SEIS: MIEMBRO

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La rebeldía de Ariel a mi presencia duró más que un suspiro pero menos que un largo bufido. Al poco andar se había acostumbrado por completo a ser servido. No me estaba permitido ayudarlo en los que respectaba a su rutina, pero en trabajos hogareños era casi mi deber adivinar sus peticiones.

El desayuno, el almuerzo, la once, todas las comidas terminaron corriendo por cuenta mía, independiente que él pudiera en efecto cocinar.

Lavar ropa, planchar, trapear los pisos, limpiar las ventanas, aquello siempre había sido parte de mi trabajo, pero me divertía pensar la velocidad con la cual Ariel se entregó a mi organización.

Su resistencia era nula luego de seis meses juntos, incluso, cuando un partido de básquetbol lo dejó con una leve molestia en el hombro, me solicitó ayuda en tareas simples como: cargar cosas y hacer su cama.

Parecerá poco, pero para las barreras de la independencia, aquello era casi entregarse por completo.

Mi falta de experiencia no me permitió entender desde un principio que todas esas pequeñas peticiones se traducían en confianza, algo que Ariel no le entregaba a cualquiera, como tampoco me previno de las consecuencias que traía consigo mi nuevo estatus.

Entre los beneficios asociados a la confianza de Ariel se encontraba su inexplicable suposición de que de pronto habías adquirido habilidades telepáticas. Esperaba que hicieras cosas sin siquiera mencionártelo, solo por el hecho de que confiaba en ti. Así mismo se potenciaba bastante la facilidad para regañarte.

A veces no era capaz de seguir su línea argumental, por el simple hecho de que no tenía idea qué había hecho mal. Así que me limitaba a observarlo y asentir, mientras intentaba dilucidar entre sus reclamos una pista que me guiara hasta la razón de tal reacción.

Una vez se trató de que no había planchado la camisa que solía utilizar para presentaciones importantes. ¿Me dijo que la planchara? No. ¿Comentó alguna vez que utilizaba esa camisa para las presentaciones importantes? Tampoco. ¿Había notado yo que había una camisa que se ocupaba solo en ocasiones especiales? Menos. Pero, en la cabeza de Ariel, todo aquello se daba por sentado.

En otra ocasión se trató de su hermana y su repentina aparición durante la tarde.

Tocó a la puerta unos minutos antes de que yo comenzara a arreglar mis cosas para volver a casa. Traía consigo a su bebé y una caja repleta de papel gofrado.

En la mente de Ariel, yo estaba al tanto de tal visita. Había preparado algo de comer, y estaba dispuesta a quedarme con ella esperando la llegada del dueño de casa―que en ese minuto se encontraba en Coihaique, tomando un vuelo de vuelta a Santiago―, para atenderla si necesitaba algo.

Como dije al principio: En la mente de Ariel, solo en la mente de Ariel.

―Hola―saludó―, tú debes ser Graciela. Verónica, mucho gusto.

Intentó estirar su mano hacia mí, pero entre la caja, el coche y el bebé, a penas pudo ondear su palma.

Corrí a coger la caja y entré el cochecito―lleno hasta arriba de bolsos y pañaleras―, con lo que Verónica tuvo brazos suficientes para preocuparse solo de su niño. Me agradeció con vehemencia y cerró la puerta.

Mi cara de desconcierto debió ser muy evidente, por lo que inmediatamente después de entrar dijo:

―No te lo dijo, ¿Cierto?―Sonreí y negué―. Discúlpame, soy hermana de Ariel, hoy íbamos a juntarnos pero su vuelo se retrasó. Dijo que tú estabas acá y que me recibirías, pero supondré que olvidó por completo avisarte y da por sentado que sí lo hizo. No te preocupes, lo entiendo, lo conozco desde que nací.

ParadigmasWhere stories live. Discover now