Capítulo Ocho.

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Llegue a mi casa y mi madre me llamo desde la cocina.

– ¿Qué quieres mamá? –Le pregunte.

–Estuve pensando que tú no estás muy bien, has estado diferente y nosotras...

–Mamá, se breve, no estoy de humor. –La interrumpí de mala gana.

–Podría llevarte a un doctor el fin de semana, alguien que te ayude, ya sabes. –Dijo sonriendo forzadamente, lo noté.

– ¿Un psicólogo? ¿Ahora estoy loca? –Pregunte enfadada. Pero de seguro si estaba loca.

–Es por tu bien, además, has bajado tanto de peso, ya es demasiado. –Suspiro.

–Sí April, dime que chico te va a querer así, estás tan delgada, pareces tabla de planchar. –Mi adorable hermano mayor James se metió en la conversación, y por adorable, me refiero a insoportable.

–No me interesa, no quiero a ningún chico. –Me crucé de brazos.

–Será mejor que Daniel no te oiga. –Mi madre comento.

–Tranquila, Daniel y yo ya no estamos juntos, buenas noches. –Dije con el fin de terminar la conversación para ir a mi habitación.

Me recosté en mi cama y comencé a pensar, a pensar en Vania, en que estaría haciendo, si había acepado comer o no, si estaría furiosa conmigo o agradecida de que salve su vida.

Tenía que ir a verla.

3 de marzo de 2014.

Fue el día en el que me atreví a ir a ver a Vania.

Esa mañana me levante algo asustada, me duche, me vestí, tome una manzana y un té verde helado y salí de mi casa.

Tome un taxi hasta el hospital, subí al piso 3 y pregunte por ella.

–En la habitación 319, por este pasillo a la izquierda. –Dijo sonriendo la enfermera al mismo tiempo que apuntaba el blanco y alargado pasillo.

–Muchas gracias, ¿sabe si esta con alguien? –Le pregunte.

–No, eres la primera hoy.

Asentí y trague saliva, era hora de ver a Vania. Al ver el número 319 en la puerta me puse nerviosa, y aún más al ver el nombre “Vania Green” en un costado de la azul puerta.

Respire hondo y gire la manilla para poder entrar.

Vania me vio y me miró fijamente a los ojos, no se veía enojada, sino triste, decepcionada, harta de todo.

–Hola Vania. –Me acerque tranquilamente.

– ¿Hola Vania? ¿Es lo único que puedes decir? ¡April arruinaste mi vida! –Grito enojada, ahora si  parecía enfadada, y mucho.

–Vania, si no lo hacía morirías. –La mire mal.

– ¿Y porque no me dejaste morir April? ¿No te diste…no te diste cuenta de que estaba harta de esta maldita vida? –Su voz se quebraba. –¿No te das cuenta de que ya nada vale la pena? –Comenzaron a caer lágrimas de sus ojos, era la primera vez que la veía llorar, ella solía decir que las princesas no lloraban.

–No sabía que querías morir. –Me acerque aún más, con ganas de abrazarla.

–No te acerques… –Limpio sus lágrimas. – ¿Has llegado a tu meta?

–Sí. –Asentí.

–No lo mereces, nunca debí haberte invitado a ser una princesa, te hubieras delatado a ti misma, no a mí. –Medio grito. – ¿Sabes todo lo que me han hecho? ¡Me han intentado dar de comer a la fuerza! ¡Me han inyectado glucosa intravenosa! ¡Me han traído estúpidos psicólogos y nutricionistas! ¿Para qué? ¡Para luego llevarme a una jodida casa de rehabilitación!

–Vania…lo siento. –Dije al borde de las lagrimas.

– ¡Te odio April Wood! ¡Ya no eres una princesa, ni nunca lo serás! ¡Ni aunque peses 45, 40 o lo que sea!

–Vania, escúchame. –Trate de hacerla recapacitar.

–Vete de aquí. –Apunto la puerta con su mano, y dejó al descubierto su muñeca llena de cables y otras cosas que literalmente la mantenían con vida.

No dije ninguna palabra más y salí de la habitación 319.

Fue mala idea ir a ver a mi “amiga” Vania.

¿Sí ya no era una princesa Ana? ¿Entonces que era?

¿Simplemente una estúpida?

Seguramente.

The Crown © (Anorexia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora