Capítulo 7

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Había esperado todo menos esto, o al menos algo más familiar a las historias que le contaban con respecto a los burdeles y las prostitutas, Dominic tenía los ojos desorbitados al momento en que los tres caballeros dieron el paso final para entrar en La Quimera. Al igual que la entrada y la recepción, el lugar era misterioso y erótico; las luces eran suaves e iban de tonos amarillos y rojos por todo el espacio. En lo alto del salón una enorme araña de cristal colgaba, dándole una sensación de riqueza al lugar cuando no debería ser así, al igual que las telas de un rojo fino y translúcido se unía a este y después partía en direcciones diferentes, dando la apariencia de una flor observando al público a sus pies.

El balcón donde se encontraban observando daba paso debajo de ellos a un salón de baile, pero con sus respectivas mesas y orquesta en vivo para tocar las melodías sensuales y darle un toque especial al lugar. No solo era la atmósfera, sino también los detalles que acompañaban al lugar, tal vez el asombro no le había permitido a Dominic plantearse dónde estaba parado, tal vez porque no lo asemejaba con algo que hubiera visto. Un salón de ópera remodelado. El balcón daba paso a dos escaleras a ambos lados, para bajar junto al centro del salón que ocupaban las mesas, la orquesta y el escenario, pero no solo eso; había un segundo piso que estaba casi en penumbras y daba la sensación de el dueño de aquel lugar quisiera dar a entender que el infierno estaba en los Cielos. Estatuas, pinturas famosas de otros reinos y del suyo estaban plagadas por toda la sala, junto con grandes jarrones que sostenían rosas blancas y rojas, pequeñas amapolas y lycoris radiatas adornaban el lugar.

El asombro no daba créditos a lo bien que estaba manejado aquel lugar, pues daba justo en el clavo si lo que se quería dar a entender era que en ese lugar podrías ser tan libre de tus pecados como de llevar una vida distinta a la que siempre estabas acostumbrado. Y no solo el lugar, sino también las bellezas que poseía La Quimera. Hubo un tiempo en donde Dominic fue todo un mujeriego a más no poder, donde las mujeres del palacio de Jade, fuera de clase baja o alta, suspiraban por él y una que otra tenía la suerte de enredarse con el príncipe de Angoria. Esas mujeres que alguna vez vagamente recordaba no eran nada comparadas con las que aquí se ocultaban detrás de una máscara. Todas, absolutamente todas, tenían máscaras. No eran de cualquier clase, ni mucho menos con un diseño burdo del plástico, no, todas tenían diseños de animales.

Desde aves hermosos como un cisne negro hasta ágiles linces traviesos se movían conforme la música inundaba el lugar. Los clientes, o sí bien no iban por sexo, iban a ver la maravillosa vista que ofrecía cada mujer con su singulares cuerpos. Había curvas de todo tipo, desde las más pronunciadas cubiertas con sensuales vestidos rasgados por un costado, dando a entender que podías dejar volar tu imaginación para saber lo que se ocultaba, hasta sencillas y menudas caderas que parecían de porcelana. Estaba a un año de conocer a su prometida, a un año, y Dominic no supo qué hacer con el cosquilleo que recorrió su espalda al sentir interés por sumergirse en ese lugar del delirio.

Morgan fue el primero en darle una palmada a Dominic, al ver que querido primo no mostraba signos de siquiera seguir vivo, sonrío con ironía al ver cómo esté daba un espasmo de sorpresa ante el acto.

— Vaya, parece que te va a dar un infarto, querido Dony — dijo Morgan al momento en que se recargaba contra Dominic —. ¿Y bien? ¿Qué te parece?

Tanto Aslan como Morgan estaban curiosos por saber qué pensaba el futuro rey de Angoria. Dominic dejo de ver el lugar para centrar su atención a sus camaradas.

— No es lo que esperaba... — Dominic no sabía cómo digerir aquello, estaba algo desorientado por la sorpresa de lo que se encontró, comparándolo con lo que tenía en mente del susodicho lugar y por más que quisiera, la diferencia era enorme.

LA QUIMERAWhere stories live. Discover now