Capítulo 3: Los cuadernos de la señora Rosalía.

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Capítulo 3

Los cuadernos de la señora Rosalía.

A la mañana siguiente me desperté yo sola, sin necesidad de que la odiosa de Miriam me fuera a molestar, tomé una ducha rápida y luego de elegir unos pantalones cortos, una playera blanca que me quedaba enorme y unos zapatos deportivos salí de casa, habiendo tomado solo té y pan en la cocina. Aún tenía hambre mientras caminaba a la casa de la señora Rosalía, debía admitirlo, pero me negaba a tomar algo más, además el hambre me sentaba bien, me ayudaba a distraerme y no pensar en cosas malas.

Llegué dando saltitos a la puerta de la casa, con la firma intención de fastidiar al chico tocando repetidas veces el timbre como la vez anterior pero apenas acababa de subir los tres escaloncitos de la entrada cuando noté que en la puerta había uno nota pegada con cinta adhesiva.

La arranqué y la leí.

“Entra por la puerta trasera” decía, escrito en unas letras cursivas, torcidas, intrincadas y completamente anticuadas. Me recordaron perfectamente a las letras de mi abuelo, el padre de mi padre…bueno al que creí que lo era, no, no era momento para pensar en ellos.

Guardé la nota en la el bolsillo de los pantalones y me puse a caminar en busca de la puerta trasera. Allí, del otro lado de la casa, estaba el jardín, uno pequeño igual a todos los demás, como el de la casa de Franco, un cuadro forrado de pasto verde. Detrás de las cercas que lo rodeaban crecían grandes árboles que proporcionaban sombra. Era lindo pero desarreglado, con el toqué rebelde de la naturaleza, porque entre las cercas crecían ramas y enredaderas que se enrollaban en las maderas. Me gustó.

Volteé a la izquierda, encontrándome con una pequeña puerta a la que rápidamente me acerqué, descubriendo que estaba abierta. Ésta llevaba a la cocina, por donde Nicolás había entrado mientras arreglaba el cristal de la ventana. Y al cerrarla me di cuenta de que también tenía una nota adherida a la madera. La arranque y la leí, al igual que la anterior.

“Ve a ver a Rosalía. Hazle compañía” decía, con la misma caligrafía de antes.

Sonreí, eso era divertido, o por lo menos yo lo encontraba así. Me guardé la nota en el otro bolsillo y subí corriendo las escaleras para conocer a la señora Rosalía.

Al llegar al pasillo me di cuenta de que no me había quitado los zapatos, pero Nicolás no estaba, me dije, no se molestaría, y en cuanto bajara lo haría. Además era una costumbre rara, algo que solo los japoneses hacían.

Me acerqué despacio a la habitación, a donde la última vez había visto a la señora con Nicolás y al empujar la puerta y asomar la cabeza al interior, ella volteó inmediatamente, regresando la mirada segundos después, decepcionada, evidentemente no era a mí a quien deseaba ver.

—Lo siento —dije, porque por alguna razón su rostro había mostrado tanto pesar al comprobar que yo no era Nicolás que sentí la necesidad de disculparme.

—Está bien, linda —dijo ella, con una voz tan débil y temblorosa que me dio miedo. Jamás había estado tan cerca de una persona tan vieja, y sentir su fragilidad me hizo temblar.

—Lo siento —dije otra vez, entrando en la habitación —lamento haber roto su ventana.

Me acerqué a su cama, tomando asiento en una silla que estaba a un lado de su lecho, y quise tomarle la mano, pero no lo hice, eso era tomarse demasiadas libertades, pero la mujer me simpatizaba ya mucho.

—Nico no está —dijo, una vez más con esa vocecilla que me recordaba a la llamita de una vela que se ha consumido hasta casi el final, tan pequeña y débil que la más ligera briza de viento pude acabar con ella de un solo golpe.

El secreto de NicolásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora