Las supersticiones traen mala suerte

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—Quiero hacerlo —me dice.

Una parte de mi quiere que él lo haga, que confíe en mí, pero al mismo tiempo me da miedo lo que me pueda decir y otra parte no quiere que él me diga nada porque yo aún no me siento lista para contarle mi secreto.

Santo Cristo redentor y sus clavos, en que dilema me encuentro.

—Emma, esto es difícil para mí —Ian me mira a los ojos y yo aprieto ligeramente su mano para que él sepa que cuenta conmigo—. Mi madre se llamaba Ariana Basset, era la hermana menor de mi tío, el padre de Annie y Alan. Mi madre no estaba casada con mi padre, Alonzo De Luca, pero vivían juntos. Él no la quería, solo quería su dinero y el poder que el apellido Basset representa. Cuando nacimos Erick y yo, mi padre se rehusó a darnos el apellido, nunca quiso hacerlo.

Ian hace una pausa y yo puedo ver lo difícil que es todo esto para él.

—Mi padre le pegaba a mi madre y siempre estaba borracho. Mi tío, Adriano, decidió llevarnos con él, pero yo no podía dejar sola a mi mamá, ella amaba con locura a mi padre y no quería abandonarlo así que le dije a Erick que fuera él. Tenía siete años en ese entonces, y cuando mi padre regresó a casa y se dio cuenta que Erick no estaba, empezó a golpear a mi mamá, no se detuvo incluso aunque yo le gritaba que se detenga, incluso cuando el rostro de mi madre estaba bañado en sangre. Él la dejó ahí, muerta en el piso y se fue. Jamás le conté a nadie lo que pasó y mi padre jamás pagó por eso.

Esto es peor de lo que esperaba. Jamás hubiera imaginado que Ian sufrió algo así. Me imagino a un pequeño niño de siete años asustado y presenciando todo eso, simplemente es algo que yo no hubiera soportado.

—Hay noches donde tengo pesadillas, sueño con ella, me recrimina por no haberla ayudado. A veces el recuerdo de ella muerta en el piso con su rostro desfigurado aparece en mi mente y me quita el sueño.

Lo abrazo, él recuesta su cabeza en mi pecho y yo acaricio con suavidad su cabello. Me duele escuchar todo eso, Ian luce tan fuerte, jamás hubiera imaginado que algo así le sucedió. Por algo dicen que las apariencias engañan.

—Pero eso no me pasa cuando estoy contigo. Cuando estoy junto a ti siento paz, no quiero perder eso. No quiero perderte.

Él toma mi rostro entre sus manos y me mira como pidiendo permiso para besarme, yo asiento levemente y él me besa. Es un beso tierno, suave y cargado con diferentes emociones, una de ellas es el perdón. Pero me asusta la idea de perdonarlo y que él me vuelva a lastimar. Ante esa idea me pongo de pie y me aparto de él.

—Me tengo que ir.

Él me mira sorprendido.

—Pero estamos hablando —me dice mientras intenta acercarse a mí.

—Sí, pero... —piensa en algo Emma, piensa en una buena excusa—. Es domingo —que idiota soy a veces. Ian me mira confundido.

—Es por esas raras supersticiones. ¿En serio es de Grecia? Hemos ido varias veces allá de vacaciones y nunca hemos escuchado sobre no jugar en el mismo equipo del esposo de tu hermana. Además, no sabía que fueras muy supersticiosa.

Ni yo lo sabía, pero Ian no necesita saber eso ahora.

—Sí, es una superstición muy antigua. Me tengo que ir porque es domingo y los domingos tengo que cambiar de lugar los espejos de mi cuarto antes del atardecer o tendré mala suerte en toda la semana.

Cuanta estupidez estoy diciendo. Creo que sí me pegaran por decir y hacer estupideces, tendría una casa en cada continente.

—Es una superstición finlandesa. Igual que no usar ropa verde los miércoles.

¡El amor es una mierda!Where stories live. Discover now