Capítulo 1

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—No abuela, por favor no—digo entre lágrimas agarrándola de la mano.

—Tranquila hija, todo va a ir bien— me dice ella cada vez más débil. La pequeña salita de su casa, se ve envuelta de mis sollozos y parece que las paredes se van juntando cada vez más a mi alrededor. Esto no puede estar pasando, ahora no.

—No te puedes ir, te necesito conmigo—la digo mientras la aprieto la mano cada vez con más fuerza,– la ambulancia tiene que estar a punto de venir, vas a salir de esta ya verás.

—Hija—me llama y seguidamente dice:—tengo una tarjeta con todos mis ahorros guardada en el cajón de la mesita de noche de mi habitación, si todo sale mal...

—No va a salir mal—la interrumpo y ella niega con la cabeza. 

—Si todo sale mal—continúa diciendo— cógela rápido y vete cuanto antes, no sé cuanto dinero hay, pero el suficiente para que puedas vivir bien durante un tiempo largo.– hace una pausa por falta de aire y ante mi cara de preocupación y duda, sigue enunciando:—en serio cariño, ve a por la tarjeta y márchate antes de que llegue la ambulancia o tu madrastra, así no tendrás que dar explicaciones.

—No voy a coger ninguna tarjeta porque todo va a salir bien, ¿me oyes?— asiente y veo como una pequeña lágrima cae de sus preciosos ojos grises. Noto como su respiración va siendo cada vez más rápida y empiezo a gritar al cielo para ver si alguien me escucha y la ayuda.

—Alexis—una profunda tos seca sale de su garganta antes de susurrarme:— eres fuerte, confío en ti.

Sus ojos se van cerrando poco a poco y su respiración se vuelve pesada y sonora hasta que finalmente llega ese segundo, ese doloroso segundo en el que ya no se oye nada, en el que sabes que todo se ha acabado. Un gran dolor en el pecho se apodera de mí y siento como poco a poco me tira al suelo derrotada. Pego un grito ahogado que retumba en toda la habitación unido a mi fuerte llanto. Me levanto y me quedo mirándola fijamente, era guapísima. Seguidamente me acerco a ella y la doy un último beso en la frente. Intento asimilar lo que ha pasado pero no puedo, la persona más buena que he conocido nunca y la más importante de mi vida se acaba de ir y no me veo capaz de poder superar esto nunca.

—Te quiero con locura, abuela– la digo mientras la acaricio con delicadeza su preciosa cara llena de marcas y arrugas– sé que nos volveremos a encontrar, te lo prometo.

De repente la sirena de la ambulancia empieza a sonar cada vez más cerca del edificio. Me quedo pensando en qué hubiera pasado si hubieran llegado antes, quizás la hubieran podido salvar, aunque probablemente no hubieran podido hacer ya nada para ayudarla. Su enfermedad ya estaba muy desarrollada y mi abuela a pesar de ser la persona más fuerte que voy a conocer nunca, era ya demasiado mayor para poder hacerla frente; así que ambas sabíamos que este momento iba a llegar tarde o temprano. Pero saberlo no ha hecho que me duela menos.

De nuevo, el sonido de la sirena me despierta de mis pensamientos y las palabras de mi abuela diciéndome que coja la tarjeta se repiten en mi cabeza. Sé que ella quería que fuera feliz, pero no puedo dejarla aquí sola, y después de perderlo todo, mi felicidad es lo que menos me importa ahora mismo. 

Me quedo sentada a su lado esperando a que los médicos golpeen la puerta de nuestra casa y mientras tanto mi cabeza sigue debatiendo entre si coger o no esa tarjeta. El timbre de la puerta comienza a sonar y cuando estoy acercándome para abrir, escucho la voz de mi madrastra detrás de la madera. No consigo distinguir lo que dice, pero escucharla me hace reaccionar. No puedo quedarme aquí, esto ha sido siempre un infierno y seguirá siéndolo si no me voy. Sin dar lugar a que me lo piense más voy corriendo a la habitación de mi abuela y abro el cajón. Después de revolucionar cientos de papeles del médico consigo dar con la buscada tarjeta. Intento pensar en la forma de salir de la casa sin que me vean las personas que hay detrás de la puerta y recuerdo que la ventana de la salita da a la calle y que como estamos en una planta baja puedo saltar perfectamente. Miro a mi abuela por última vez y una lágrima más cae de mi ojo izquierdo. —Todo va a ir bien Alexis, todo va a ir bien—me repito una y otra vez.

