NOVIEMBRE: SUNDAY KIND OF LOVE

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Solo queda uno más. Voy a echarles de menos


Aitana siente el calor de los rayos del sol que entran por la ventana antes de abrir los ojos y comprobar que, efectivamente, ya es de día.

Como todos los días desde hace dos semanas, vuelve a cerrar los ojos rápidamente para orientarse. Extiende la mano a un lado y se encuentra con los rizos negros de Ana qué, desde que su madre volvió de la promoción del disco, insiste en dormir todas las noches pegada a ella. Mueve el pie hacia un lado y se encuentra con los enormes pies de Luis invadiendo su lado de la cama.

Aitana aprovecha y desliza sus propios pies fríos entre los de él que siempre, incluso en lo peor del invierno transmiten calor.

Abre por fin los ojos definitivamente y gira la cabeza hacia el despertador. Son las ocho de la mañana. Afina el oído y escucha ruido en la cocina. Cosme se prepara el desayuno antes de su paseo diario.

Nunca imaginó que a su edad su padre se acostumbrase a vivir en una ciudad nueva. Pero el amor por Ana ha obrado maravillas en Cosme Ocaña. Desde hace dos meses acude a clases de inglés que imparten en el Centro Social para jubilados españoles en Notting Hill, donde ya ha hecho unos cuantos amigos. Todas las mañanas camina desde el Albert Memorial hasta la otra punta de los Kensington Gardens y de vuelta a casa. Algunos días recoge a Ana del colegio y los dos se pasan la tarde en el Museo de Historia Natural fascinados por los dinosaurios. Asegura que, el próximo año, empezará también con clases de cocina que las de informática son muy aburridas y en las de baile aprovechan las jubiladas para cazar marido.

No puede por menos que agradecer al universo que el día que decidió volver a ver a su hija, por alguna carambola del destino recuperase también a su padre. Solo puede lamentar que Belén no llegase a conocer a Ana. Sin embargo, la niña atesora, en sus excusiones con su abuelo, todas las historias que este le cuenta de su abuela, así que ella sí que llegará a conocerla un poco.

Olisquea en el ambiente el aroma de las tostadas recién hechas y considera por un momento levantarse, pero también puede sentir el frío y decide quedarse durante unos minutos más en el refugio bajo el edredón disfrutando del calor. No se mueve siquiera cuando Ana se gira y le da una patada involuntaria que se clava en su estómago. Por encima de los rizos negros de la niña observa a Luis dormido con la cabeza apoyada en una mano. En el dedo anular le resulta ajena aún la alianza de oro blanco que compraron la semana pasada. No saca la mano de debajo del edredón, pero sabe que en su mano derecha está la gemela de esa alianza.

Cuando se casaron en agosto, Aitana decidió que no quería llevar alianzas, le parecía una tradición anticuada. Si Luis opinaba lo contrario no dijo nada. Bromeó diciendo que le bastaba con que existiese un papel donde Aitana quedara legalmente obligada a despertarse a su lado todas las mañanas.

Al volver de España de hacer la promoción fue Aitana la que insistió en que compraran las alianzas. Quizá sea anticuado, pero quiere que el mundo entero sepa con solo mirarle la mano que ha decidido pasar el resto de su vida con él. No quiere tener que volver a esconderse de nada ni de nadie.

Esa mañana mientras acaricia la banda de oro blanco con su pulgar, recuerda con melancolía una sencilla pulsera que adornó su muñeca un tiempo y desea volver atrás en el tiempo y no habérsela quitado nunca, como si un simple trozo de cuero hubiese podido protegerla de las lágrimas que vinieron después.

Tampoco el anillo de su dedo puede evitar los problemas que vengan en un futuro, pero quiere pensar que esta Aitana está mejor equipada para hacerles frente y desde luego, es más consciente del valor de lo que comparten.

Un año másWhere stories live. Discover now