Capítulo 3

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Un deje de amargura y la comisura de sus labios temblaron al recordar la vez que su madre le había contado su mayor pasión de la vida, después de su familia. Bailar, su madre deseaba ser una bailarina profesional con todas sus fuerzas pero la fragilidad de sus piernas se lo habían impedido. Esa había sido la respuesta de Lady María, que también contenía la respiración por miedo de que el llanto desatara recuerdos bellos y dolorosos.

Sendra la miró de hito en hito y se preguntó si realmente su "abuela" había amado tanto a su madre como esas lágrimas decían. A la mierda las formalidades.

— ¿Por qué? ¿Por qué hasta ahora si tiene mucho dinero? — ya no había reproche, sino dolor y perdida en Sendra y miraba suplicante a su abuela.

— Sendra, mi niña... tu madre era una mujer muy obstinada — dijo mientras se limpiaba con un pañuelo blanco las lagrimas que alcanzaron a estropear su sencillo maquillaje. — Desafío a tu abuelo y decidió casarse con tu difunto padre antes que casarse con un duque. Tu abuelo dejó de insistir y una noche, ella y Milo habían huido a las colonias bajas. Perdimos todo contacto con nuestra hija para que tu abuelo no manchara su estúpido título de conde de Andalas. Pero esa decisión lo destrozó tanto, que un año después de su partida, falleció.

Miró perpleja a su abuela y noto la verdad y la sinceridad en su voz cargada de recuerdos. Tomó impulso e invadiendo su espacio personal de la señora, la abrazo. Un abrazo que tal vez no necesitaba pues llevaba años estando sola, pero que Sendra se vio en la necesidad de tenerlo para transmitirle lo mucho que le dolía saber este lado de su propia familia. Recuperando la postura de sus sentimientos, ambas se quedaron viendo una a la otra, como esperando a ver quien daba el siguiente paso para su inicio juntas.

En este caso, fue Lady María.

— Mi niña, tu madre quería ser fiel a sus sentimientos, tanto que desafió a sus propios padres para lograrlo, pero — con un deje de ternura, Lady María apartó un cabello del rostro de Sendra, tocando su rostro con firmeza —, ahora permíteme cuidar de ti como tu madre hubiera deseado.

Aquellas palabras tenían un peso significativo; aquella mujer vino hasta ella con la esperanza de ya no estar sola ante la partida de su única hija y su esposo. Estaba dispuesta a velar por Sendra y atenderla tanto como sus padres lo hubieran querido. Aquella muestra de humanidad hizo que su cuerpo recuperara el calor que hace unos minutos pensó que ya no existía. Las palabras se le atragantaron en un intento de hablar y responder a su comentario, y desesperada por encontrar algo mejor de lo que era ella, asintió una respuesta afirmativa.

Los ojos de su abuela brillaron como cual apostador se lleva el mejor premio de la noche al haber recorrido un sin fin de subastas pérdidas, volvieron a fundirse en un abrazo y se levantaron del suelo. La emoción las había cegado, tanto que ninguna recordaba en que momento habían llegado ahí.

Lady María se dispuso a regresar a su papel de condesa, y dándole amables indicaciones a Sendra, esta recogió sus escasas pertenencias: dos pares de camisones, unos zapatos rosas, un pequeño frasco con alguno que otro ahorro y las sortijas de sus dos padres.

Le dio una sutil mirada a su abuela, que ahora estaba esperando en el marco de la puerta y decidió que aquello solo debía ser visto de por ella. Había mencionado que cortaron todo contacto con su propia hija, pues bien, no se iba a arriesgar a que le arrebataran aquello que los había unido por más de una vida. Cerró su pequeña valija desgastada por los años y se giró en dirección hacia la dama.

— Lista.

Con soltura, ambas mujeres fueron en un silencio tranquilo y las dudas empezaron a surgir en Sendra: ¿cómo había llegado hasta ahí? ¿A pie? ¿A caballo? ¿Tendría carruaje como el de los grandes señores y el de la familia real? Las preguntas debieron de expresar su angustia a sus gestos corporales, porque Lady María le ofreció una palmadita en la espalda baja mientras la invitaba a seguir descendiendo por las escaleras. Al llegar a un lado de la improvisada recepción, Martha no pudo esconder su asombro al ver a Sendra con sus pertenencias dispuesta a marcharse.

— Pero niña, ¿piensas irte sin más? ¡Utilizaste la habitación más de tres semanas en este mes! ¡Pagame! Ya que te falta para completar el segundo mes — la figura regordeta de Martha no se hizo esperar y estiró un brazo en dirección a la joven.

Y antes de que pudiera responder una disculpa a la encargada, su abuela se plantó entre ellas.

— Quiero darle unas disculpas de parte de mi nieta, así que espero que no le moleste que se tenga que ir sin más, como acaba de mencionar usted —. Mientras hablaba, sacó de uno de los bolsillos discretos de su falda color crema un monedero, o al menos le dio esa impresión a Sendra, y más cuando de ella sacó tres hileras de monedas de oro —. Esto es por el tiempo que se hospedó y por el de todos los demás que duermen en este horrible lugar.

La puerta se abrió y con un sutil chillirro de la madera al protestar, salió Lady María y Sendra la siguió. Sin antes de dejar de ver a Martha, el asombro y la indignación mezclados y solo fue capaz de murmurar un simple gracias y hasta luego.

El frío de la noche la cogió desprevenida y conforme se cerraba la puerta pudo distinguir un gritito de victoria por parte de Martha. Sin darse cuenta, su abuela la había alegrado la vida a alguién.

— No sabía que tuvieras mucho dinero — dijo Sendra al momento de que hacía un intento por alcanzarla. Se sorprendió lo rápido que caminaba a pesar de ser una mujer adulta —. Ahora entiendo porque decías que quieres cuidar de mi.

Ante esas palabras, su abuela se paró en seco, provocando en Sendra un ligero signo de cuidado ante la postura que tenía la dama y tragó con fuerza. A veces el hablar de más la metía en incómodos aprietos y este era uno de ellos.

— Oh, no tienes idea, pequeña —. Tal vez si no hubiera volteado a verla, hubiera pensado que estaba bromeando y con una sonrisa divertida en la cara, pero al ver la mirada de la mujer ya sin brillo y la máscara de ternura rota, todo el cuerpo de Sendra se puso en alerta.

¿En qué demonios se había metido?

LA QUIMERAWhere stories live. Discover now