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"¿Sientes esto?"-te pregunté el día siguiente, tomando tu mano y apoyándola sobre mi pecho.
Me miraste sin entender.

"Es el ruido de un corazón que estaba muerto y volvió a latir gracias a ti, Saúl."
Esa era la verdad.
Mi verdad más grande.

Hubiera deseado apoyar tus manos también sobre mi vientre, para que acariciaras esa pequeña criaturita que, quizás, era un pedacito de los dos.
Una huella imborrable de nuestro inmenso amor.

Así lo deseaba, que ese bebé fuera tuyo.
En mis adentros, yo sabía que era fruto de esa noche de pasión contigo en la playa, bajo la luna llena.

Sin embargo decidí que todavía no era el momento de contarles nada, ni a ti ni a Mauro.
Quizás fue un error.
No sé.

Mis palabras te emocionaron.
Me llenaste de besos por todo el rostro, deteniéndote a mi boca, la cual no paraba de sonreír.
Disfruté el sabor dulce de tus labios y de la calidez de tu lengua entrelazada con la mía; las dos comprometidas en un placentero combate y derrochando un gran fuego de pasión.

Me hiciste tuya y todo fue tan intenso y hermoso como la primera vez, o aún más.

Me dejé caer sobre tu pecho y te confesé mi deseo de que solamente fuéramos tu y yo, juntos para una eternidad, lejos de toda la porqueria y los peligros que hay afuera de esa cama, afuera de tu casa.

Todo de ti me fascinaba, Saúl.
Esos ojos color café en los cuales a veces me perdía, tu ternura y romanticismo, tus payasadas, tus ganas de defenderme y de hacerme feliz, tu corazón de oro que latía tan fuerte por mí, tus acogedores brazos ofreciéndome cariño y protección.

Siempre te pertenecí.
Siempre te amé, Saúl.
Y te sigo amando.

El camino hacia tiWhere stories live. Discover now