4. Alicia - "Separación" (Segunda parte)

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Despierto en un cuarto completamente oscuro.

Me siento ligeramente mareada. No puedo ver nada, pero sé que estoy en una cama de colchón y sábanas finas. Poco a poco recobro la lucidez hasta recordar lo que pasó:

Thomas puso drogas en mi café.

Mis sentidos se ponen alerta. Me pesan un poco las piernas al intentar incorporarme, pero logro hacerlo. Tengo los pies descalzos; puedo sentir la suave alfombra con las plantas de mis pies. Definitivamente no me encuentro en una especie de prisión o algo parecido, aunque la aterradora oscuridad que envuelve el cuarto no me expresa nada positivo.

Camino y tanteo a mi alrededor hasta llegar a lo que aparentemente es una puerta. Intento abrirla, pero un sistema de identificación me lo impide.

—¿Nombre? —pregunta la voz femenina del sistema.

—Ali... Doménica —me corrijo. A pesar de que han pasado varios meses, me sigue costando adaptarme a mi nueva identidad.

—Nombre no registrado —anuncia el sistema—. Puerta bloqueada.

Pienso en golpear la puerta hasta que alguien venga y la abra, pero eso podría ser peor, así que busco otro modo de salir. Quizás hay una ventana en la habitación, solo que está cubierta.

En efecto, al tantear nuevamente las paredes, toco lo que al parecer es una ventana con cubierta metálica de seguridad. No cabe duda de que estoy en un lugar altamente protegido.

Mientras busco la forma de abrir la ventana, el sistema de identificación de la puerta emite un sonido que me sobresalta. La puerta se abre y una luz se enciende en las alturas, la cual ilumina toda la habitación.

Thomas ingresa en el cuarto.

Apenas mis ojos se acostumbran a la luz, recorro el lugar con la mirada para buscar algo con lo cual poder defenderme. La habitación es enorme y lujosa; tiene armarios de madera fina y real, una pantalla gigante en la pared situada frente a la cama y una pequeña puerta cerca de un rincón, la que seguramente da acceso a un baño.

Junto a la cama, cerca de mí, hay una mesita de noche que tiene una escultura metálica y abstracta sobre ella, la que perfectamente podría usar como arma. Me apresuro a tomarla y alzarla hacia Thomas con aire amenazante. Él levanta las manos en señal de rendición.

—Tranquila, Doménica —dice, nervioso—. No voy a hacerte daño.

¿Doménica? ¿Por qué me está llamando así y no por mi verdadero nombre? Solo me llama de tal forma cuando estamos con alguien más o cerca de micrófonos de vigilancia.

—¿Dónde estoy? —demando en tono mordaz.

—En mi departamento —responde. Me mira con preocupación.

—¿Tu departamento? —Frunzo el ceño—. ¿Desde cuándo tienes un departamento?

—Todos los futuros gobernadores tenemos uno —explica, y lo recuerdo. Carlos también tenía, y aseguraba que no lo usaba, pero resultó que lo frecuentaba en secreto con Caroline.

—¿Por qué me trajiste aquí? —pregunto, aún con la escultura en alto—. ¿¡Por qué me drogaste!?

Thomas me escruta con culpabilidad.

—Puedo explicarlo, Doménica, yo...

—¿Hay alguien más en este lugar? —inquiero, instantáneamente horrorizada—. ¿Has encerrado a alguna otra chica? —Me tiembla la voz al cuestionarlo.

—¿Qué? ¡No! —Thomas se atreve a dar unos cuantos pasos.

—¡No te acerques! —grito, furiosa.

Renacidos [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora