Kristal

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—¿Yo... embarazada?

La idea cae en mí como un ladrillo, la sangre recorriendo mis venas ensordeciendo todo lo demás, tratando de entender que está sucediendo.

Embarazada.

—Eso... eso no es posible.—Respondo al fin, aunque mi parte analítica es más rápida que yo y me doy cuenta que en realidad si, de verdad que puede ser posible. Volviendo atrás y recordando todas aquellas veces con Ryan ni siquiera pensé en control de la natalidad, ni siquiera pensé. Éramos Mates, los análisis mostraban que Ryan estaba limpio de enfermedades y yo al no haber estado con nadie, tampoco. Jamás se me ocurrió pensar en que no usar protección podría tener este resultado porque jamás me había planteado la idea de tener hijos. Me vuelvo cada vez más alerta de mi cuerpo, como si pudiera sentirlo allí creciendo, aunque de verdad no podría tener más de unas pocas semanas.

¿Podría ser cierto? La confusión y el miedo se mezclan en mi interior, pero al final llego a la conclusión de que no importa; seguramente moriré pronto.

William se ha retirado, a donde no sé pero no he prestado atención a su partida, tan enfocada que estaba en mis propios pensamientos.

—Sabía que notaba algo raro en ti,—habla Cai sacándome de mis pensamientos y cuando la observo ella me está mirando. De hecho, noto que todos me miran— tienes ese aroma... no había sabido lo que era en ese entonces, pero ahora lo recuerdo. En la calle siempre encuentras a Lobas embarazadas, escapando de algo. Tú tienes aquel mismo aroma.

—Dios mío—murmura Sacha asombrada. Sacude la cabeza y cambia su expresión a una de firmeza—. Otra razón más para salir de aquí.

Pero son solo palabras, porque no importa cuánto luchamos, nuestras amarras no se mueven ni un centímetro.

—He tenido que cambiar un poco mis planes,—William habla desde el umbral de la puerta. En su mano trae ahora una jeringa cargada con aquella sustancia verde y todos nos paralizamos, aterrados—espero que sepan disculpar mi improvisación.

Y con paso seguro se dirige hacia Cai y la inyecta en el cuello.

—¡No!

Me sacudo contra las amarras pero es inútil, la expresión de Cai se ha quedado en un grito helado, una lagrima cayendo por su rostro mientras el contenido de la jeringa se vacía y ella, finalmente se desmaya. Permanecemos en silencio por unos incontables minutos, todos observando la cara inerte de Cai, cuando se despierta con un movimiento brusco.

—Oye,—le dice Thomas a su lado. Su aspecto ha empeorado desde el viaje en la camioneta, las venas verdes están comenzando a asomar por el cuello de su remera, el color trepando por su cuello como parásitos hambrientos. Sus ojos saltan recelosamente entre William y la Loba a su lado—¿Estás bien?

Pero Cai no responde, simplemente permanece como está, con los ojos abiertos, perdidos y mirando hacia la nada.

—Mírame, —chasquea William e inmediatamente Cai obedece, sus ojos saltando hacia él, aunque no parece haber reconocimiento allí. William sonríe y le quita las amarras.

Cai no se mueve.

—Levántate.

Ella obedece, poniéndose de pie y permaneciendo así.

La sonrisa de William se vuelve más amplia y para probar, saca una navaja del bolsillo de sus pantalones y lo coloca en las manos de Cai. Ella sigue sin reaccionar, a pesar de tener a William allí, a tan solo centímetros. Deseo que ella reaccione, aunque sea por un segundo. Que el efecto de la droga desaparezca y ella vuelva en sí, clavándole la cuchilla en el cuello a William y ver como la sonrisa muere en su rostro. Pero eso no ocurre, Cai se mantiene quieta, la navaja en su mano casi laxa, como si no supiera que hace allí o que está haciendo.

—Excelente.

—¿Qué le has hecho?—pregunta Thomas horrorizado, su piel tornándose incluso más verdosa ante el horror que estaba presenciando.

Pero William no responde, se dedica entonces a mirar a Thomas, la chispa del reconocimiento bailando en sus ojos.

—¡Yo te recuerdo! Tú estuviste aquí, ¿verdad? Hace unas semanas, antes de escapar—se pone nuevamente en cuclillas examinándolo y puedo sentir la ira de Sammara desde donde estoy. No hay nada que desee más que liberarse de sus ataduras y despedazar a William en este momento.

—Vaya,—dice William luego de su examen— no te ves tan bien. De hecho, te ves como la mierda.

—Púdrete.

—Sabes, lo que te dimos no era lo mismo que tiene ella—señala a Cai con un dedo quien permanece donde él la dejó— era una versión mucho más inestable. ¿Ya has tenido esas toses sanguinolentas?

Thomas no responde, pero su rostro habla por sí mismo.

—Es una lástima,—William sacude la cabeza y el gesto me pone la piel de gallina— de verdad.

Se pone de pie y le acaricia el cabello a Cai con un gesto enfermo, murmurando algo a su oído. Ella se mantiene congelada un momento y más rápido que un parpadear clava aquel cuchillo en la garganta de Thomas.

—¡NO!

Sammara grita, patalea y aúlla para soltarse pero no hay caso, las amarras en sus manos y pies no ceden y sin liberarse no puede transformarse. Thomas se queda con una expresión sorprendida en el rostro, sus ojos abriéndose en terror mientras se ahoga con su propia sangre, su cuerpo convulsionando y retorciéndose... hasta que todos escuchamos como su corazón deja de latir, su cuello caído en un ángulo obsceno revelando el corte que casi lo decapita.

—¡TE MATARÉ!—Las palabras de Sammara estaban teñidas por las lágrimas que manchaban su rostro—¡Te destriparé maldito animal!

—Veras,—continua William como si nada hubiera pasado— la droga anterior era muy inestable. Los sujetos apenas si vivían algunas semanas, con suerte. Tan solo se hacían un poco fuertes, pero nada más. Este pobre chico no tenía mucho tiempo, se veía en su rostro que la droga ya lo había consumido. Quizás le quedaran un par de días, pero hubiera sido una muerte fea de todas formas. Pero esta nueva droga...—saca otra jeringa del maletín y la comienza a mostrar amenazadoramente, sus pasos acercándose hacia mí, hasta que por fin me enfrenta. Yo me enderezo lo mejor que puedo, como si eso me pudiera salvar de alguna forma— Esta es mucho mejor. Como podrás ver a tu nueva amiga, el serum vuelve a los Lobos endebles y tan solo responden al mandato del Alfa que puso su propio ADN en la configuración del medicamento. Un poco en tus venas, y tu sistema sabrá obedecerme a mí y solo a mí.

—¡Suéltala!—Grita Sacha pero no hay caso.

—No te preocupes, tu bebé estará bien. Bienvenida a la manada.

Y clava esa jeringa en mi cuello.


¿Les mencioné que tan solo quedan tan sólo dos capítulos más?

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