Epilogo.

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EPILOGO

UNA PEQUEÑA FRACCIÓN DE LA ETERNIDAD


Nicolás.


Todo el espolvoreado parque era inundado por las risas de la pequeña Sarah, le había dicho ya un par de veces que bajara la voz, pero ella era muy terca. Seguramente era de allí de dónde venían las leyendas de espectros que aparecen en medio de la noche jugando solos.

—¡Más alto! —me gritó cuando le acababa de dar un ligero empuje al columpio en el que ella se encontraba. E hice lo que me pidió, siempre lo hacía.

Y siguió exclamando exactamente lo mismo un par de veces. Mientras lo hacía no paraba de reír, y yo no imaginaba que podría ser tan divertido de estar en un columpio en mitad de la noche en este lugar tan desolado.

Le acababa de dar un impulso cuando a lo lejos divisé una figura, una figura que a pesar del tiempo trascurrido pude reconocer perfectamente. Una figura que no me trajo buenos recuerdos, eran una oleada de malos días, los primeros días, de hecho.

—Sarah corre...—le dije en voz baja en medio de un empuje. Por un instante estuve agradecido de que ella saltó inmediatamente del columpio, siendo obediente, y aterrizó grácilmente a unos cien metros de distancia, pero la maldije por desobediente cuando regresó corriendo a mi lado.

—¿Qué pasa? —preguntó, mientras me miraba con esos ojos redondos y expresivos, repentinamente alarmada. Pero no tuve tiempo de responder.

—Tiempo sin verte, Nicolás. ¿Cuánto ha pasado? —dijo acercándose la figura que hace unos segundos estaba a trecientos metros; alto, de piel blanca como la mía, ojos cafés como su cabello, y su voz sumamente amable.

Aquella pregunta había sido pura falsa cortesía. Abram sabía más que de sobra que nosotros sabíamos el tiempo exacto, habían sido nueve décadas y tres años.

—Realmente no tanto —respondí modulando mi voz, logrando que sonara despreocupada, como siempre, y extendí la mano para estrechar la suya.

Él la recibió inmediatamente pero sólo la mantuvo entre las suyas por un par de segundos, después la soltó y llevo sus curiosos ojos a mi niña. Casi podía verla sacándole la lengua y mirándolo con esos ojos insolentes que tenía, pero no lo hizo y lo agradecí.

Estaba a punto de presentarla formalmente para sacarlo de dudas y curiosidades, para demostrarle que nada en ella deseaba ser oculto, cuando el muy inoportuno preguntó primero;

—¿Quién es la niña?

Odie que la llamara de esa forma, pudo usar cualquier calificativo, sin embargo uso ese. Eso quería decir que tenía intenciones que esto se saliera de una conversación normal, ya lo había notado, ¡Por supuesto!

—Ella es Sarah...—dije, señalándola con un leve movimiento de la barbilla. Mi voz seguía siendo segura.

—Nicolás —me interrumpió él, casi aterrado —Es tu pareja —lo estaba afirmando sin asomo de duda, me imaginé que pudo deducirlo por la manera en que ella me miraba, y no podía culparla, yo siempre la mirada de la misma manera, aclarándole a cualquiera que la viera que era mía. Esa creatura de uno cincuenta y cabellos castaños claros era mía.

—Sí —dije y empecé a flaquear, pero aún sin miedo. Éramos dos y él solo uno.

—Creí que dijiste que querías una pareja humana...bueno por lo menos así fue la última vez que nos vimos... ¿Cuál era el nombre de la humana...? —Dejó la pregunta flotando en el aire para lograr un efecto dramático; así era él, eso ya lo sabía y lo detestaba —Rosalía...—dijo al fin, como si lo hubiese recordado de pronto. Sentí a Sarah agitarse en mis brazos —¿Qué? ¿Ya se murió?

El secreto de NicolásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora