21. Aragog

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ARAGOG

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Penetraron en el bosque, con Fang correteando a su lado.

A la luz de las varitas de Annie y Harry, siguieron a las arañas. Más adelante, cuando el bosque se volvió tan espeso que ya no se veían las estrellas del cielo y la única luz provenía de las varitas de Harry y Annie, vieron que las arañas se salían del camino.

Harry notó en la mano el contacto de algo húmedo, dio un salto hacia atrás y pisó a Ron en el pie, pero sólo había sido el hocico de Fang.

—¿Qué te parece? —preguntó Harry a Ron, de quien sólo veía los ojos, que reflejaban la luz de la varita mágica.

—Ya que hemos llegado hasta aquí... —dijo Ron.

Caminaron durante una media hora por lo menos. Las túnicas se les enganchaban en las ramas bajas y en las zarzas. Al cabo de un rato notaron que el terreno descendía, aunque el bosque seguía igual de espeso.

De repente, Fang dejó escapar un ladrido potente, resonante, dándoles un susto tremendo.

—¡Fang! —regañó Annie, recuperándose.

—¿Qué pasa? —preguntó Ron en voz alta, mirando en la oscuridad y agarrándose con fuerza al hombro de Harry.

—Algo se mueve por ahí —musitó Harry—. Escuchen... Parece de gran tamaño. Annie, ven..

La castaña se acercó a Harry, tomándolo del brazo.

Escucharon. A cierta distancia, a su derecha, aquella cosa de gran tamaño se abría camino entre los árboles quebrando las ramas a su paso. Annie trataba de calmarse.

—¡Ah no! —exclamó Ron—, ¡ah no, no, no...!

—Calla —dijo Harry, desesperado—. Te oirá.

—¿Oírme? —dijo Ron en un tono elevado y poco natural—. Yo sí lo he oído. ¡Fang!

La oscuridad parecía presionarles los ojos mientras aguardaban aterrorizados. Oyeron un extraño ruido sordo, y luego, silencio.

—¿Qué creen que está haciendo? —preguntó Harry.

—Seguramente, se está preparando para saltar —contestó Annie, con voz temblorosa.

Aguardaron, temblando, sin atreverse apenas a moverse.

—¿Creen que se ha ido? —susurró Harry.

—No sé...

Entonces vieron a su derecha un resplandor que brilló tanto en la oscuridad que los dos tuvieron que protegerse los ojos con las manos. Fang soltó un aullido y echó a correr, pero se enredó en unos espinos y volvió a aullar aún más fuerte.

—¡Chicos! —gritó Ron, tan aliviado que la voz apenas le salía— ¡nuestro coche!

—¿Qué? —exclamó Annie.

—¡Vamos! —la castaña los siguió a ambos en dirección a la luz.

El coche del padre de Ron estaba abandonado en medio de un círculo de gruesos árboles y bajo un espeso tejido de ramas, con los faros encendidos.

Ron caminó hacia él, boquiabierto, y el coche se le acercó despacio, como si fuera un perro que saludase a su amo. Un perro de color turquesa.

—¡Ha estado aquí todo el tiempo! —dijo Ron emocionado, contemplando el coche—. Mírenlo: el bosque lo ha vuelto salvaje...

Annie y la Cámara de los Secretos Where stories live. Discover now