Paro el primer taxi que pasa y me monto sin pensar, mientras me seco las lágrimas.

—¿A dónde quiere ir señorita?—me pregunta el hombre de mediana edad que va en el asiento del conductor.

—Al aeropuerto por favor— le pido. El hombre arranca el coche y suspiro aliviada al saber que estoy escapando de mi antigua vida. Las palabras de mi abuela "confío en ti", retumban en mi cabeza una y otra vez, pero consiguen darme la seguridad que necesito. 

El camino se me hace eterno e intento pensar lo menos que puedo en los últimos acontecimientos y en la locura que estoy haciendo. Intento convencerme mil veces a mí misma de que lo estoy haciendo bien; tengo 18 años recién cumplidos y me queda demasiada vida por delante como para quedarme en un lugar en el que ya no tengo nada, más que tristes recuerdos, dolor y sufrimiento. 

–Son 26, 50 euros– dice el taxista y se me cae el alma a los pies. Empiezo a contar las monedas de mi chaqueta vaquera, con la pequeña esperanza de que me llegue el dinero. Finalmente entre moneda y moneda cuento 12, 10 euros. Mierda.

–No puedo pagar con tarjeta, ¿no?– pregunto y niega con la cabeza. Joder, joder, joder. Empiezo a ponerme cada vez más nerviosa, e intento buscar en mis pantalones más monedas, aún sabiendo que nunca las guardo ahí.

—¿Cuánto dinero tiene?— me dice el conductor que nota mi agobio.

—12, 10 euros—y al ver su cara intento explicarle:— pensaba que tenía más de verdad, pero he salido con prisas y...no sé cómo pagarle.

—Váyase a por ese avión anda— dice mientras le doy el único dinero que tengo. El hombre niega con la cabeza y me devuelve el dinero, haciendo caso omiso a mi cara de confusión.

—¿Por...por qué no coge el dinero?—le pregunto.

—Olvídese del dinero, tengo una hija de su edad y al ver su nerviosismo... bueno digamos que no veo necesidad de cobrarla nada— me explica esbozando media sonrisa.

—Pero... en serio coja al menos la parte del dinero que puedo ofrecerle—insisto pero él niega con la cabeza.

—Ya me darás el dinero si alguna vez te vuelves a subir a mi taxi—le sonrío y después de darle las gracias por lo menos mil veces, añade:—muchísima suerte con el viaje.

Introduzco la tarjeta de mi abuela en el primer cajero que veo y me quedo bloqueada cuando en la pequeña pantallita aparecen las palabras: Inserte pin o contraseña. Intento meterme en su cabeza y pensar qué contraseña ha podido elegir ella para poder acordarse. Pruebo con el año de su nacimiento y nada, con el año de la boda con mi abuelo, con el simple 1234, con el año del nacimiento de su hijo y ninguna parece ser la contraseña correcta. Intento pensar más fechas que pudieran ser importantes para mi abuela, ya que al haber pasado con ella tanto tiempo me las sé todas, pero no consigo recordar ninguna otra. Al borde de la desesperación, 4 nuevos números vienen a mi cabeza. Escribo en el teclado 2001 y esbozo una pequeña sonrisa al descubrir que la contraseña de mi abuela es el año en el que yo nací. Le doy a la opción de sacar dinero para comprobar qué cantidad tenía ahorrada  y abro los ojos como platos al ver el enorme número que sale en la pantalla.¿¡465.000 euros!? Me esfuerzo por pensar en cómo una señora mayor podía tener tanto dinero ahorrado en una mísera tarjeta y no consigo explicarlo. La pensión de mi abuela era pequeña, y vivía en una casa sencilla y humilde, nunca la faltaba nada pero tampoco la sobraba. Sabía que la muerte de mi abuelo la había dejado una herencia de dinero bastante considerable, pero nunca habría imaginado que tanto.


Me asomo por la ventanilla del avión, he cogido el primer vuelo que he visto y el que más pronto salía. El viaje es muy largo ya que prácticamente hay que recorrer de este a oeste los Estados Unidos. Mi destino es Portland, Oregon una vez allí, no sé a donde iré. Como el avión acaba de despegar puedo ver perfectamente las pequeñas casitas de Virginia, el lugar que ha sido durante toda mi vida mi hogar. Mi nueva vida empieza aquí.


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