Capítulo 10: Un minuto de silencio.

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Capítulo 10

Un minuto de silencio.

La escuela no había sido tan mala como lo esperé, ninguna de las chicas me molestó en absoluto, y eso fue bueno porque no tenía ánimos para defenderme, apenas fuerza para no llorar, sólo podía pensar en lo ocurrido el domingo, en Nicolás y en Rosalía, pero en especial en ella, pues era nuestro eslabón de unión, nuestra felicidad, nuestro punto flaco y ahora estaba enferma, y era tan frágil que me causaba miedo pensar demasiado en ello.

Así que lo aparté de mi mente, intenté pensar en otras cosas. Pero me era difícil.

Al salir de la escuela corrí a su casa, pero no estaban, lo que quería decir que no habían dejado salir a Rosalía del hospital. Suspiré, queriendo llorar pero me tragué el llanto y seguí mi camino hasta llegar a la casa de Franco, en donde todo era normal, el interior estaba iluminado, feliz y relajado como si nada estuviera mal en el mundo y eso me hizo enfadar de verdad por lo que me aparte de ahí, me quedé en mi habitación el resto de la tarde, en donde el ambiente era acorde a mi estado de ánimo.

El martes, luego de la escuela hice lo mismo, ir a verlos, pero las puertas estaban cerradas, negándome el acceso a ese mundo de secretos, de flores, de voces amables y sonrisas. Me quedé un segundo frente a la puerta mirándola con ojos tristes, y luego fui al jardín trasero en donde antes de irme regué las rosas que ya comenzaban a sufrir por el abandono. Al llegar a la casa de Franco lo primero que hice fue dirigirme a la sala, en donde me dejé caer a un lado de la mesita chaparra que tenía el teléfono fijo de la casa, esperaría, sí, eso haría, porque él había prometido llamar, y lo haría.

Ya llevaba media hora allí, sujetándome las piernas, con el mentón sobre las rodillas, la mirada clavada en el suelo y el ceño fruncido (esperar era muy aburrido) cuando de pronto un par de zapatillas negras entraron a mi cuadro de visión, eran los zapatos de Miriam. Levanté la mirada.

—Sarah, querida —dijo —, levántate de ahí. No me gusta verte así.

Le dediqué una de mis miradas fulminantes.

—Espero una llamada —le expliqué.

Ella se mostró realmente sorprendida.

—¿De quién? —preguntó, inclinándose a mi lado y poniéndome una mano al hombro.

—De Nicolás —le dije, librándome de su mano con un brusco encogimiento de hombros —, dijo que me llamaría pero aún no lo ha hecho.

—Sarah —dijo Miriam, con un tono de reprensión —Nicolás necesita su espacio en este momento.

—No, —levanté la voz —él me necesita a mí, prometí tocar junto a él cuando la señora Rosalía esté de vuelta.

Mirian se levantó, casi dando un brinco hacia atrás, sin agregar  nada y eso me asustó, me puso alerta inmediatamente. La miré con ojos abiertos desmesuradamente desde el suelo donde me encontraba.

—¿Qué pasa? —le pregunté, pero ella no me contestó, se dedicó a mirarme con tristeza, incluso con lastima mientras se cubría la boca con una mano.

—¿Qué pasa? —repetí, mientras me incorporaba del suelo.

—Franco dijo que te lo diría. —susurró.

—¿El qué? —le pregunté, sin poder evitar temblar de pies a cabeza.

—Él es tu padre…—continuó ella, sin contestarme —él debe decirte este tipo de cosas.

—¿Qué cosa, Miriam? —pregunté, enfadada, acercándome a ella que no paraba de  negar con la cabeza. —Dime.

Miriam miró al piso un momento, como si de allí fuera a obtener las respuestas que necesitaba y luego me miró, con una expresión devastada.

El secreto de NicolásWhere stories live. Discover now