Dieciocho

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CAPÍTULO 18

Aruma fue la primera en darse cuenta que algo iba mal con respecto a su amiga en aquel momento. Percibía que ya no había rastro de la Elise Kingston que conocía.

-No, por supuesto que no—tartamudeó ella, intentando sin éxito desviar la verdad para con la rubia, pero era demasiado tarde. Elise parecía haber escuchado todo y cualquier cosa que ellos le dijeran iba a ser un fracaso—escuchaste mal. Los demonios suelen ser muy dramáticos.

Sin embargo, la mirada de su mejor amiga se tornó hostil y frívola. Cualquier indicio de palidez en su rostro se disolvió y sus labios se contrajeron en una fina línea recta.

-Si todo lo que acaba de decir ese asqueroso demonio es cierto, les dejaré en claro que yo no dejaré que entreguen a Gabriel a nadie, y mucho menos a Azazel—sentenció la fémina—primero los asesino a todos ustedes.

Ashton, que estaba más próximo a ella, se acercó un poco más con sigilo.

-No te me acerques, caído—le ladró Elise con repugnancia y Ashton se detuvo en seco.

-Creo que es mejor que nos quitemos la estúpida máscara. Es inútil ocultarle algo que ya sabe—gruñó Astaroth con fastidio. Aruma lo agarró del brazo, pero él le apartó la mano con sutileza y se encaminó a Elise. Ella continuaba aferrada al barandal de la escalera.

-No te atrevas a tocarme—lo amenazó.

-Estaría loco si quisiera tocarte. Seas Lilith o una simple mortal, das lástima. Y apuesto todo lo que soy, que, de hecho, es nada, que para Gabriel no eres más que una marioneta. Él no puede desobedecer las órdenes del creador. Él no puedo desistir de asesinarte porque representas la inmundicia del mundo.

-Roth, basta—gritó Aruma y el demonio cerró la boca y sonrió lobunamente, al tiempo que se situaba junto a Ashton.

-Vamos a calmarnos—dijo Allen con prudencia. Pero ninguno de los Mackenzie tenía la menor intención de seguir su consejo.

-Si quieren, yo podría someterla con... —opinó Cimeries, pero Aruma le regaló una mirada iracunda, haciéndolo cerrar la boca.

-Escucha, Elise, quizá haya una explicación para todo esto—insistió Aruma en un susurro—debe haber un error, ¿de acuerdo? Ahora cálmate y hablemos en la sala, ¿te parece?

-No—rugió la rubia—ahora entiendo por qué me despreciaban en esta estúpida cabaña—esbozó una sonrisa demencial—ustedes me tienen miedo, es lógico. Soy la última reencarnación del mal, pero en vez de tratarme como es debido, decidieron despreciarme sin ponerse a pensar en las consecuencias.

Y acto seguido, Elise echó a correr por la escalera hacia el piso superior. Como Astaroth y Cimeries fueron los únicos que no se quedaron ensimismados con aquel arrebato de locura, fueron tras de ella.

Aruma y los demás corrieron detrás de ellos.

- ¡No me toquen! –chilló la rubia en un rincón de la habitación. Y no cualquier habitación. Era la de Cian.

-Haré lo que me pidas, Aruma Kirkpatrick—determinó Cimeries.

-Sométela, pero no la lastimes—ordenó Aruma y Astaroth resopló junto a ella.

Cimeries colocó rápidamente ambas palmas en el suelo y enormes cadenas de hierro con llamas azules aparecieron a cada lado de los pies de Elise y cuando ella intentó escapar a través de la ventana, los grilletes se cerraron alrededor de sus tobillos y después en sus muñecas, inmovilizándola a mitad de la estancia.

LATIDO ETERNO© Libro I, Próximamente en FísicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora