Nunca aprendemos

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Miro mis manos sin saber exactamente qué mirar o porque sigo aquí, él lleva media hora de retraso y no me contesta el teléfono. Sé que no va a venir, pero a pesar de eso sigo sentada en la cafetería que queda cerca de mi apartamento esperándolo. A veces quedamos en desayunar aquí los sábados, pero Ian siempre es puntual. Estoy algo preocupada. Reviso otra vez mi teléfono y no hay ningún mensaje de su parte, le marco y me manda al buzón de voz. Dejo el teléfono sobre la mesa y me sobresalto cuando vibra sobre la mesa. Reviso el teléfono con la esperanza que sea Ian, pero no es él, es Sophie, me pregunta si estoy en mi apartamento. Suspiro y le mando un mensaje diciéndole que estoy en la cafetería de la esquina. Vuelvo a dejar el teléfono sobre la mesa.

El chocolate frente a mí ya está frío, solo bebí un pequeño sorbo y a pesar que cuando llegué aquí tenía mucha hambre ahora en lo último que quiero pensar es en comer. Pienso en llamarle a Erick, pero no quiero molestar, quizás y están en una reunión muy importante a pesar que es sábado. Quizás les surgió un imprevisto.

—Quita esa cara de María Magdalena —me dice Sophie mientras se sienta frente a mí—. ¿Te dejaron plantada?

Una camarera de acerca a nosotras y le da el menú a Sophie quien le agradece con una sonrisa.

—Me muero de hambre —me dice mientras revisa el menú.

Ella llama a la camarera y ordena algo que no logro escuchar, sé que ordenó café porque Sophie adora tomar café por la mañana y casi siempre que puede.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto.

Ella se quita sus gafas de la cabeza y las deja sobre la mesa mientras me mira con esa sonrisa cínica y el mentón levantado, ese mismo gesto lo tenía su mamá. Elizabeth no lo hace, en cambio ella tiene el modo de expresarse que tenía su mamá, ese modo lleno de superioridad. Como si nadie fuera mejor que ellas.

—Vengo hablar contigo.

Ella coloca sus manos juntas sobre la mesa.

—¿Sobre qué? —le pregunto.

Ha pasado casi un mes desde el accidente de David, casi un mes desde que ella le pegó a Eleanor. Casi un mes desde que le he dicho que tenemos que hablar y ella siempre me ignoraba, ahora de pronto viene y me dice que quiere hablar.

Siempre tiene que ser cuando ella quiere.

—Ya sabes, no te hagas la tonta, eso no va conmigo.

Sophie es siempre tan directa y brutal. A veces eso le ha traído varios problemas, cuando estaba en el colegio siempre estaba en detención por contestarle a los profesores.

—¿Por qué te acostaste con Derek? —le pregunto— Sé que querías que yo me entere o de otra forma no me hubieras llamado. ¿Por qué lo hiciste?

A pesar que eso ya no me duele o me molesta, la duda de porque lo hizo sigue dando vueltas en mi cabeza.

—¿Amabas a Derek? —me pregunta y dicha pregunta me toma por sorpresa—. No, no lo amabas. Pero creías que sí, te metiste en la cabeza que era el amor de tu vida y él tampoco te amaba a ti. Pero ahí estaban los dos, tratando de hacer funcionar algo que no tenía futuro. Todos nos dábamos cuenta de eso menos ustedes dos.

La camarera llega con el desayuno de Sophie y lo deja sobre la mesa. Sophie empieza a untar un poco de mermelada de mora sobre su pan tostado.

—Entonces te acostaste con Derek para hacerme un favor, que amable de tu parte —le digo—, bastaba con hablar conmigo.

Sophie se ríe y niega con la cabeza.

—Claro que no, eres tan terca como papá —me dice ella—. No amabas a Derek, como tampoco amabas al jardinero. Y si había otro método para hacerte entender eso, yo no lo conozco. Te ayudé como aprendí hacerlo.

¡El amor es una mierda!Where stories live. Discover now