31. Ely y las llaves ✓

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Me arrastraban, sentía como mis zapatos se frotaban contra el suelo rasposo y sentí un ramalazo de odio, eran mis favoritos. Pero no podía preocuparme de eso ahora. Parpadeé forzando a mi cansado cuerpo a activarse, a deshacerse de la pesada magia que Eva había puesto sobre la mía.

Cuando logré abrir los ojos ahogué un grito. Estábamos pasando por un sinfín de celdas luminosas, giré la cabeza hacia una que latía en un poderoso violeta y a una mujer que la conducían hacia allí. Me mordí la lengua al verla pelearse antes de que lograran arrojarla dentro, la luz la tragó en un instante. Me tensé. Eso iba a pasarme a mí.

Alcé la cabeza, no alcanza a distinguir cuantos pisos eran, pero veía hilera tras hilera brillante. Tragué.

Mi magia rugió ansiosa, libre por fin. Me estremecí cuando la tranquilidad se quebró y sentí las celdas. Cerré los ojos y me aterré de las lágrimas que encontré deslizándose; cada celda latía en mi cabeza, eran magia pura, cada una distinta a las otras. Sollocé intentando sofocar el calor que se propagó por mis venas, por mis músculos, calentándolos, hirviendo todo a su paso.

Jadeé. Dolía.

Si antes me quejaba por los dolores matutinos ahora podía reírme de ellos.

Cada respiración estaba costándome, deseaba dejar de respirar, librarme del dolor que me estaba troceando los huesos.

Pataleé logrando que me soltaran, el golpe contra el suelo envió olas diminutas e inútiles en el océano agónico en el que me estaba hundiendo. Me hice un ovillo, abrazando mi cuerpo y orando por permanecer entera.

No nos mintió —dijo alguien.

—¿Por qué lo haría? ¿Qué le debía ella después de preferirlo a él que a su propia sangre? —se burló otro—. Será misericordioso matarla ahora. Sin entrenamiento morirás de dolor, ¿oíste?, estamos ayudándote.

Giré la cabeza hacia las voces y parpadeé para aclarar mi visión, no lo logré, las lágrimas seguían saliendo y ellos no esperaron.

Grité de dolor cuando me tomaron de los hombros para erguirme.

El silencio calló las señales, todo el dolor que mi cuerpo sentía. El silencio me aisló por completo cuando me concentré en la intensa luz esmeralda que esperaba frente a mí.

No alcancé a defenderme, me arrojaron dentro.

Y la oscuridad por fin acudió.

*

El dolor fue relegado a segundo plano cuando me di cuenta dónde estaba, o más bien fue el hecho de que sabía que estaba en una dimensión muy vieja. Era una sensación pesada, asfixiante sobre mi pecho. Me apoyé en mis manos para sentarme; el suelo estaba seco, cuarteado, como si no hubiera llovido en muchísimo tiempo. El polvo se adhirió a mi piel como pegamento.

Alcé la vista. El cielo era de un aplastante color oscuro y sus nubes destellaban con relámpagos, pero no llegaba a oír el trueno. Tragué. Desolado. El paisaje oscuro y deprimente consistía en montañas rocosas y desiertos. ¿Eso era posible?

Busqué a alguien, busqué a la mujer que había visto hundirse en la luz violeta, a Eva o Ritva o Jyri o Taru o Sauli. Pero estaba sola.

La oscuridad ya no estaba contaminándome, ahora estaba rodeándome. La dimensión que fuera latía en oscuridad, su esencia era esa.

El silencio, por otra parte, seguía dominando al dolor, el cual ligeramente sentía, advirtiéndome que estaba ganando esta batalla, pero que al final él me destrozaría.

Las Siete Llavesحيث تعيش القصص. اكتشف الآن