8. Aire

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Aire. Si bien el aire de Farewell no era el más indicado para llamarlo puro o fresco, cuando Molly sintió el aire golpearle en el rostro fue como recibir un balde de agua. Went tenía su mano, apretaba con fuerza sus dedos como si quisiera decirle que estaba ahí con ella. Como si no lo recordara. Recordaba el baile, sus manos sobre su cuerpo, los besos en el cuello a escondidas de las miradas curiosas, el rastro hirviendo que dejaba su tacto.

Estaban en una especie de balcón de la discoteca, que daba al jardín que tenía pero en donde nadie circulaba. Todos estaban fascinados por lo que sucedía ahí, lo suficientemente encantados con la música y la sensación que vivían. Incluso Molly. Ella se había perdido en segundos y ahora estaba de la mano con el enemigo.

—El aire... del lugar —quiso decir, pero las palabras no salían de su boca, se perdían como si no supiera cómo decirlas. Comprendió que algo le había sucedido ahí dentro, algo que nunca había vivido—. ¿Qué era?

—Alucinógeno. Un virus leve que te mantiene en un trance... como si estuvieras drogado —le explicó Went apoyándose él también en la barandilla del balcón, en la que había estado Molly tomando aire desde habían salido a ese lugar.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Cómo pueden tener un lugar así? ¿Es legal? —preguntó Molly horrorizada por lo que escuchaba decirle con total tranquilidad. ¡Había sido drogada! Había cerrado los ojos y había bailado en medio de una pista llena de personas sumergidas en un trance sin fin—. ¿Cuándo termina para ellos? ¿Cuándo...?

—Cuando cierran.

Esto es un asco. Tengo que irme de aquí —dijo ella, pero Went se aferró a sus dedos recordándole que estaba ahí. Eso la despertó de su ensueño, en el que había estado encerrada ahogándose con el ambiente. Se soltó rápidamente logrando escaparse del agarre del chico a pesar de los intentos que ella había hecho.

Went la observó devastado, con aquellos ojos tristes que le caracterizaban y Molly había amado o aun amaba, pero no se permitía aceptarlo en voz alta ni en su mente. Aceptarlo era arriesgarse a perderse. Era cerrar los ojos y dejarse llevar por la música en una discoteca, era aceptar la muerte y esperar a que llegue. Era perder. Y ella tenía muchas batallas que ganar hasta perder frente a una guerra que no había empezado.

—¿Qué es lo que quieres, Went? ¿Por qué me has traído aquí? ¿Cuándo va a terminar esto? ¿Cuándo me dejarás? —le preguntó Molly, enfrentándose a él con aquella fortaleza que desconocía en ella. Por la expresión en su rostro, Went también la desconocía pero notó como sus ojos brillaban, como si el desagradable estuviera orgulloso de ella—. ¿Qué es lo que quieres?

—A ti —respondió sin problemas, con el arma más fuerte que tenía Went en aquella batalla: las palabras. Molly ya había caído una vez, cuando era inocente e ingenua de su efecto. Ahora no lo era, ahora las palabras no lograban nada en ella. Tal vez lograban reinar en su cuerpo, que se estremecía alegre y emocionado por escuchar esas frases hechas que él tenía para ella. Pero su mente permanecía fría, conociendo que detrás de aquellos tristes ojos marrones existía un monstruo que había tratado de asesinarla, traicionándola a ella y a todos sus Iluminados. Incluso a aquellos que llamó hermanos.

—No te creo.

—¿Por qué no? ¿Cómo no puedes ver lo que ha sucedido aquí? ¿Cómo no puedes verlo cuando me miras, Molly Davies? —le preguntó señalándose, como si su rostro fuera la respuesta a todas las preguntas. Lo era antes, pero no en ese momento—. No sé quién soy, no sé lo que soy. Nunca lo he sabido. Me han criado como un Guardián, me han enseñado a pelear, asesinar, liderar... pero luego te conocí y me enseñaste a sentir, querer y proteger. Me criaron para ser un Guardián y tú me enseñaste a ser un Iluminado.

