15. Ást'varuli, Sören ✓

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La kiya, nombrada así en honor a una reina ya olvidada de las Hectápolis, era la droga que Ást'varuli había reemplazado con sangre humana. Era aquello de lo que huía sin importarle con qué tenía que desahogar esa necesidad, sólo importando alejarse de la droga más peligrosa y adictiva.

Cuando Sören entró a la cabañita en ruina con un frasco de kiya escondido en su bolso el embajador lo supo. Su magia se agitó detrás de la barrera autoimpuesta, reconociendo y anhelando como desquiciada la kiya. Su cuerpo, a pesar de lo adolorido que estaba, obedeció a la magia y buscó la kiya.

Se despertó a medias y se tambaleó hacia Sören que estaba inclinado y miraba algo colgado en la pared, su mente concentrada en cómo obtener una probadita.

Sören era un guerrero capaz, uno de los mejores que tenía Gyatso en su corte, por eso el rey le había permitido a Antim tenerlo de hiraem. Sören se había encargado de instruir al príncipe en la guerra, lo suficiente para que evitara morir en un enfrentamiento durante la temporada de duelos. Y como tal, reaccionó a la cercanía del embajador. Se giró con tal rapidez que su magia no alcanzó a defender a su huésped, Ást'varuli cayó de sentón y posteriormente quedó de espaldas cuando Sören se sentó en su estómago y le rozó la garganta con el cuchillo.

Hacía mucho tiempo que Ást'varuli no era golpeado, hacía mucho tiempo que no tenía un contacto violento con alguien, su magia no permitía que se le acercaran con malas intenciones. Lo sucedido era una muestra más de cómo la kiya corrompía hasta a lo salvaje.

La kiya era peligrosa porque no sólo se mezclaba con los órganos y sistemas creando una dependencia, sino porque envenenaba la propia magia, retorciéndola, dominándola hasta volverla papilla en manos de los artífices. Era por eso que, durante la guerra, la kiya corría por las venas de todos los artífices; concedía el manejo que por sí solos ellos no conseguían, la magia ya no arrastraba un gran costo. Inmediato, al menos.

—Aléjala —dijo entrecortadamente. Sören murmuró una disculpa y le ayudó a levantarse, el problema era que Ást'varuli tenía que reprimir el salvaje impulso de arrebatarle al guerrero el frasco que llevaba en su bolsillo izquierdo.

—Está empeorando, embajador. Debería...

Reunió la suficiente fuerza para mantenerse firme y empujar a Sören.

—Si quieres que mejore, trae a un humano —espetó mordiéndose la lengua hasta hacerla sangrar.

—Es la única solución...

Ást'varuli se tendió sobre la improvisada cama y le dio la espalda. Minutos después, Sören regresó y le comunicó que traerían a un humano que había escapado de su amo y que estaba condenado; Ást'varuli no respondió, el dolor se había intensificado lo suficiente para dejarle mudo.

Desde que había ayudado a su sobrina a desviar parte de la energía de una Puerta para poder comunicarse con su hermano el viejo dolor y la ansiedad que había aplastado habían revivido, los años las habían vuelto más fuertes, más venenosas. Tan pronto el embajador había logrado el cometido, sorprendiéndose muchísimo de ver que el libro no mentía, había caído convulsionándose. No había usado mucha magia, el problema había estado en que hacía años que no usaba la magia más allá de un simple roce, esta vez había hundido los brazos hasta llegar a los hombros. De pura suerte se había echado atrás antes de hundir la cabeza.

Y había pasado agonizantes días revolviéndose de dolor en los periodos de conciencia, pues cuando dormía tenía pesadillas tales que le hacían sopesar cuál estado era mejor.

Llegó a la conclusión que ninguno lo era.

—¿No temes el fantasma de Antim?

—No debo temer al fantasma de mi hiraem —respondió con convicción—, él no morirá antes que yo.

Las Siete LlavesWhere stories live. Discover now