10. Ely delirando ✓

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Misael me esperaba en la entrada de la escuela con un café en mano, lo tomé con una mueca.

—¿Te sientes bien?

—Sólo algo mareada —respondí y él me detuvo y me alzó el rostro. Me examinó con la mirada y entrecerró los ojos esperando una explicación. No tenía muchas ganas de hablar sobre aquella espantosa pesadilla, ya me había esforzado demasiado enterrándola.

—Jacqueline...

Le mordisqueé el pulgar para que me dejara.

—Gracias por la ambrosía —Soltó un bufido—, te veo después.

Las cosas respecto a las Arañas se habían calmado. No se habían presentado más casos y, como era de esperarse, las víctimas habían muerto. Estudiamos un poco el pánico que había creado la noticia y la desechamos volviendo al tema de los exámenes.

*

Frías cadenas se cerraron en sus tobillos y muñecas, atándola a un suelo inestable y que se tambaleaba como un mar. Un mar, algo que nunca había visto y que sólo podía imaginar. El miedo se arraigó, otra nueva capa se le añadía a la ya gigantesca cantidad de sensaciones paralizantes que sufría.

Recargó la cabeza en la pared ondulante.

Un rato. ¿Una noche, un día? No lo sabía, sólo tenía que aguantar un rato.

Sin embargo, esta vez sintió algo. Una energía la electrizó, era muy similar a las torturas que recibía cada vez que iban por ella, pero no la hería. La llenaba.

Una tormenta se desató fuera de la prisión, la energía se soltó como relámpagos y tornados que rodeaban su cabeza. Estaba ahí, llamándola.

Intentó gruñir, su garganta se negó.

Oyó pisadas rápidas y ligeras. Huían. Huían sin ella.

Morirían sin ella, también.

Todos lo hacían. Nadie sobrevivía.

Su destino, tanto dentro como fuera de la prisión, era la muerte.

Sus vidas no valían nada, ellos no eran lo que esos monstruos querían. Sólo eran un medio para conseguir lo que ansiaban: Llaves.

No escuché lo último que dijo el maestro, tan pronto salió del salón me giré hacia Andrea, no sé qué vio en mi rostro, pero apresuró sus cosas dentro del bolso y me jaloneó hacia los baños. Tropecé varias veces, ella me mantuvo erguida. A mitad del camino empezaron las arcadas y se me nubló la vista.

Andrea, técnicamente, me arrojó dentro de un cubículo luego de quitarme el bolso. Vomité bilis, no había comido nada que no fuera el café de Misael. Tenía la panza vacía y, aun así, mi cuerpo no me dio tregua.

Sollocé al salir, Andrea me miró preocupada mientras me lavaba el rostro y enjuagaba la boca.

Esta vez no estaba sola en el baño, pero la mujer que se reflejó tampoco era Andrea. Volvió a reemplazarme en el espejo. Era de piel más oscura que la mía, unos ojos algo rasgados y profundamente oscuros. Inhalé.

—Vete —formé la palabra con los labios.

La mujer ladeó la cabeza y frunció el ceño. Extendió su mano y su ropa fue rasgada en vertical, la piel se abrió y comenzó a chorrear sangre, jadeé.

¡Relájate!

La mujer parecía asustada, algo la estrelló en el espejo. La sangre me salpicó.

Las Siete LlavesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora