24. Eva, la chismosa ✓

9 2 0
                                    

—¿Qué?

Eva retrocedió con el celular en mano, atenta a cómo Ely salió tras un minuto de silencio. Había creído que estaba llorando, lástima, había fallado.

Como la buena amiga que creía que era, había notado que algo había pasado en el tiempo en que Eva no había estado. Paloma no había dicho nada, se limitó a decir que Ely se había mostrado preocupada y desesperada por irse, pero, al igual que ella, había preferido no preguntar. Cuando habían llegado y Ely se había encerrado, se había quedado sola un rato en su apartamento hasta haberse decidido por hacer algo por su amiga, aun si no sabía qué la había puesto así.

Paloma peleándose con Danny era un hecho y le había visto rodearle como un depredador en la planta baja mientras acudía al apartamento de ellas dos con el celular recién sacado del fondo de su maleta negra. Bolita estaba siendo cuidado por Vania, una adolescente adorable que había llegado hacía dos años y, aun así, había dejado atrás la crueldad de los ísindis para esforzarse por no dejarles ganar.

—Ellos destruyeron mi infancia y parte mi adolescencia, sí —admitió mientras acariciaba a Bolita cuando había salido a pasearlo hacia unos días—, pero no harán lo mismo con lo que resta de mi vida. No dejaré que lo hagan estando en una dimensión diferente.

Ese mismo día le preguntó que si podía cuidar de Bolita y ella aceptó encantada.

Los animales en la vecindad no existían, exceptuando a Danny, así que comprendía la fascinación de Vania por Bolita. La pesadilla se había disuelto hacía mucho y ya no tenía necesidad de llevar a Bolita a todas partes.

—Vamos a mi apartamento, ahí nadie nos interrumpirá —sugirió y Ely asintió, tensa.

Eva guardó el celular en el bolsillo de su saco y no se molestó en atender las risas de los demás al ver a Danny siendo sometido por Paloma. Cerró tras Ely y la condujo al sofá; encendió la televisión y bajó el volumen para que se volviera un ruido de fondo agradable.

—Marca los que tú quieras, sólo agrégale... Otoch, ¿cierto? Creo que es... 245.

Le tendió el celular con una sonrisa tensa. Ely la miró unos segundos con sus ojos marrones atentos y confundidos.

—¿Funciona?

—La última vez que lo usé sí lo hacía.

—Bien —musitó y tecleó un par de números y letras, seguramente a un celular vinculado a una tarjeta. Lo cual, era muy común, más seguro, decían. Para Eva, peligroso.

—El único defecto que tiene es que solo funciona en altavoz —mintió—, prometo mantenerme callada.

Le agradaba Ely, había aprendido a apreciarla, pero también comprendía que el anhelo al pasado hacía que la gente cometiera locuras sin pensar y de cometerlas, no sólo Ely pagaría las consecuencias. Mucha más gente dependía de que la organización, la comunidad que habían formado, se mantuviera en secreto.

O algo así.

Como lo prometió, Eva se acostó con la cabeza en el regazo de Ely y se echó un cojín en la cara.

—¿Sí?

—Sa-am —tartamudeó Ely e inhaló profundamente—, Sam, soy Ely.

—Ah, hola. ¿Qué pasó? ¿Por qué no me llamas de tu celular?

—Estoy en Misvich.

—¿Qué? ¿Todavía?

—¿Te enteraste?

—¿De que la RR los llevaría a Misvich para su graduación?, sí, me enteré. Pero eso fue hace... ¿hace cuánto?

—Hace mucho —evadió Ely—, yo... quería preguntarte cómo van las cosas allá.

Las Siete LlavesWhere stories live. Discover now