—Eso no prueba nada, Went. Te enseñaron a asesinarnos y lo hiciste sin problemas. Nos traicionaste. Y no quiero recordarlo de nuevo. Esto que estamos haciendo... esto —se señaló y luego a él, para explicarse mejor con señas, como si bastara, pero con necesidad de hacerlo más que nada—. Está mal. Elegiste a los Guardianes y yo elegí a mis Iluminados.

—¡No lo entiendes, Molly! —exclamó interrumpiendo su caminar hacia la puerta, de nuevo a la discoteca. Ella trató de empujarlo, sin querer escuchar sus palabras y sus frases armadas para vencerle, pero él apoyó sus grandes manos en los hombros de la chica y si en algo también ganaba Went era en fuerza. Era demasiado enorme para alguien como ella, no había entrenamiento de Moritz que la hiciera más alta o grande, seguía siendo pequeña y menuda—. Siento, ahora mismo. Cuando estoy contigo siento. Quiero tocarte, quiero bailar contigo toda la noche, quiero besarte. Por dios, Molly. Soy tuyo. Soy un Iluminado. Soy quien quieres que sea.

—¡No! —exclamó ella aun tratando de escapar de sus brazos pero sin lograrlo. No. No iba a decir sus frases. No iba a jugar con las frases que ella había dicho—. ¡No usarás mis frases para ganarme, Went! No. Déjame ir, déjame. Eres mi maldito enemigo.

—Y tú eres el maldito amor de mi vida.

Se soltó de él, pero no lo hizo para acercarse a él como seguramente Went tenía pensado, sino para acercarse a la barandilla en busca de aire. Estaba ganando. Lentamente, estaba ganando en ella como tanto deseaba. No podía perder de aquel modo tan patético. Una vez Moritz le había dicho que las mujeres no estaban creadas para la guerra porque normalmente se enamoraban y se rendían, comprendía ahora porque los hombres a veces tenían la espada entre sus manos. Aunque también recordó el desastre que hacían los hombres por amor, Helena de Troya era un buen ejemplo. Romeo y Julieta. Las historias más trágicas en donde miles de hombres habían perdido eran por culpa de mujeres y de hombres enamorados capaces de levantar un ejército por tener de nuevo a la mujer que deseaban. Molly no iba a levantar un ejército por Went, pero si contra él.

—Explícame. Explícame por qué lo hiciste. ¿Por qué? Te lo di todo. Confié ciegamente en ti. Te conté mis dolores, te conté mis alegrías. Lloré contigo, lloré por ti.

—¿Y te piensas que yo no te devolví eso, Molly? ¿Por qué eres tan ciega? —le preguntó frunciendo el ceño, dando un paso más hacia ella al tiempo que la chica levantaba su mano para que dejara de acercarse. Era extraño, porque él seguía cada paso que ella daba y se alejaba cuando se lo pedía, no intentaba asesinarla como ella creía, sino que la respetaba y escuchaba. Alguien que quisiera su muerte no haría eso. Se quitó el pensamiento lo más rápido que pudo, ese tipo de pensamientos eran de rendición y no podía dejar entrarlos.

—Explícame.

—Desde que apareció Sarah, desde que la salvamos de los Perdidos... todo se volvió confuso, borroso. Hacía cosas que no quería hacer. Gritaba, insultaba. Me dolía el cuerpo... despertaba en la noche a su lado y no recordaba cómo. Ni que había hecho para llegar a ese lugar —le explicó aun con el ceño fruncido, mirando hacia la nada de vez en cuando pero luego mirándola a los ojos. No sabía si era una actuación, pero realmente lucía confundido al hablar, como si caminara entre la niebla inseguro de los pasos que daba. No era algo que solía hacer Went, pero no quería creerle tampoco, jamás iba a darle esa oportunidad—. Todo comenzó a volverse borroso y luego... perdí horas, días y hasta que un día desperté en el cuartel de los Guardianes. Ella hizo algo. Ella hizo algo para hacerme volver aquí. Dijiste que traté de matarte. Por Dios, Molly, no lo recuerdo. No recuerdo.

