-I-

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Llegaron a los albinos muros y al umbral de la puerta por donde ya habían entrado y salido en tiempos anteriores. La Habitación del Tiempo confirmaba no tenerlo, tan igual como nunca o como siempre, resplandeciente en la blancura de su propia luz. Los relojes de arena marcaban el paso de los segundos sin importarles los visitantes. Goku suspiró, contento por regresar.

-Fue una gran idea volver.- Expresó con sonrisa relajada. -¿Verdad, Vegeta?-

-¡Tch! ¡Sigo sin entender cómo me convenciste de entrar de nuevo aquí contigo!-

Su voz sonaba molesta, como de costumbre, pero no era así esta vez y ambos lo sabían. La verdad es que Goku no tuvo que hacer mucho esfuerzo para convencer a Vegeta; bastó una mirada profunda y pedir "por favor" tres veces acercando su rostro de forma amistosa, o no tanto ante los ojos del príncipe, más bien de una manera que él mismo calificó como seductora, y así fue que cedió. Pensó en ello como la graciosa condición para entrenar juntos: el tenerlo tan cerca unos simples instantes.

Desde el momento exacto que se conocieron, Vegeta dudó de sí mismo, no en un modo guerrero de hablar o en sus actitudes batallando, nada de eso, al menos en este caso. Dudó de lo que quería, de lo que su instinto pedía y su mente le negaba, porque el hermano de Raditz era esplendoroso en belleza. Viéndolo por primera vez, un secreto placer le invadió el corazón. Lo impresionó. La sensación fue tan invasiva que Vegeta supo que no iba a poder borrarla jamás de su cabeza. Aquel cuerpo irradiaba un fragrante brillo de juventud y en cuanto hubo más confianza y sin muertes de por medio, también conoció la arrebatadora alegría de su mirada. Más adelante, los ardientes reflejos de oro en su cabello y el color celestial de sus pupilas solo pudieron confirmar lo obvio: ese Clase Baja es un verdadero tesoro, invaluable e irrepetible.

Como miel líquida que se espesa, después de haber pasado por el calvario de un torneo universal, los anhelos ocultos de Vegeta comenzaron a adquirir fuerza. Ya no solo fantaseaba con la idea de poder tocarlo sin restricciones, sino que llegó a tocarse a sí mismo, lo que le inyectó, naturalmente, dosis diarias de vergüenza. Cerraba los ojos indignado ante la idea de haberse dejado llevar por los insensatos impulsos biológicos, pero en cuanto su cuerpo lo pedía, volvía a repetir lo mismo. Y esto no quiere decir que Vegeta no pensara en otras cosas además del sexo, pero cuando tenía que ver a Kakaroto cara a cara, ya sea para una cena amistosa entre familias o para entrenar, las perversas imágenes retornaban a capturar su mente sin permiso. Las cosas que le haría y cómo las haría, y el único truco útil para evitarlo era golpear, entonces lo hacía. Entrenar fue, por mucho tiempo, su salvación. Sin embargo, por más gráficas y sonoras que hiciera sus fantasías, el príncipe no creyó ser tan débil como para de dar indicios de las mismas a los demás, y menos a Kakaroto. Hay una gran diferencia entre imaginar algo y llevarlo a cabo. La primera no implica consecuencias externas, mientras que la otra deja marcas quizás imborrables en la memoria. Pero entonces, ¿por qué había aceptado pasar por la prueba de estar solos tanto tiempo y encerrados? No sabía. Las buenas preguntas nunca tienen una sola respuesta. Tal vez su orgullo quiso demostrarle que el instinto no lo consumiría por intensa que sea la tentación, o tal vez una parte de su inconsciente creyó conveniente aprovechar las oportunidades que se le servían en bandeja, o porque le fue imposible decir que no a esas largas pestañas negras que hizo batir como mariposas cuando lo invitó. Nunca lo supo. Lo único seguro era que ya estaba allí.

Por mantener su dominio hasta en lo más ínfimo, que por alguna razón tenía importancia para él aunque a Goku le diera igual, Vegeta trotó inmediatamente a elegir su cama. Desde la primera vez que entraron hubo tres, dos pequeñas y separadas, y una grande de dos plazas. Eligió la más cercana al baño porque le gustaba que los elementos de su entorno estuvieran a su disposición en cualquier momento.

Goku se quedó un rato admirando el infinito espacio, agradecido de estar allí por decisión propia y no porque algún malvado esté amenazando la Tierra, como era común que sucediera. Pero más agradecido estaba por la presencia de Vegeta.

-¡Oye, Vegeta!- Lo llamó, hurgando en un armario. -¡Tenemos cosas nuevas! Cuando vinimos la última vez esta olla no estaba.- La sacó aunque el otro no estuviera allí para verla. -Mr. Popo debe haber renovado los utensilios.-

El más bajo de los dos apareció a su lado en pocos segundos.

-¿Y por qué tanta exaltación? Tú no sabes cocinar.-

-Pero tú sí.-

-Eres más estúpido de lo que ya demostraste si crees que voy a cocinar para ambos.-

-¡Vamos, no seas así!- Dijo sutilmente y distinguió una guitarra del resto de las añadiduras en el armario. Se la colgó pasando la correa por sus anchos hombros y se la sacó, dejándola cuidadosamente a un costado.

-Comencemos a entrenar.- Ordenó el mayor alejándose de a pasos firmes, sin mirarlo.

-¿A qué venimos sino?- Respondió entusiasmado.

Tu nombreWhere stories live. Discover now