Panegírico de Abraham

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Por la fe Abraham dejó la tierra de sus mayores y fue extranjero en tierra prometida. Abandonó una cosa, su razón terrestre, y tomó otra, la fe; si no, pensando en lo absurdo de su viaje no habría partido. Por la fe fue extranjero en tierra prometida, donde nada le recordaba aquello que amó,mientras que la novedad de todas las cosas introducía en su alma la tentación de un doloroso arrepentimiento. ¡Con todo,era el elegido de Dios, en quien el Eterno se complacía! En verdad, de haber sido un desheredado, un despojado de la gracia divina, quizás hubiera comprendido mejor esa situación que parecía una burla a él y a su fe. También hubo en el mundo quien vivió desterrado de su patria bien amada. No se le ha olvidado, ni tampoco sus quejas allí donde en su melancolía buscó y halló lo que había perdido. Abraham no ha dejado lamentaciones. Es humano condolerse y llorar con el que llora; pero es más grande creer, y más reconfortante aún contemplar al creyente. 

Por la fe Abraham obtuvo la promesa de que todas las naciones de la tierra serían bendecidas en su posteridad. El tiempo pasaba, quedaba la posibilidad y Abraham creía. El tiempo pasó, la espera se hizo absurda, y Abraham creyó. Se ha visto también en el mundo a quien tuvo una esperanza.Pasó el tiempo, la tarde llegó a su ocaso, pero este hombre no tuvo la cobardía de renegar de su esperanza; por eso tampoco se le olvidará nunca. Luego conoció la tristeza y su amargura,lejos de decepcionarlo como la vida, hizo por él todo lo que pudo y con su consuelo le dio la posesión de su burlada esperanza.Conocer la tristeza es humano, humano es participar de la pena del afligido; pero más grande es creer y aun más reconfortante contemplar al creyente. Abraham no nos ha dejado lamentaciones. A medida que transcurría el tiempo, no iba contando tristemente los días; no observaba a Sara con inquieto mirar para ver si los años cavaban surcos sobre su rostro; no detenía el curso del sol para impedir que Sara envejeciese y su esperanza con ella; no cantaba a Sara triste cántico para apaciguar su dolor. Él envejeció y Sara fue objeto de burlas en el país; con todo, era el elegido de Dios y el heredero de la divina promesa de que todas las naciones de la tierra serían bendecidas en su posteridad. ¿No hubiera valido más no ser el elegido de Dios? ¿Qué significa, pues, serlo? Es ver contrariado en la primavera de la vida el deseo de la juventud, para obtener el favor sólo en la senectud, después de grandes dificultades. Pero Abraham creyó y mantuvo firmemente la promesa, a la cual habría tenido que renunciar,de haber vacilado. Habríale dicho entonces a Dios: "Quizás tu voluntad no es que mi deseo se realice; por lo tanto, renuncio ami voto, el único, en el que ponía mi felicidad. Mi alma es recta y no guarda secreto rencor por tu repulsa". No se lo hubiera olvidado; muchos se habrían salvado con su ejemplo; pero no habría llegado a ser el padre de la fe. Porque es grande renunciar al voto más caro, pero más grande es cumplirlo después de haberlo abandonado; grande es asir la eternidad,pero más grande aún guardar lo temporal después de haber renunciado a ello. Después los tiempos fueron cumplidos. Si Abraham no hubiera tenido fe, Sara indudablemente habría muerto de amargura, y él, roído de tristeza, no habría comprendido el favor; pero habría sonreído como ante un sueño de juventud. Abraham creyó, y por eso se mantuvo joven; pues quien espera siempre lo mejor envejece en las decepciones y quien aguarda siempre lo peor se gasta temprano;pero quien cree conserva una eterna juventud. ¡Bendita sea,pues, esta historia! Porque Sara, aunque avanzada en edad,fue lo bastante joven para apetecer los goces de la maternidad,y Abraham, a pesar de sus cabellos grises, se sintió joven para anhelar ser padre. A primera vista el milagro parece consistir en que el suceso aconteció según su esperanza; pero, en el sentido profundo, el milagro de la fe reside en que Abraham y Sara fueron lo suficientemente jóvenes para desear, y en que la fe mantuvo el deseo, y de este modo la juventud. Él vio el favor de la promesa y lo alcanzó por la fe; y todo sucedió en concordancia con la promesa y según la fe; porque Moisés golpeó con su vara la roca, pero no creyó. 

Entonces hubo alegría en la casa de Abraham, y Sara fue la esposa de las bodas de oro. 

Esta felicidad, sin embargo, no debía durar; una vez más debió Abraham conocer la prueba. Había hecho frente al cazurro poder al cual nada se le escapa, al enemigo cuya vigilancia jamás cesa en el transcurso de los años, al anciano que sobrevive a todo; había luchado contra el tiempo y había mantenido la fe. Y entonces todo el terror del combate se concentró en un instante: "Y Dios puso a prueba a Abraham y le dijo: toma tu hijo, el único, aquel a quien tú amas, Isaac; vé con él al país de Morija y allí ofrécelo en holocausto sobre uno de los montes que yo te señalaré". 

Fragmentos que impactanWhere stories live. Discover now