Podía ser verdad.

Se quitó la idea de la cabeza, porque estaba creciendo como una semilla en su mente. Lentamente siendo alimentada por el hechizo de las palabras de Went, casi sin quererlo, sin desearlo. Podía ser verdad. Recordaba la confusión constante del chico cuando estaba en el Cuartel, verlo actuar de manera extraña con otro tono de voz. Recordaba la última noche que lo besó, cuando Owen se marchó de la sala y los dejó solos. Recordó que si bien había sido Went besándola. El se movía de manera extraña, actuaba de manera extraña. También en el laboratorio, recordó que no era él. Pero creyó que nunca había sido él, que nunca había conocido a Went en realidad.

¿Cómo creer? ¿Cómo confiar cuando había tanta niebla y confusión en el camino? ¿Cómo confiar cuando se había traicionado más de una vez? ¿Cómo creer cuando no había razones para tal cosa?

Molly no podía hacerlo. Ni tampoco quería. Confiar era rendirse, confiar era dejar caer la espada que había llevado desde la traición, parecida a la daga que clavó en su estómago y levantar una bandera de paz. No quería levantar la bandera, no quería rendirse a alguien que podía asesinarla en cualquier momento. No iba a rendirse nuevamente frente a él.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó ella sin saber que esperar, como si quisiera una respuesta a eso, a pesar de la confusión que él explicaba.

—No sabía cómo manejar esto.

—¿Qué cosa?

—Amarte.

La palabra brotó de sus labios como una canción, como una poesía recitada por un antiguo profesor de Literatura. El cuerpo de Molly ganó la batalla impuesta por ella, se movió por impulso sin realmente esperar órdenes de su dueña. Así funcionaba el cuerpo humano, tan traicionero como el hombre frente a ella. Al escuchar aquellas palabras, dio un paso hacia adelante anhelando el calor que emanaba el cuerpo de Went. El chico lo comprendió, pudo ver Molly, ya que él también dio un paso hacia adelante desesperado por el contacto.

Pero se detuvieron en seco cuando las puertas de aquel balcón o terraza se abrieron de par en par. Molly sintió el estómago revolverse como una montaña rusa y por un momento creyó que iba a vomitar lo que nunca había comido. Se había preguntado cómo reaccionaría al verla de nuevo, pero realmente no creyó que fuera a ser de aquel modo. Creyó que iba a lanzarse sobre ella deseando quitarle los ojos claros y los labios carnosos que tenía con sus uñas. Pero en cambio, observó a la asesina de Lisa hipnotizada y sorprendida por su abrupta llegada.

—Diría "Vaya, vaya" pero creo que está un poco usado, ¿no creen? —se burló ella de la situación, con esa sonrisa falsa que llevaba como una máscara cargada de ironía. Molly la observó atenta, sin sorprenderse de lo bien que lucía esa noche, como todas las anteriores que la había visto. Era demasiado hermosa, como una estatua perfecta de algún museo abandonado, perfecta y sin ninguna imperfección en su piel. Llevaba un vestido blanco pegado al cuerpo perfecto que tenía con un escote que seguramente armaría un escándalo. Notó que Went ni siquiera se detuvo a observar cómo iba, como habría hecho cualquier hombre, él directamente se puso frente a Molly, como si la protegiera. Al instante ella dio un paso hacia al costado, indignada por lo que el hombre trataba de hacer.

—¿Qué quieres aquí, Sarah?

—¿Qué quiero aquí, Wentworth, estás bromeando? —le preguntó llamándolo por su nombre de Guardián, aunque en realidad parecía ser su nombre completo pero a Molly mucho aquello no le interesaba en lo más mínimo—. Me han llamado porque creen que has traído a la discoteca una prostituta. Pero no, es sólo la bendita Molly Davies. Aunque está cerca de ser lo que creen que es.

—No la escuches —le dijo Went a Molly, cuando ella trató de abalanzarse hacia la rubia perfecta dispuesta a realmente quitarle los ojos y labios. Pero él se interpuso, como de costumbre—. Déjanos.

—¿Para qué? ¿Para qué le digas cuanto la amas y quieres volver con ella? Me tienes cansada con tu obsesión con Davies. Es hora que la dejes ir —le reprochaba Sarah en la cara a Went como si Molly no estuviera ahí. Ella no dejó que sus preguntas fueran expresadas en sus expresiones, se mostró neutral frente a ellos, como si no le importara lo que decían. Le importaba, pero no quería ser confundida por ellos, que era lo que seguramente habían tratado. Y si no lo habían tratado, seguro sería un buen plan de Sarah—. ¿Cómo está tu amiga Lisa, Molly, por cierto? ¿Y tú amiga Florence?

Fue un segundo. Molly se abalanzó lo suficientemente rápido como para encontrar desprevenido a Went, dispuesta a asesinar a la rubia. Ella lo único que hizo fue reírse, sacando algo detrás de su espalda, en donde había tenido una de sus manos todo el tiempo, para clavarlo sobre el brazo de Went. Por un momento, Molly creyó que lo había matado, de hecho, soltó un alarido de impresión ante lo cruel que fue la escena. Pero luego pudo verlo mejor, Sarah había inyectado algo en el brazo de Went, algo que creyó ser adrenalina.

—Te espero en la cama, Morton, tengan una buena noche —les dijo a ambos, desapareciendo por donde había venido e ignorando a Molly observando a Went en el suelo retorciéndose de dolor.

Algo le decía, en un rincón de su confusa mente, que fuera tras de la mujer, que estaba desarmada y que ella podía asesinarla para causarle todo el dolor que le había causado. Pero ese momento nunca llegó, porque estaba perdida observando el cuerpo de Went temblar violentamente en el suelo. Algo había hecho para lograr eso, algo había logrado que él se volviera de ese modo. Quiso acercarse a él, pero este se alejó violentamente y estaba casi segura de haberlo escuchado pidiéndole que se marchara.

—¡Molly! —exclamó alguien apareciendo detrás de ella pero para la chica fue como si le gritaran desde otra habitación. Su mente y cuerpo estaban atentos a los signos de un Went violentamente agredido por lo que Sarah había inyectado en él—. Tenemos que irnos de aquí, Davies, no podemos quedarnos. No puedes quedarte con él.

¿Quién decía aquello? ¿Quién podía ser tan cruel de alejarla de Went cuando él la necesitaba? Podía quedarse allí junto a él, podía abrazarlo mientras los espasmos de dolor se alejaban para no volver. Podía rendirse, iba a rendirse mejor dicho. No había porqué luchar. Él la amaba, lo había dicho y escuchó las palabras, las vio salir de sus labios. Él la amaba.

La persona que la había llamado y había dicho aquellas palabras, atrapó uno de sus brazos alejándola de Went. Su cuerpo gritó por él, incluso sus labios dejaron escapar un leve grito cuando le quitaron lo que quería. Zeus estaba ahí, con el rostro furioso aunque Molly no entendía el porqué de su enojo cuando estaba con alguien que la amaba. Alguien que la necesitaba. Se rendía. No le importaba seguir luchando por cosas innecesarias, ¿no estaban luchando por amor? ¡Ahí había amor! Ahí tenían el amor que tanto buscaban y estaban alejándola de él. Cuando se acercaron a la puerta, todo sucedió con rapidez. Primero escuchó una risa que desconocía, de una persona que nunca había escuchado hablar, luego el ruido del disparo y después el dolor.

El dolor. El mejor amigo de la guerra, el íntimo amor de la batalla. El dolor llegó a Molly con la rapidez que llega a un soldado en plena guerra, aunque ella estaba rendida y la batalla había terminado para su cuerpo. Cayó de rodillas al suelo, siendo sostenida por Zeus, Miró hacia atrás y vio a Went sosteniendo un arma. Pero no era el hombre de su vida, el hombre que la había salvado tantas veces, era otro Went. Era Wentworth.  

Misery City [Farewell City #2 ]Where stories live. Discover now