Extra

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Viernes, la noche anterior...

La cabeza le daba vueltas, sentía el cuerpo liviano y los párpados pesados, a causa de la droga.

¿Cómo era posible que él, un ángel caído, un ser extraordinario, pudiera haber sucumbido a los efectos de una sustancia terrenal? Y eso no era todo, recordaba con vaguedad haber armado un espectáculo frente a muchos mortales. En especial frente a la chica humana que le interesaba.

No obstante, le había borrado la memoria a todos, menos a ella, de lo que había ocurrido; y no porque quisiera haberla dejado saber su verdadera naturaleza, sino por el agotamiento mental y corporal que sentía por consecuencia de la sustancia tóxica que iba corroyendo su interior de manera simultanea.

Su viejo amigo Alexander Lochhead, uno de los demonios más importantes del averno asombrosamente se hizo cargo de él y de Aruma. Tenía poco que había decidido confiar en ese sujeto; y en ese momento no le quedaba más que desear haber hecho lo correcto de depositar la seguridad de ella en sus manos.

Cian se lanzó a la deriva de la inconsciencia con rapidez, pero solo cuando estuvo seguro de que ella estaba a salvo en su departamento.

No pasó mucho tiempo cuando por fin logró abrir los ojos, sintiéndose mareado y con ganas de vomitar. El reconocimiento llegó a su mente antes de vaciar su estómago en su camioneta, y se apresuró a abrir la ventanilla y sacar la cabeza. Devolvió lo que había ingerido en todo el día y eso incluía los restos de esa asquerosa droga que lo había vuelto loco.

La Hummer se detuvo de golpe y limpiándose la boca con el dorso de la mano, metió la cabeza y se inclinó en medio de los asientos delanteros para hablar con Alexander.

-Me alegra que estés despierto, Cian—dijo el chico con incertidumbre, pero ni si quiera lo miró. Sus ojos castaños y ojerosos observaban todo a su alrededor, como si estuviera buscando a alguien o algo.

- ¿Dónde estamos? –quiso saber el pelinegro, llevándose las manos a la cabeza.

-En tu casa—respondió Alexander y se quitó el cinturón.

-Gracias por traerme y por ir a dejar a Aruma—le agradeció en un susurro. Se deslizó al asiento derecho con la intención de abrir la puerta, pero Alexander alargó el brazo y lo agarró de la rodilla— ¿Qué haces?

-No puedes quedarte aquí—siseó—no es seguro.

- ¿De qué infiernos estás hablando? –gruñó Cian. Todavía le dolía la cabeza y no estaba seguro si podría contener más su mal humor.

-Sabes bien que mi deber como demonio es mandarte al infierno si en caso te exhibias ante los humanos, ¿no? –interpuso el chico con vehemencia. Cian asintió—entonces también sabrás que estás en peligro, ¿no es así?

-Le borré la memoria a todos—le recordó—nadie va a recordar lo que sucedió. Todavía falta que le distorsione la mente a Aruma, pero eso lo haré después—bostezó.

-Tú no lo entiendes—se exasperó el demonio de joven apariencia—no fui solamente yo quién presenció tu exhibición, Cian.

Los ojos del pelinegro se abrieron como platos y sintió vértigo.

-¿Qué dices? ¿Quién más estaba ahí aparte de nosotros? –inquirió.

-Mammon—contestó Alexander con un dejo de temor en su voz.

Las pupilas de Cian se dilataron y por primera vez en mucho tiempo sintió miedo. Un miedo escalofriante. Mammon o Amon era reconocido por ser el hijo del demonio, el príncipe del infierno, puesto que era un demonio muy apegado a Azazel. Podría decirse que era su mano derecha para cometer actos pecaminosos entre los seres humanos.

LATIDO ETERNO© Libro I, Próximamente en FísicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora