Ventidue.

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POV'S Jessica

Corrí por los pasillos de la universidad hasta llegar al auditorio donde sería la charla, el evento, el proyecto... lo que fuera. Debo decir que estaba bastante lleno y es bastante fácil saber el porqué.

Aquel evento... o lo que sea esto, es parte de nuestra nota final de examen así que sí o sí tenemos que estar aquí.

Me mezclé entre la multitud y comencé a buscar a mis compañeros de clase y por fortuna, a lo lejos, divisé a tres de ellos. Carlo, Francesca y Thalía. Me abrí paso entre la gente y llegué hasta ellos.

— Pensamos que no vendrías— dijo el brasileño apenas llegué a ellos.

— Pues aquí me tienen— dije riendo— ¿A qué diablos vinimos aquí? ¿Qué hay que hacer?

— Pues, hasta ahora no nos han dicho nada. Solo sé que debemos quedarnos hasta el final porque pasarán una lista de asistencia para quienes vinieron— dijo esta vez Thalía.

— Sí, pero hasta cuándo tendremos que esperar— se quejó Francesca—. Estoy harta de estar aquí.

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Las horas se pasaron lentas. Nosotros no hacíamos más que hablar pendejadas, reír de esas mismas pendejadas y buscar comida chatarra como los gordos que éramos. Lindo ¿verdad?

Mi selecto grupo de amigos en la universidad se reducía a ellos tres y a Ivette. Carlo, un ardiente brasileño que tiene a más de una suspirando—incluyendo a Thalía—por esos ojos miel y esa piel morena. Francesca, una real belleza escocesa de cabello cobrizo, ojos almendrados y unas poderosas curvas que te hacían perder la cabeza. Ivette, una española con enormes ojos grises y un cabello tan negro como el carbón, que siempre va muy elegante y a la moda. Por último pero no menos importante, Thalía, aunque la inglesa es tan delgada como una modelo de Victoria Secret no pierde sus atributos y mucho menos su encanto juvenil, aniñado y juguetón con ese cabello rubio dorado, esos ojos azules y esas facciones tan delicadas como las de una niñita.

— ¡Vamos a morir aquí!— exclama Carlo, evidentemente cansado de tanto esperar.

Francesca rueda los ojos y Thalía suelta una pequeña risita. Aunque Thalía babea por Carlo, él no parece darse cuenta. Es tan despistado.

Iba a decir algo cuando los altavoces del auditorio me interrumpieron.

— ¡EN CINCO MINUTOS ESTAREMOS EMPEZANDO!

— Joder, ya era hora— dije, acomodándome en la silla y dándole un mordisco a mi hamburguesa.

Comenzaron a entrar en la tarima del auditorio hombres, y al parecer muy importantes o al menos así se veían a simple vista. Todos con trajes, relojes y zapatos muy caros. Yo, por mi parte estaba decidida a acabar con mi hamburguesa así que ignoré a aquellos hombres por completo hasta terminar.

— Oye— me llamó Francesca— ese hombre es muy guapo.

— Ajá— dije sin prestarle demasiada atención ya que iba a darle el último bocado.

— Creo que es el hombre más guapo de ahí, pero me inclino más por el castaño— dijo Thalía de manera confidencial a Francesca. Yo ya había terminado mi hamburguesa y ahora me estaba tomando la soda.

— ¿Y tú qué piensas?— pregunta Carlo.

— ¿De que?

— De los hombres— rueda los ojos—. Eres la única que no ha decidió quién está más bueno.

— Tienes razón— dicen Thalía y Francesca al unísono.

Iba a hablar, pero sea vez fui interrumpida por Thalía.

— Aunque creo qué hay uno que no ha dejado de mirarte. Creo que lo he visto en revistas.

Khé?

— Sí— dice Francesca con esa sonrisa pícara que la caracteriza— . Y es justo el que a mi me gusta— ahora se dirige a Thalía—. Su nombre es Ares D' Angelo.

Khé!?

Ese nombre. Ese jodido nombre me persigue hasta en los sueños. ¿Que mierda hace ese hombre aquí?

Giro mi cabeza hacia el frente solo para descubrirlo mirándome. Un escalofrío recorre mi columna vertebral cuando me lanza un guiño.
Francesca da un gritito de emoción.

— ¿A quien creen que le habrá guiñado?— pregunta Thalía.

— Me encantaría pensar que fue a mí.

Yo estaba siendo ajena a la conversación de ellas dos. Antes de posar mi vista en otro lugar, le dediqué una mirada fulminante a lo que él me respondió con una sonrisa de labios cerrados.

Este tipo era un jodido dolor en el culo. Era insufrible. Ya había hecho que mi buen humor descendiera en picada de una manera única.

— ¿Lo conoces?— giré mi cabeza hacia Carlo. El brasileño alternaba la vista entre mi jefe y mi persona con genuina curiosidad.

Para que digo que no si, sí

Solté un suspiro del pesar más amargo.

—Sí.

Después de ahí no pudimos seguir hablando porque la charla o conferencia o lo que sea, dio inicio. Yo no escuchaba nada; mi mente estaba en otro lugar y no podía concentrarme bien.

¡Joder!

Ya había pasado como una hora y media y habían hablado al rededor de cuatro hombres. Hablaban sobre los últimos avances médicos durante los últimos diez años, también hablaban de cómo optimizar el mejoramiento de los equipos médicos... etcétera. Me costaba demasiado prestar atención cuando su mirada estaba fija en mí todo el tiempo. Era exasperante y agotador. Ya había ido tres veces al baño para escapar de su sardónica mirada, pero eso parecía misión imposible y definitivamente yo no soy Tom Cruise.

El hombre de cabello rubio terminó de hablar y ahora le tocaba a mi jefe para culminar con esto. ¿Por que diablos no fue el primero en hablar? ¿Por que tenía que ser el último?

Mi jefe se levanto de su asiento y se encaminó hacia el púlpito de reluciente madera que estaba frente a él. Juro por Dios que cuando llego al púlpito se oyeron todos los suspiros de las mujeres aquí presentes y como él sabía lo que provocaba en ellas, sonrió de manera altanera.

Estúpido engreído.

Comenzó a hablar de lo importante que eran las donaciones multimillonarias que se hacían a los hospitales y de cómo eso era necesario para el equipamiento de los hospitales contando con nuevos recursos entre otras cosas a las que dejé de prestarle atención cuando vi una cabellera color miel.

Era Kyle.

Sostenía unos documentos en las manos y hablaba con uno de los profesores que habían cerca. ¿Que estará haciendo?
No he dejado de mirarlo para ver si así por lo menos dirige su mirada hacia mí. Estaba ya concentrada en Kyle, que no me di cuenta de lo que pasaba hasta que lo escuché.

— Señorita Johnson, ¿podría prestarme atención a mí, por favor?— dijo mi jefe, con fastidio e irritación, desde la tarima.

En ese preciso momento todo el mundo quedó en silencio para, acto seguido, darle paso a los murmullos. Mis amigos me miraban anonadados, y yo lo único que podía hacer era hundirme en mi silla para disimular un poco la vergüenza que recorría mi cuerpo en este momento.

Tierra, trágame y escúpeme en Hawái.

Y después se preguntan porqué lo odio. Pues ahí tienen su respuesta.

Al cabo de unos segundos él retomo su parte de la charla, pero la vergüenza aún quemaba dentro de mi cuerpo.

Estúpido idiota.

La Seducción De AresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora