Capítulo XVI |Fingir

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Domingo.

Son las cuatro de la tarde y yo estaba acostada en el piso de mi habitación leyendo un libro. Hace un rato se había ido Alessandro, quien se había quedado toda la mañana conmigo, pero tuvo que irse para poder ayudar a su mamá.

Mi mamá había salido a comprar, por lo que estaba afortunadamente sola en mi casa, hasta que ella vuelva y empiece a insistir de ir a la cena familiar que se realiza en la casa de sus padres. No quiero ir, realmente prefiero ahorrarme ese tiempo perdido, pero ella se notaba muy ilusionada con la idea, ¿cómo quitárselo? eran sus padres después de todo.

Dejo mi libro en el piso y me levanto para ir a buscar algo. Abajo de mi cama, junto a un montón de chucherías, estaba una caja de zapatos en donde se encontraba todas las fotos que sacaba y mandaba a revelar para que no se me pierdan. Tenia muchas con mi madre, hasta mías de cuando era pequeña, pero muy pocas porque ella al no tener un celular, ni mucho menos una cámara, solía llevarme a una cabina de fotos cada finde semana, hasta que la sacaron por que estaba muy vieja.

Tenia muy pocas fotos con mis abuelos, y en una de ellas era una bebé y estaba en los brazos de mi abuelo. Era tan pequeña e inocente, no tenia conciencia de todo lo que pasaba a mi alrededor por mi nacimiento. Mis abuelos parecían contentos en aquella fotografía de blanco y negro, pero siempre fueron buenos fingiendo.

Era asombroso, como tenían la capacidad de engañar a muchas personas, entre ellas a mi. Porque por un tiempo creí que no era en contra de mi, que me querían por ser su nieta, que no había rastro de maldad al mirarme.

Pero no era así. Las personas no cambian, solo ocultan la parte que les avergüenza y demuestran la parte que les conviene.

Así era con mis abuelos, lamentablemente. Ellos tuvieron la oportunidad de cambiar, de arreglar los errores que tuvieron con su hija, sin embargo no lo hicieron, prefirieron vivir de su orgullo, en vez de aceptar que están por morir sin haberse disculpado con mi mamá.

Pedir perdón nunca será motivo de derrota, aceptar las equivocaciones nunca mostrará debilidad, al contrario, nos hace darnos cuenta que somos humanos, que nacimos para aprender y para errar. Que nadie es perfecto, y si perdemos nuestra vida por el orgullo, ahí si que estamos errando de verdad.

Escucho el sonido de la puerta de la entrada al abrirse, y sabia que era mi mama que había vuelto. Guardo las fotos en la caja y la escondo bajo la cama nuevamente. Me levanto y salgo de mi habitación, en el pasillo me encuentro con mi gato Gordon.

—Hola bola de pelos, ¿dónde estabas? —el animal peludo me mira con sus grandes ojos café— Seguro fuiste a molestar a la vecina otra vez, sabes que ella es alérgica.

Si, estoy quedando loca si le hablo a un gato. Pero él me entiende todo lo que le digo, yo lo se.

Camino hasta la cocina con Gordon en brazos mientras le acaricio su pelaje.

—Estoy odiando a tu gato, me llena de pelos los sillones. —me reclama mi mamá cuando llego a su lado— Recuérdame porqué acepté que adoptes a ese animal.

—Porque estaba solito en la calle y no podíamos dejarlo ahí tirado. —sonrío con inocencia para que no me siga regañando— Aparte Gordon se porta bien, no molesta a nadie y duerme todo el día.

—Ya se parece a su dueña.

—Eso dolió. —llevo una mano a mi pecho ofendida— Aparte yo voy a limpiar todo, dejaré los sillones sin rastro de su pelo.

—No hace falta que lo digas, porque lo tienes que hacer tu, es tu gato, ¿o piensas que yo estaré limpiando lo que el ensucia? 

Suelta una risita en forma de burla y yo ruedo los ojos.

Prescindible AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora