Episodio 1

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Marín era una amable señora quien vivía de alquilar habitaciones de su casa a estudiantes, desde hacía tres meses tenía dos residentes nuevos. Uno en forma de una enorme filtración en el techo de la casa y el otro era su nieto, un calmado muchacho que cumplía todos los estereotipos de los Texanos, aunque quizás lo extraño era verlo siempre callado.

Aquel sábado por la mañana, Lucrecia se levantó para ayudar a la dueña de la casa en la preparación del desayuno.

— ¿Qué le han dicho sobre las filtraciones?— preguntó la joven.

—El precio y que las tuberías están viejas. Pero ese contratista que conseguí, Russel, es un buen muchacho. Es una lástima que no acepta pagos por partes, por cierto hay que avisarle al batallón que dentro de nada estará listo el desayuno.

Había una tradición en aquella casa, todos los fines de semana la dueña de aquel lugar y sus inquilinos compartían el desayuno, aunque como cosa rara el nieto de Marín rara vez se encontraba presente. En aquella singular casa vivían Lucrecia una estudiante de periodismo, Bianca una estudiante de Medicina y Richard estudiante de derecho; un extraño pero muy unido grupo de personas.

—Lucrecia ¿Ya diste con la casa de ese actor que quieres entrevistar?— Bianca fue quien comenzó la rutinaria conversación mañanera.

—Nada aún, lo único que conseguí fue que van a dar una película suya en TCM para el especial de "Desaparecidos del Mapa"

— ¿Cuál de tantas?—preguntó Richard, uniéndose a la conversación—. Ya que si mal no recuerdo, tiene muchas películas y en especial de las malas. Creo que en la fiesta de una prima lo llevaron como payaso. Dime que al menos tiene una idea de donde puedes conseguirlo.

—En la parte oriental de esta urbanización—respondió la dueña de la casa—, es una teoría que tiene la niña. Lo digo ya que aún sigo buscando alguien con un gris Toyota cuatro puertas en esa parte. Lucrecia no quiere entender que esa parte de la urbanización es diferente, es otro mundo y mientras no tenga el número de la casa, poco puedo hacer.

—Y hablando de desaparecidos, su nieto otra vez tomó su auto. Justamente hoy en que nos toca hacer mercado—apuntó Lucrecia disimulando un reclamo—, parece que un texano moderno no puede olvidar ese asunto de la doma de caballos.

—Te recuerdo que fue él quien trajo al contratista. Y debe estar por llegar, eso lo doy por seguro.

El nieto texano de la dueña de la casa se llamaba Arthur, cuando llegó a ese pequeño rincón de la soleada California era evidente que no iba a llevársela bien con Lucrecia. "Parece que la tolerancia de la que siempre hablan ustedes los demócratas se les perdió" fueron las palabras que emitió el muchacho, un republicano que si bien no era defensor de Trump y siempre mantuvo en silencio su verdadera afinidad política, aunque para él era palabra sagrada todo lo que comentaba Ron Paul.

—Sigo sin creer que sea nieto suyo, la verdad. —agregó Lucrecia mientras se levantaba para levantar su plato.

—De hecho hay muchos rasgos físicos que delatan que están emparentados—matizó Bianca—; incluso, me atrevo a decir, que muchos gestos también son señal de que son muy unidos.

—Además que tampoco es mal tipo. De hecho, para ser un republicano tiene las ideas bien claras; aunque debo admitir que no has tratado con él como lo hemos hecho Bianca o yo. Solo por un mero roce político ya le has puesto una cruz al pobre.

Las palabras de Richard le cayeron pesadas a la futura periodista, quien se encontraba tallando su plato. La dueña de la casa no dejaba de reír así como de mirar por la ventana, esperando que el Mustang que perteneció a su difunto marido llegase con su nieto.

—Creo que el caballo llegó—dijo Marín al escuchar la bocina del auto—, les recuerdo que deben dejarle algo a mi nieto, también tiene hambre.

