y sin esperarla, Miriam reapareció en la entrada, enfadada.

—¡Deja de hacer eso —exclamó —el ruido me está volviendo loca!

Dudo que sea el ruido, quise decirle, pero en lugar de eso me puse de pie, furiosa porque me levantara la voz.

—¡Pero si no tengo nada que hacer! —Grité —Fueron Franco y tú los que me hicieron dejar mis clases de ballet y de piano. Ahora muero de aburrimiento.

—Baja la voz...—me pidió Miriam.

—¡No! —grité, con todas mis fuerzas, deseando quedarme afónica para no tener que hablar nunca más.

—Basta ya —exclamó ella, con evidente molestia y acercándose a mí con las manos por delante.

—¡Suéltame!—Exclamé al tiempo que me levanté del suelo, cuando me tomó con fuerza del antebrazo —¿¡Quién te crees que eres!?

—¡Soy tu madre!

—¡No, no lo eres! —grité, mientras me liberaba de su agarre, y salía corriendo escaleras abajo.

Recorrí las escaleras en un parpadeo y atravesé la puerta principal de la casa en otro, y ya afuera, me dejé caer en las escaleritas de la entrada, molesta, tanto, que las lágrimas ya quemaban detrás de mis ojos, a punto de manifestarse, pero las retuve, cerré los ojos y apreté con todas mis fuerzas las manos en puños. En una mano aún tenía la pelota de hule, por lo que se salvó de que le clavara las uñas, sin embargo la otra no tuvo la misma suerte, de los diminutos cortes comenzaron a brotar pequeñas gotitas de sangre, mismas que agradecí, pues por lo menos ahora tenía donde concentrar mi atención y ese dolor era manejable, a diferencia el que sentía en mi interior.

Y sin pensarlo, sin invocarlos, llegaron a mí los recuerdos de los acontecimientos que me llevaron hasta ahí, hasta esa casa, hasta esos dos sujetos que me miraban con ojos brillantes de la emoción, expectantes, anhelantes de que los llamara papá y mamá. Pero los odiaba a los dos. Yo solo quería a mis padres, a los míos, a los reales, pero ya comenzaba a figurarme que nunca los volvería a ver. A mamá, porque había sido alcanzada por la muerte y a papá porque había decidido de pronto que ya no me quería, sólo porque mamá antes de morir, no queriendo irse al infierno, le había dicho la verdad, acerca de que yo era hija de este otro sujeto, Franco, con el que había estado en un par de ocasiones, entonces papá me miró de pronto como si los trece años que yo fui su princesa hubiesen desaparecido, como si nada de ese amor fuera real. Me miró con enojo y rencor, mismo que sería sólo para mamá pero a falta de ella se redireccionaba hacía mí, sólo para mí, por algo que yo no había hecho.

El secreto de NicolásWhere stories live. Discover now