Capítulo 2

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No podía dar créditos a la voz que habló por ella en el momento en que dijo su propio nombre. Antes de que la pobreza entrara en su vida, habían sido una familia pequeña pero con lo suficiente para vivir felices, un poco de plata, y un hogar acogedor a orillas de uno de los ríos más importantes de toda Angoria. Nada les faltaba, según ella y su madre, pero poco después el dinero fue escaseando, su padre fue desempleado de la fábrica en la que trabaja, la mano de obra se vino abajo y con ella las nuevas leyes de demanda. El desempleo trajo consigo la hambruna y las enfermedades en las colonias que alguna vez fueron dignas de ser transitadas, ahora eran lo más horrible del reino.

El recuerdo hizo que todo aquello se le hiciera imposible de creer, más por la distinguida señora que ahora le explicaba el motivo de estar plantada en medio de su habitación. 

— Primero, dejame presentarme: soy Lady María Howard, condesa de Andalas. Y como anteriormente establecido, soy tu abuela — hizo una leve reverencia y Sendra contuvo la respiración al pensar que ella también tendría que aprender esos finos modales. Se quedó mirando de hito en hito a su nieta y después sus labios se curvaron en una amable sonrisa —. Se lo que le pasó a mi hija, pero viéndote a tí como muestra de lo bien amada que vivió, no puedo quejarme de nada.

¿Acaso había escuchado las palabras "vivió bien amada"? De un modo u otro, aquello hizo que las palmas de la joven morena ardieran. Si, tal vez su madre había sido amada por su propio padre y el hecho de que Sendra estuviera entera y de una pieza no significaba que habían vivido "bien". Los primeros años en los que el dinero les comenzaba a faltar, Sendra siempre preguntaba por qué les había tocado aquella vida, a lo que su madre siempre le decía: "Por qué es mejor estar rodeada del amor que tu creas, que de cosas que no deseas." Nunca había entendido el significado de aquellas palabras y después de todos esos años de no prestar atención a lo que sentía su madre, entendió.

— ¿Por qué se aparece ahora que mis padres están muertos y no mucho antes de que cada uno morirá lentamente? — la voz de Sendra era apenas un murmullo, y sintió como se le secaba su garganta. No tenía el derecho, ni mucho menos de hacer suposiciones ante esa mujer que mágicamente aparecía a salvarla de la muerte miserable —. ¿Y por qué mis padres nunca me dijeron algo referente a mi demás familia?

Los ojos, de un azul tormentoso pero a la vez tan puros como un cielo despejado, heredados de su padre, miraba con indignación a su susodicha abuela, reprochandole lo que no estaba en su deber de decir.

— Sendra... se que tienes una y mil preguntas que hacerte, pero lo más importante en este encuentro es que aceptes el hecho de que nosotras dos somos nuestra única familia —. Camino con paso delicado y elegante para ser una dama que estaba entrando a los setenta años. Sin duda, era como ver un poco de su madre en esa señora.

— ¿Y quién me asegura que realmente es mi abuela y no alguien que piensa en venderme al mejor postor? — estaba alterada, era demasiado joven, pero sabía la mierda de la que estaba hecha el mundo y no iba a entrar a uno peor.

— Mi niña... ¿por qué me tomaría la molestia en venir desde Andalas, una colonia que está a tan solo dos tres colonias bajo el gran palacio, para venir a rescatarte exclusivamente a ti, de las garras de esta colonia rota? — era la pregunta más larga y sin pausas que había escuchado jamás pero que tenía la suficientemente lógica para dudar del simple hecho de por qué lo haría.

— No lo sé. Tal vez ese sea su trabajo y me ha investigado y se a vestido como un pariente mío, que casualmente — hizo un movimiento de brazos abordandose a ella misma —, resulta ser mi abuela materna a mi rescate.

No sabía el por qué de que se mostrara tan a la defensiva, tal vez era el hecho de que alguien viniera a cambiar todo el curso de su vida y hacerlo a la manera en que los grandes señores estaban acostumbrados ha hacer, pero a pesar de las ganas que tenía de creer cada palabra que le decía Lady María, no podía. No del todo.

La mujer madura frunció el ceño ante las palabras de la joven y pensó su respuesta. Tardó unos segundos y para Sendra fueron los segundo más largos de su vida.

— Es absurdo que haga esto, pero viendo que no crees nada de lo que diga — camino la distancia que las separaba una de la otra y ambas se dieron cuenta de que eran de la misma estatura —. Preguntamente lo que sea, pero que solo tú sabes que le gustaba a mi difunta hija.

"Difunta hija". Esas palabras eran más fuertes de lo que pensó antes, y la amenaza de las lágrimas acechaban en el primer desliz de la joven.

Pensó con cuidado, entre todos los recuerdos que había guardado de su madre en su mente; desde sus sutiles sonrisas hasta las sonrisas pícaras que le dedicaba a su padre enfrente de ella a pesar de tener solo ocho años de edad. El aroma que desprendía su perfume a jazmin y lavanda, combinado con el olor de las comidas sencillas que siempre preparaba antes de que su padre se fuera a trabajar. La forma en cómo sus pies danzaban por su pequeño hogar con dificultades y problemas pero que estaba lleno del amor que se teníamos los tres...

— ¿Que era lo que mi madre quería ser antes de casarse? — la pregunta salió suave y sin aliento. Asustada por que la respuesta fuera errónea y a la vez que si fuera acertada. Un último rayo de esperanza que le daba la Luna entrando por su ventana.

Se hizo un silencio prolongado y sus esperanzas se estamparon contra el suelo. No lo sabía. Aquella mujer no podría haber tenido en todos sus expedientes la respuesta, porque solo una madre que le da la atención a sus hijos sabría que es lo que más deseaban en el mundo. Justo en el momento en que iba a soltar una carcajada cargada de dolor, Lady María dejó caer una lágrima silenciosa, mientras una sonrisa tímida se asomaba para contestar.

— Bailar, ser una bailarina profesional — dijo con un suspiro, y el mundo se abrió a sus pies.

LA QUIMERAWhere stories live. Discover now