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Los ángeles no tienen género.

El amor y el erotismo tampoco.

Y la belleza...


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Pinceladas pálidas que contrastaron el color oscuro de la noche hizo al cielo llorar. A su par, una sombría tristeza abrigó la casa de Paulo; la presencia de Alicia hizo a las flores saborear la soledad de la tristeza que nunca la abandona. A pesar de ello, su elegancia causaba furor a los artistas, quienes se arrodillaban ante ella para alabarla. Y la amabilidad que mostraba en su forma de posar provocaba admiración a los Dioses. Helena se sentía, entonces, privilegiada al tener aquella deidad de la belleza como su musa.

La joven pintora se lanzó a reflejarla en el lienzo siendo una damisela que parecía un rayo de sol; una mujer de divina belleza e inalcanzable, de alma pura y leal. Su musa se destacaba siendo aquella divinidad que recibía rezos para conceder una belleza natural. De esa manera, Helena trazó ofrendas a su alrededor. Piedras preciosas, desde obsidianas hasta jades, perlas y diamantes, hacían el lienzo más atrevido y admirable. Más donaciones de frutos silvestres, prohibidos para el hombre, eran traídos por ninfas desde el bosque, pues su Diosa era merecedora de todo templo que cualquier artista quisiera construirle.

Sin embargo, más allá de aquel caballete que mostraba la mitología en su más pura esencia, una Alicia derramaba un río de lágrimas. La deidad del amor, su musa, sufría de desamor en un círculo de ironía, casi como una sátira, a la espera de que algo cambiara o que muriera de dolor. La joven pintora se preguntaba si los Dioses podían morir, porque también ellos lo merecen.

Sus lágrimas eran fuente de vida que logra curar enfermedades y hacer que crezcan prados enteros. Más la inspiración de Helena. La joven pintora se sentía totalmente incrédula por lo abatida que su musa se encontraba. Se sentía realmente triste al haber descubierto que su fuente de inspiración era una persona rota que no se amaba.

Alicia se sentía derramada mientras se esforzaba, con todo su dolor, para no sollozar. Desde que fue entregada a Helena, nadie la había tratado con tanta amabilidad. Tantas ofrendas de mil y un valores fueron nada comparados con el susurro que acababa de recibir de su artista. Fue indescriptible la sensación de esa caricia y parecía que ambas estaban muertas por dentro y solo por ese lapso revivieron. Los Dioses no le pueden rezar a nadie y por eso solo les queda el lamento.

El lienzo, que acaba de ser pintado, sólo necesitaba la firma de su pintora para ser finalizado. A pesar de ello, la joven pintora tomó asiento al lado de Alicia y le ofreció agua para beber. Mientras observaba aquellas lágrimas de cristal tocar su piel de porcelana en una caída elegante y perfecta, la puerta se abrió. Alicia se estremeció ante el susurro que el viento produjo.

· Numen · #PGP2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora