Él.— Si es importante ser sublime en algo, es sobre todo en el mal. A un granuja se le escupe en la cara, pero no se puede negar cierta consideración a un gran criminal. Su coraje os asombra. Su atrocidad os estremece. La unidad de carácter siempre seduce.
(...)
Yo.— Nunca he oído hablar de ese renegado de Avignon, pero debe ser un hombre extraordinario.
Él.— Lo es.
Yo.— La historia de los grandes personajes siempre me ha interesado.
Él.— No lo dudo. Este vivía en casa de un buen y honrado descendiente de Abraham, de aquellos prometidos al padre de los creyentes en número
Él.— En casa de un judío. Se ganó primero su conmiseración, después su benevolencia y finalmente su plena confianza. Como suele ocurrir siempre. Estamos tan seguros de nuestras buenas acciones que rara vez ocultamos nuestro secreto a quien hemos colmado de bondades. ¿Cómo no va a haber ingratos si exponemos al hombre a la tentación de serlo impunemente? Esta es una atinada reflexión que nuestro judío no se hizo. Confió pues al renegado que no podía en conciencia comer cerdo. Ahora veréis todo el partido que un espíritu fecundo supo sacar de esta confesión. Pasaron algunos meses durante los cuales nuestro renegado redobló el apego. Cuando creyó a su judío totalmente entregado, hechizado, convencido por sus cuidados de que no había un mejor amigo en todas las tribus de Israel... Admirad la circunspección de este hombre. No se precipita. Deja madurar la pera antes de arrancarla de la rama. Demasiado ardor podía hacer fracasar su plan. Y es que, generalmente, la grandeza de carácter resulta del equilibrio natural de varias cualidades opuestas.
Yo.— Dejad vuestras reflexiones y seguid contándome vuestra historia.
Él.— Eso es imposible. Hay días en que necesito reflexionar. Es una enfermedad a la que hay que dejar seguir su curso. ¿Por dónde iba?
Yo.— Por la intimidad firmemente establecida entre el judío y el renegado.
Él.— Entonces la pera estaba madura... pero no me escucháis. ¿En qué pensáis?
Yo.— Pienso en la irregularidad de vuestro tono de voz, unas veces alto, otras bajo.
Él.— ¿Acaso puede ser único el tono de voz del hombre vicioso? Llega una noche a casa de su buen amigo, con el aspecto espantado, la voz entrecortada, el rostro pálido como la muerte, temblando como una hoja... «¿Qué os sucede? —Estamos perdidos. —Perdidos, ¿y por qué? —Perdidos, os digo; perdidos sin remedio. —Explicaos. —...Un momento, que me recupere del espanto. —Vamos, reponeos, le dice el judío, en lugar de decirle: Eres un bribón redomado; no sé lo que tienes que contarme, pero eres un bribón redomado; finges el terror.»
Yo.— ¿Y por qué debía hablarle así?
Él.— Porque era falso y se había pasado de la raya. Eso, para mí, está claro y no me interrumpáis más... «Estamos perdidos, perdidos sin remedio.» ¿Es que no notáis la afectación de esos perdidos repetidos? «Un traidor nos ha denunciado a la Santa Inquisición, a vos por judío, a mí por renegado, por infame renegado.» Ved cómo el traidor no se sonroja al utilizar las expresiones más odiosas. Hace falta más valor del que uno se imagina para llamarse a sí mismo por su nombre. No sabéis lo que cuesta llegar a eso.
Yo.— No, ciertamente. Pero, este infame renegado...
Él.— Es falso, pero de una falsedad muy astuta. El judío se asusta, se tira de la barba, se revuelca en el suelo. Ya ve los esbirros a su puerta, ya se ve vestido con el sambenito, ya ve su auto de fe preparado... «Amigo mío, mi querido amigo, mi único amigo, ¿qué decisión podemos tomar?... —¿Qué decisión? Exhibirnos, afectar la mayor seguridad, comportarnos como de costumbre. El procedimiento de este tribunal es secreto pero lento. Hay que servirse de sus retrasos para venderlo todo. Yo iré a fletar o haré fletar un barco por un tercero, sí, por un tercero, eso será lo mejor. Cargaremos en él vuestra fortuna, pues es vuestra fortuna lo que principalmente quieren, y nos iremos vos y yo a buscar, bajo otro cielo, la libertad de servir a nuestro Dios y de observar con toda seguridad la ley de Abraham y de nuestra conciencia. Lo más importante en la peligrosa circunstancia en que nos hallamos es no cometer ninguna imprudencia.» Dicho y hecho. El barco es fletado y provisto de víveres y de marineros. La fortuna del judío embarcada. Al día siguiente, al amanecer, se harán a la vela. Pueden cenar alegremente y dormir seguros. Mañana escaparán a sus perseguidores. Durante la noche, el renegado se levanta, despoja al judío de su cartera, de su bolsa y de sus joyas; se embarca y se va. ¿Creéis que esto es todo? Bueno, no tenéis ni idea. Cuando me contaron esta historia, yo adiviné algo que he callado para probar vuestra sagacidad. Habéis hecho bien siendo un hombre honrado, no habríais llegado a ser más que un bribonzuelo. Hasta el momento el renegado no es más que eso. Es un pícaro despreciable a quien nadie querría parecerse. Lo sublime de su maldad es haber sido él mismo el delator de su buen amigo el israelita, a quien la Santa Inquisición prendió al despertar y con quien, algunos días después, hicieron una bonita hoguera. Y así fue como el renegado se convirtió en tranquilo poseedor de la fortuna de ese descendiente maldito de aquellos que crucificaron a Nuestro Señor.
Yo.— No sé qué me produce más horror, la perversidad de vuestro renegado o el tono en el que vos habláis de él.
Él.— Es lo que os decía. La atrocidad de la acción os lleva más allá del desprecio, y ese es el motivo de mi sinceridad. He querido que conocierais hasta qué punto sobresalgo en mi arte; arrancaros la confesión de que al menos soy original en mi envilecimiento, colocarme en vuestra cabeza a la altura de los grandes canallas, y gritar después: Vivat Mascarillus, fourbum imperator! (105) Vamos, alegría, señor filósofo; gritemos a coro: Vivat Mascarillus, fourbum imperator!
El sobrino de Rameau- Diderot
105 «¡Viva Mascarillus, emperador de los granujas!»: Molière, El atolondrado o los contratiempos (L'Etourdi ou les Contretemps), II, 8, (1655).

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Fragmentos que impactan
RandomEl objetivo de este título es el de almacenar aquellos fragmentos que han influido notablemente en la evolución de mi pensamiento. Espero que para todos aquellos que estén cansados de leer las mismas citas de los mismos autores o que tal vez quieran...