—Más bien, debería hacerse su propia comida. —comentó molesta Lucrecia.

— ¿Vas a seguir pateando a ese perro muerto? Digo, debes admitir que el feminismo moderno no está ayudando así como la actitud que tienes ante él. —nuevamente Bianca habló.

— ¡Desde que leíste ese libro de autoayuda no dejas de tener la razón! ¡Gente como él no traen nada nuevo con sus ideas de días pasados!

—Si van a hablar mal de mí, al menos tengo derecho a mi defensa ¿No es así Richard?—comentó entrando Arthur, sin disimular una sonrisa en su rostro y quitándose el sombrero.

Después de escuchar esas palabras, Lucrecia se marchó de la cocina, detrás de ella estaba la abuela de Arthur se le acercó y le susurró—Tranquilo, vaquero. Pero para la próxima avisa que vas a llegar con el sol.

¿Cuál era el origen de tal animosidad de Lucrecia con Arthur? Según la joven, había algo poco honesto en aquel "vaquero" que tomaba el auto de su abuela todas las noches y llegaba a altas horas de la mañana. Cuando aquel auto, hasta no hace mucho, era una de esas cosas que la señora cuidada con mucho celo, incluso al punto de negar que alguien más estuviese al volante de aquel equino de metal que había visto mejores días. Pero con la llegada del nieto, las cosas habían cambiado y los rumores de las carreras clandestinas de autos estaban más presentes entre la juventud.

Lucrecia era la inquilina más confiable que tenía aquella casa, llegando al punto de considerar a Marín como la abuela que nunca conoció. Nunca se atrasaba en el pago de la renta, incluso sacrificando el dinero de su beca académica para estar al día, en un momento, solo eran ella y Marín pero eventualmente llegaron Bianca y Richard, ambos amigos de ella quienes estaban buscando una residencia.

—Estuve hablando con el contratista que le hizo unas reparaciones menores al periódico donde ando trabajando ahora. Cobra un poco más que el tal Russel, pero le doy mi palabra que es de confianza y hará bien su trabajo.

—Yo confío en Russel, además me invitó a su iglesia así como a un concierto de su banda de rock cristiano. Además, no debes preocuparte por esa cosa de la filtración, ya la solución del problema está cerca.

—Una pregunta señora Marín ¿Lucrecia siempre ha sido asó o desde que se convirtió en voluntaria por la señora Clinton se le terminó de caer ese tornillo?—preguntó Richard quien iba de copiloto.

—Oye, creo que has hecho una excelente pregunta—agregó Bianca—, aunque ¿Recuerdas como la conocimos? Digo, eso ya te daba una señal de lo que pasaba en esa cabecita de ella.

—Cierto...hizo una protesta cuando el periódico de la universidad con una canción de Lady Gaga de fondo. De hecho, ahora tengo una extraña asociación entre feminismo, discurso de odio y una cantante pop disfrazada como Cleopatra.

Lucrecia no emitió respuesta alguna, de hecho estaba acostumbrada a que le recordasen sus disparatados actos. No era para menos, algunos en el campus la apodaban como la sobrina de Bin Laden o que estaba a nada de hacer un grafiti enorme en una pared con la frase "Venezuela es un ejemplo a seguir" pero cuando fue confrontada por un ciudadano de aquella disparatada nación, su opinión de aquel país había cambiado, quizás cuando se enteró que el difunto presidente era de todo, menos feminista.

—Creo que tampoco ha entendido que la naranja esa de la que tanto se queja ya tiene rato en la Casa Bianca—agregó la señora Marín—. Cariño, debes calmarte un poco y alejarte del foco de atención. No nos queda de otra que seguir adelante con nuestras vidas.

— ¿Le contamos de aquella ocasión con la fundación que cuidaba de los perros del campus?

Casa Número 86Where stories live. Discover now