PROLOGO

169K 6.9K 3K
                                    

(versión libro en físico)

1 año atrás.

DAMON

Corro diez cuadras a toda velocidad, en un esfuerzo inútil por llegar a tiempo al trabajo. Ya estoy perdido. Llevo demorado poco más de media hora y no es la primera vez. Mi jefe ya me lo ha advertido: no piensa tolerar otro retraso.

Me detengo frente al mercado, mi respiración continúa acelerada. Estoy sudando y me toco el labio inferior para comprobar si ha dejado de sangrar. Es evidente que estoy herido, pero el trabajo es más importante. Me dedico a acomodar mercadería en el depósito de un reconocido supermercado en la zona. No es un gran puesto, pero el dinero que gano me alcanza para sobrevivir cada semana.

Cuando ingreso por la puerta trasera, como de costumbre, el jefe me está esperando y no me deja avanzar.

—¿Qué crees que haces, Damon? —me interroga.

—Vengo a trabajar. Puedo hacer horas extras, todas las que sean necesarias. —Hago un primer esfuerzo para convencerlo.

—Llegas tarde por tercera vez. Ya hablamos de esto, ¿recuerdas? Estás despedido —larga sin rodeos.

—Se lo puedo explicar. Tuve un problema con...

—Tus problemas no son de mi incumbencia, aunque sé que estás metido en cosas raras. ¿O crees que no veo cómo tienes la cara? —dice con una actitud soberbia—. No te quiero en mi negocio. Eso es todo. ¿Te vas a ir o tengo que llamar a seguridad?

De pronto, siento una angustia asfixiante. Acabo de perder la única cosa que me proporcionaba algo de seguridad. Invadido por la contradicción y preso de impulsos, quiero volver a rogar por el puesto, pero, al mismo tiempo, mantener mi orgullo intacto.

—Tranquilo, voy a irme. Y usted también, ¡pero a la mierda! —exclamo sin pensarlo y, acto seguido, le doy un empujón a una estantería de latas. Todas se caen, lo que causa un estruendo y llama la atención de los empleados que se encuentran en el lugar. El señor Dawson mira con desaprobación; no veo más que eso, porque enseguida me largo.

No sé a qué «cosas raras» se refería mi jefe. Lo único que hago es tratar de ayudar a mi madre depresiva y, de vez en cuando, me convierto en el saco de boxeo de mi padrastro. Tal como ocurrió esta mañana, cuando se le antojó buscar pelea y desquitarse conmigo.

Llevo apenas una cuadra de distancia cuando oigo que alguien me llama. Es uno de mis compañeros. Mejor dicho, excompañero.

—¿Qué quieres, Liam?

—Tengo un dato que podría servirte —murmura y logra así que me aproxime con paciencia para oírlo.

—Habla.

—Es sobre mi primo.

—¿El traficante? —indago, al tiempo que me cruzo de brazos. Me habló de él un par de veces, y de cómo ganaba mucho dinero de forma fácil.

—Le está yendo muy bien. Se expandió en zonas y necesita un dealer —comenta. De a momentos observa hacia los costados para asegurarse de que nadie lo esté escuchando—. Creo que puedes serle útil. Eres astuto y tienes actitud, Damon. Puedo hacer el contacto —agrega en un tono de voz moderado—. Me gustaría no tener que estar ofreciéndote esto, pero sé que no tienes otras opciones, así que... tú decides. —Me presiona para que le dé una respuesta inmediata.

De prisa, analizo la situación. Estoy sin trabajo y en mi casa vive un tipo que, tarde o temprano, me echará a la calle. No hay muchas salidas. Después de todo, estoy acostumbrado a tener pocas elecciones en mi vida. Siempre es blanco o negro: o vendes drogas o te quedas en la calle.

Dulce castigo [En físico con Editorial Vanadis]Where stories live. Discover now