Capítulo 5

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Londres

El cielo cubierto de perladas nubes no era algo inusual en aquel país, la brisa fresca que revolvía el pelo y ponía roja la punta de la nariz. El olor a humedad mezclado con el de la tierra mojada se mezclaba con los distintas fragancias emanadas por los restaurantes cuando las puertas se abrían.

Ahriel expiró el aliento, metiendo las manos en su abrigo negro para la ocasión, rodeándose de volutas de humo blanco ante la condensación de este. Steve estaba esperando a que llegara el coche que traía el ataúd para la ceremonia, con los hombros bajos por la tristeza. Repasó su espalda ancha con los ojos, después de hacerlo la noche pasada casi con un deje desquiciado no la había vuelto a tocar, salvo por el leve beso en el pelo aquella mañana cuando llegaron al hotel.

La mano de Sam le apretó el hombro llamando su atención, giró el rostro para mirarle.

-Vamos, tenemos que coger asiento.

Le echó un último vistazo a Steve antes de entrar en la majestuosa iglesia.

Sentada junto a Sam se permitió curiosear el edificio, la última vez que había estado en una había sido en los entierros de su madre y su hermano, parecía que había pasado una eternidad desde entonces. Apretó los dedos convirtiendo la mano en un puño y tuvo que contar hasta veinte, con los ojos cerrados, hasta que pudo volver a relajarse.

Entonces todo comenzó.

La verdad, tuvo que admitir Ahriel para sí misma, es que la iglesia estaba llena de gente bastante importante. Peggy había sido muy importante, una de las fundadoras de la desmantelada S.H.I.E.L.D., su legado había caído en saco vacío tras la infiltración de HYDRA.

El coro de niños era precioso, concedió mirando al frente, la foto de Peggy. Qué mujer tan hermosa había sido.

El ataúd entró por la puerta, llevado por distintos individuos entre los que se encontraba Steve con la cara enrojecida y llena de lágrimas, el estómago se le encogió por la angustia de verlo tan derrotado. Los labios le temblaron y tuvo que bajar la vista, la destrozaba verlo tan sumido en la tristeza de la pérdida de aquel trocito de lo que había sido muchos años atrás. Sam le dio unas palmaditas en las manos, diciéndole con la mirada de que todo iba a salir bien.

Le sonrió con los labios temblorosos.

Ojalá tuviera razón, deseó de todo corazón.

Tras depositar el ataúd delante de todos, tras la fotografía en color sepia, Steve se sentó junto a Sam. Al otro lado Ahriel suspiró en bajito con pesar, se lo esperaba y aún así no había dolido menos.

El sacerdote inundó la iglesia con sus palabras y Ahriel dejó de prestar atención, dándole vueltas a muchas cosas. Dejó vagar la vista por los asientos delanteros hasta que tropezó con una melena rubia que le pareció vagamente familiar, giró levemente la cabeza meditando dónde había visto ese cabello con anterioridad. Esos hombros delgados, era una figura femenina.

Mmm... Repasó con dedos distraídos las costuras de su abrigo intentando descubrir esa repentina familiaridad.

-Y ahora, querría que subiera al púlpito Sharon Carter -anunció el sacerdote-, y dijera unas palabras.

Aquella mujer se puso en pie, vislumbrar su rostro fue como si una flecha le atravesara el corazón. Sharon era la mujer que había estado viviendo en el mismo edificio que Steve de encubierta, él le había pedido salir y... Oh, Dios.

Ahriel alzó los ojos encontrándose primero con los de Sam y luego ambos miraron a Steve, que parecía tener la vista clavada en la figura femenina que se había colocado frente a los presentes. Rubia de ojos oscuros. Guapa. Y miró a Steve primero, luego a Sam y finalmente a Ahriel, quien tuvo las infinitas ganas de saquear su cabeza para ver qué estaba pensando.

Ángeles de Piedra (Capitán América)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora