07. Ely, herida en auto ajeno ✓

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Los pitidos continuaron en la semana. Normalmente duraban un minuto o dos y lo agradecía, no eran tan intensos ni largos como para perder detalle de la clase. Me dormía con una punzada en la nuca y una comezón en la muñeca.

El trabajo con Pao fue bastante más ligero. Estaba aún muy emocionada y yo cuidaba que cualquier foto que tomara para subir a las redes sociales no mostrara el anillo.

—Sam quiere decirle primero a su madre.

Yo no sabía qué tanto Sam le había contado de su disputa familiar, pero no creía que Pao sospechara que tras madre estaba Anselmo.

El jueves antes de irme atrapé a Sam en la cocina.

—¿Irás a ver a tu madre? —Alcé las manos indicándole que no venía con ganas de pelear.

—¿Por qué?

—Sam, es tu vida y son tus decisiones. Pero, por favor, dímelo. Si vas a verla, no vayas solo.

Pude ver cómo la tormenta se desataba en su mente. Mordiéndome el labio, me lancé a sus brazos. Y me aferré a su camiseta ahí donde ocultaba la cicatriz.

—Hazme caso, Sam. Preferiría que no te torturaras frente ellos, pero si así lo quieres, llévate a alguien que pueda recoger los pedazos.

Me empujó y lo solté. El nudo que siempre había estado al fondo de mi corazón respecto a Sam se deshizo cuando sentí el odio que destilaba hacia su familia y por mencionarla, a mí también. Mi vista se nubló cuando empecé a escupir todo lo que le tenía guardado, cosas que ahora sé no tenían sentido, pero en el momento me parecieron totalmente lógicas y aceptables.

En algún instante, me callé e inhalé hondo.

—Ely...

—Ya me voy —Me encogí de hombros para soltar la tensión que había acumulado, mi garganta ardió. Había hecho lo necesario, que se enojara conmigo si quería.

Anselmo no se detendría esta vez.

*

El pitido evolucionó en un zumbido que tomó media hora de mi viaje diario. La última media hora. Así que no estaba de buen humor para cuando entré a la primera clase.

Andrea estaba más alegre de lo normal, lo noté a mediodía cuando se ofreció a comprarme otro café para que le sonriera un poco.

Salimos tarde de la penúltima clase. Lola quiso dejar claro que el examen de este sábado —qué genial, exámenes otra vez— sería prácticamente nuestros apuntes.

Andrea se adelantó, ya que era la más veloz, para avisar al maestro de Historia lo que sucedía. No era la primera vez que Lola se excedía y el hombre era muy compresivo.

Sin embargo, sin Andrea me sentía rara en el grupo. No nos relacionábamos más allá de lo necesario. Así que fui desacelerando hasta quedarme un poco atrás. Y apreté el paso cuando vi que ya habían entrado.

Estaba corriendo y, fijarme muy bien en el camino es esencial, me he accidentado por cosas más estúpidas que una grieta en el pavimento. Estoy segura de que no fue algo externo.

Fueron unos segundos. Eso bastó para que viera todo blanco y el zumbido creciera hasta convertirse en un grito desgarrador. Mi pie izquierdo se dobló y alcancé a sujetarme de la banca para no caerme.

Jadeé.

Inhalé profundamente e intenté enderezarme, pero mi pie no lo permitió. El dolor me recorrió toda la pierna al apoyar el pie.

Caminar habría sido un suicidio, así que me rendí en la banca. Coloqué mi bolso en el regazo y eché la cabeza atrás.

Genial. Iba a perderme la última clase de Historia. Le mandé un mensaje a Andrea comunicándole que me había accidentado y que iría a la enfermería.

Las Siete LlavesWhere stories live. Discover now