XIV

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'La muerte es una tediosa experiencia

para los demás...

sobre todo, para los demás.'

Mario Benedetti.

***

El aire frío hubiera sido un impedimento si no fuera porque Alexander previno y usó su chaqueta

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El aire frío hubiera sido un impedimento si no fuera porque Alexander previno y usó su chaqueta. El suelo, completamente inestable, producía un tímido ruido con cada pisada que el joven daba. Aún faltaba unos metros para llegar a aquel lugar que decidió con Helena para verse tras su llegada a Maldre; allí donde no reinaba altos árboles, sino margaritas y tigridias.

El joven, absorto ante la belleza del terreno, se adentró un par de veces en él después de conocerlo. Su resistencia le insistía a aumentar su curiosidad. Por esa razón, conocía a la perfección cómo llegar.

Tomó asiento cerca del tronco de un pino cuando llegó, y luchó contra sí para no ser vencido por Morfeo. Y, a pesar de sus intentos, cayó en la ignorancia mientras reflexionaba sobre la crueldad del ser humano, quien impone su poder ante cualquier cosa. Tan despiadados llegaban a ser que sus intereses solo causaban efectos colaterales nada favorables para el ambiente y, por consecuencia, para ellos mismos.

El bombardeo de pensamientos y alusiones de sueño se vieron interrumpidos por un movimiento que el joven creía fruto de su imaginación. Y sintió una brisa acariciar su mentón. Lo sucedido recientemente se tornó intriga y su escepticismo titubeó.

Alexander se atrevió a alejarse de esa zona, sintiéndose confiado de su percepción para no perderse. Sintió, en un cierto punto, que todo el ambiente se tornó completamente distinto: los árboles escaseaban, las flores eran limitadas y ni siquiera un pájaro se alzaba cantando. Y, al dar unos pasos, su cuerpo cayó en la congelación cuando divisó un cuerpo tumbado en el suelo.

Titubeó hasta ser movido por la razón, ignorando aquellos instintos que gritaban por salir corriendo de allí. El joven se acuclilló cerca de aquel hombre con respiración dificultosa, que dio un brinco inesperado al notar el roce de sus dedos sobre su hombro. Su corazón se torció cuando lo reconoció como su padre.

Alexander lo recostó mientras lágrimas caían de sus ojos, recorriendo sus mejillas. Hacía muecas de dolor y, a pesar de eso, sus facciones se notaban bellas. El joven no pudo evitar que su alma se cayera en pedazos, destruyendo todo a su paso y dejando cadáveres de árboles sin piedad mientras corría en busca de ayuda. Su cuerpo cayó al suelo cuando sus pies tropezaron entre ellos, y un ente comenzó a tocarle mientras el miedo y la desesperación alzaban presencia en él.

Agitado, el joven pianista abrió sus ojos. Helena dio un paso atrás al notarlo tan nervioso. Aun así, no se negó a callar:

–¿No me digas que mi presencia te ha asustado?

Alexander se dio el privilegio de la duda, desconociendo y preguntándose si el hecho de que acababa de soñar con un suceso nada natural era más raro que la explosión de sentimientos causada por aquella joven. Por ese bloqueo, se vio incapaz de responder.

–Podré lidiar de nuevo con el hecho de que te vuelques en ser una persona de pocas palabras, tranquilo –tomó asiento a su lado. –Mira allá a lo lejos –señaló con su dedo. –Hay un zorro rojo.

Sin duda alguna, para Alexander aquella chica era un alma libre con una convicción fija sobre sus creencias, pero podía ser tan relajada como las hojas cayendo en otoño. Tan carismática como sabia, echaba de menos su autenticidad cuando siempre de ella lejos se encontraba. Podría escucharla horas y horas hablar sobre el complejo proceso de la metamorfosis de una mariposa o contar chistes que no hacían gracias, pero que, a su vez, eran agradables. Entonces, se decidió a decir algo.

–¿Cómo has estado?

–No te esfuerces a ti mismo en hablar si no te sientes del todo cómodo –hizo presión con su mandíbula. –Pero he estado bien, aunque quizás algo fatigada por algunas cosas que tuve que hacer –la joven Helena se encoge de hombros.

–¿Conoces alguna zona del bosque donde los animales abunden?

Helena asintió tras unos segundos pensativos. Y, al final, susurró unas palabras que Alexander no alcanzó a escuchar. Éste la siguió mientras maldecía la escasez de sonidos en aquel lugar, pues su corazón comenzó a latir veloz y ruidosamente al recordar nuevamente aquel sueño. No obstante, se decidió a observar a aquellas mariposas y pájaros que danzaban con libertad a su alrededor.

Se sorprendía al notar lo amplio que era el bosque y por el tanto terreno que le faltaba por recorrer, agradeciendo a Helena por ser de gran ayuda para así no perderse. Ella parecía tener la mente de una persona adulta cuando se trataba de explicar todo lo referente a la naturaleza, y Alexander parecía no cansarse nunca de estar fascinado por la joven.

–Alexander, ¿por qué me escondes tu sonrisa? Me gustaría verte en tu máximo encanto.

El joven se detuvo al escuchar esas palabras. Su mente nublada provocó que punzadas destrozaran poco a poco su débil corazón. Terminó cubriendo su rostro con ambas manos y comenzó a llorar. Sus sollozos eran callados por el nudo en la garganta que le fastidiaba por el enorme sentimiento de hacerle querer gritar. Y sus ojos empezaron a hincharse por la cantidad de lágrimas derramadas.

–Alexander...

Al joven no le dio tiempo de voltear a ver a la joven cuando sus brazos lo rodearon.

–Sé que no es el momento indicado para darme explicaciones, pero me gustaría saber qué es lo que tanto callas; la razón de tu desaparición.

Separándose ambos, Alexander comenzó a observar con atención el hermoso lugar donde se encontraban; un lugar que parecía una obra de arte donde el verde del bosque era el lienzo y un pintor hubiera esparcido distintos tonos dorados para crear una forma humana. Una mezcla de sentimientos hacía que se revolviera su estómago. No se sentía de aquella manera desde aquel día que su madre lo abandonó.

–Me preocupas, Alexander.

–Mi padre está muriéndose, Helena –fue lo único que pudo llegar a decir.

Ambos se mantuvieron callados tras Helena lamentar aquella situación. No había nada que decir, y tampoco era necesario decir nada.

–Me fastidia el saber que no puedo hacer nada para ayudar –declaró la joven sin tener plena conciencia de sus palabras.

Alexander se quedó quieto y su expresión se tornó vacía.

De nuevo, su mirada densa y profunda hizo que a Helena le fuese difícil retenerla. Su cuerpo se tensó por la emoción; podía sentir un aura diferente a la que siempre emanaba, y sus latidos se aceleraron. Alexander tomó su mano y la besó suavemente, provocándole un estremecimiento.

Una lágrima cayó del ojo de la joven y Alexander pasó su pulgar para llevarse con él todo su rastro. Sus frentes, entonces, se apoyaron entre sí y ahora fueron sus corazones los que se abrazaron.

· Numen · #PGP2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora