¡Vanidad!

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Él.— Y, además, está la miseria. La voz de la conciencia y del honor es muy débil cuando rugen las tripas. Bastará con que, si alguna vez me hago rico, tenga que restituir, y estoy decidido a restituir de todas las formas posibles: con la buena mesa, con el juego, con el vino, con las mujeres.

Yo.— Pero me temo que nunca lleguéis a ser rico.

Él.— Yo también lo sospecho.

Yo.— Pero, si fuera de otro modo, ¿qué haríais?

Él.— Haría como todos los nuevos ricos, sería el más insolente gañán que se haya visto nunca. Me acordaría entonces de todo lo que me han hecho sufrir y les devolvería todas las vejaciones que me han infligido. Me gusta mandar, y mandaré. Me gusta que me adulen, y me adularán. Tendré a mi servicio a toda la cuadrilla vilmorienne (70) y les diré, como se me ha dicho a mí: Vamos pillastres, distraedme, y me distraerán; despellejad a las personas honradas, y las despellejarán, si es que todavía las hay; y además tendremos mujeres, nos tutearemos, cuando estemos borrachos; nos embriagaremos; nos contaremos cotilleos; nos daremos a toda clase de defectos y de vicios. Será delicioso. Demostraremos que De Voltaire no tiene talento; que Buffon, siempre aupado sobre sus coturnos, no es más que un declamador ampuloso; que Montesquieu es brillante pero nada más; relegaremos a D'Alembert a sus matemáticas; vapulearemos a todos esos aprendices de Catón (71) como vos, que nos desprecian por pura envidia; cuya modestia es el velo del orgullo y cuya sobriedad es ley de la necesidad. ¿Y la música? Entonces será cuando la tendremos.

Yo.— Viendo el digno empleo que haríais de la riqueza, me parece una verdadera lástima que seáis un pobretón. Viviríais de manera muy honorable para la especie humana, muy útil a vuestros conciudadanos, muy gloriosa para vos.

Él.— Creo que os burláis de mí; pero no sabéis con quién os las veis, señor filósofo; no sospecháis que en este momento represento a la facción más importante de la villa y corte. Aquellos que han alcanzado la opulencia en cualquier oficio tal vez se hayan dicho a sí mismos lo mismo que acabo de confiaros, o tal vez no, pero el hecho es que la vida que yo llevaría, de estar en su lugar, es exactamente la que ellos llevan. En cuanto a vos y los vuestros, ved en qué punto estáis. Creéis que la dicha es la misma para todos. ¡Qué extraña visión! Vuestra dicha supone una cierta manera romántica de ser que nosotros no tenemos; un alma singular, un gusto particular. Adornáis esta extravagancia con el nombre de virtud; la llamáis filosofía. Pero, ¿acaso la virtud y la filosofía son accesibles a todo el mundo? Las tiene quien puede. Las conserva quien puede. Imaginad el universo sabio y filósofo, convenid conmigo que sería sumamente triste. Está bien, viva la filosofía, viva la sabiduría de Salomón. Beber buenos vinos, atiborrarse de exquisitos manjares, revolcarse con bonitas mujeres, descansar en lechos mullidos: excepto eso, el resto no es más que vanidad (72).

Yo.— ¡Vaya! ¿Y defender la patria?

Él.— Vanidad. Ya no hay patria. De un polo a otro no veo más que tiranos y esclavos.

Yo.— ¿Ayudar a los amigos?

Él.— Vanidad. ¿Acaso tenemos amigos? Y si los tuviéramos, ¿sería necesario hacer de ellos unos ingratos? Observad y veréis que casi siempre eso es lo que se cosecha a cambio de los servicios prestados. El agradecimiento es un lastre y todo lastre está concebido para ser soltado.

Yo.— ¿Ocupar un cargo en la sociedad y cumplir con las obligaciones que conlleva?

Él.— Vanidad. Qué importa tener o no un cargo con tal de ser rico, puesto que solo se ocupa un cargo para llegar a serlo. ¿A qué conduce cumplir con las obligaciones? A la envidia, a la confusión, a la persecución. ¿Así es como se consigue? Adular, ¡qué demonios!; adular; tratar a los grandes; estudiar sus gustos; prestarse a sus fantasías; servirles en sus vicios; aprobar sus injusticias. Ese es el secreto.

Yo.— ¿Velar por la educación de nuestros hijos?

Él.— Vanidad. Ese es asunto de un preceptor.


El sobrino de Rameau- Diderot

(70) Hace referencia a Philippe-Charles Le Gendre de Villemorien, consejero del Parlamento, yerno de Bouret y odiado por los filósofos. Diderot ha inventado este adjetivo que lleva la connotación de «vil» y «rien» (nada).

(71) Catón es el prototipo de hombre sensato, severo, modesto y moderado. Pero «hacerse el catón» según Trévoux es dárselas de ello sin serlo. Diderot inventó el verbo catonizar.

(72) Se trata de una extrapolación de algunas frases del Eclesiastés sacadas de su contexto por Rameau.

Fragmentos que impactanWhere stories live. Discover now