DIEZ: BUQUÉ

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Chile se conoce por pocas cosas: Su himno cantado a capela, sus tragedias naturales, su idioma español propio, sus reservas de cobre y sus vinos.

Los extranjeros suponen que por ser chilenos y tener la mayoría requerida para beber, todos en el país sabemos sobre vinos. Es una pregunta habitual de cualquiera ajeno al territorio nacional.

¿Qué vino me recomiendas?

Aún no sé qué responder a eso. Porque, además de diferenciar el vino blanco, el tinto y el rosado, manejo escasa o nula información sobre viñas, precio-calidad, o tipos.

Puedo mentir sobre ello, tal como me enseñó Ariel, pero no sería de ayuda.

Además, para ser honesta, solo podría mentir en una cata de vinos, cualquier otra situación se me haría cuesta arriba.

Aprendí sobre el cuerpo de los líquidos al final de nuestro año juntos. ¿Onceavo mes? ¿Doceavo?, no podría asegurarlo, pero ya nos quedaba poco, sin siquiera yo saberlo.

Él apareció con su silla, vestido de gala. Los trajes eran comunes en él, pero este lucía más solemne o quizás con mejor talle. Su sutil diferencia me obligó a preguntar la ocasión, solo para descartar el hecho de que fuera a un funeral o a un matrimonio.

―Cata de vinos―respondió ajustando sus mangas―. Me han invitado en la oficina y de verdad no quiero ir porque siempre ponen las mesas a la altura de mi hombro, pero es la única instancia que tengo para ser un besador de culos profesional y cortejar a los clientes mientras los asombro con mis conocimientos enológicos.

―No sabía que eras un experto.

―¿En vinos?

―Besando culos, pero creo que lo de los vinos también me sorprende.

Me siento orgullosa de la rapidez mental que adquirí junto a él. Tanto enfrentarme a sus comentarios malintencionados había ejercitado mis capacidades de respuesta, elevándolos a niveles insospechados. Hasta él se sorprendía, logrando responder a mis ocurrencias con una exigua mirada suspicaz, que solo lograba aumentar mi ego.

―No soy experto, en ninguna de las dos actividades, pero hablar de vinos es muy fácil.

―Si pusieras en mi boca un Gato blanco en caja o un chardonnay Concha y Toro, sería lo mismo.

―Si no quieres que haga bromas obscenas, no me regales la oportunidad de bromear sobre qué cosas pones en tu boca.

―Eres tan infantil.―Había avanzado en mi reflejo de respuesta, pero no estaba a su nivel.

―Lo sé, pero volviendo al vino. Parecer enólogo solo requiere de dos características, provenir de un país con cultura de vino, conocer los adjetivos suficientes. Tú cumples las dos características. ¿Sabes? Trae dos copas y un tinto cualquiera.

No fue una sugerencia, fue una orden, una de esas que supuse era mala idea acatar, pero acaté de todos modos porque todo lo que se le ocurría a Ariel me causaba curiosidad.

Puse el vino en la mesa de centro y me senté en el sillón. Él se acercó, estacionando su silla frente a mí.

―Toma la copa, pero por el tallo. Primera cosa: color.

―Es tinto.

―Sí, pero si dices algo como «tono carmesí intenso, capa alta», quedas como una profesional.

―¿Capa alta?

―Tomas una servilleta con diseño, si el diseño se ve perfecto a través de la copa, capa baja, si no, capa alta. Más fácil imposible.

ParadigmasWhere stories live. Discover now