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Gabriel Gallicchio debía tener una amplia gama de expresiones faciales, a juzgar por las líneas alrededor de su boca y ojos. Cuando estaba cerca mío, sólo llevaba dos. Estaba la cara usual de odio tus agallas, pero no puedo hacer nada al respecto. Y después estaba la cara rara de pija en mi boca. Estéticamente, podía apreciar ambas expresiones, pero prefería cuando usaba la otra.

"Tengo planes para el fin de semana. No puedo ir," dije, mirando fijo la expresión número uno. Gabriel se veía imperturbable, la tensión en sus músculos era sutil y sus ojos se estrechaban infinitamente. Supongo que todo lo que cualquiera veía era una expresión tranquila. Yo no. Yo conocía cada ángulo de sus pómulos, cada marquita en su frente, cada pequeño cabello castaño en sus cejas perfectamente desprolijas. En su interior, Gabriel estaba furioso.

Me devolvió la mirada. "Sos vos o Matías. Él no tiene un fin de semana libre hace tres semanas." Habló en voz baja, como un líder extremadamente profesional. Pero yo reconocía todos sus indicadores. Los codos sobre la mesa, los dedos de su mano derecha tirando del borde de su manga izquierda. Un pequeño músculo palpitaba en su mejilla.

A mi lado, Agustina se movía en su asiento. Matías, sentado del lado de enfrente de la gran mesa ovalada de conferencias, dejó caer su mirada tan abajo que estaba mirando su entrepierna. Cobarde. Las otras seis personas en el lugar parecieron dejar de respirar. Gabriel me tenía atrapado. Si seguía diciendo que no, yo sería el imbécil.

Casi que quería hacerlo, desafiarlo en su juego de poder, pero sólo terminaría en un juego arrogante de ver quién la tiene más larga. Ya lo he hecho antes, y tengo las cicatrices de la vergüenza que pasé grabadas para siempre en mi memoria.

Me puse de pie y la silla chirrió sobre el suelo de madera. "En ese caso, tengo que terminar el proyecto en el que estoy trabajando."

"Nos vemos acá el sábado a las seis y media de la mañana," agregó Gabriel a mi retirada.

Me escabullí por el marco de la puerta. Ya me había golpeado la cabeza ahí dos veces - después de mis dos primeras reuniones con él. Siempre había considerado mi altura como una carga, me hacía algo torpe. En esta antigua bodega convertida en Gallicchio Studios & Co. donde el área de Publicidad residía, era aún más difícil evitar el golpazo.

"Bueno, andate a la mierda, Gabriel," dije en voz baja hacia el pasillo vacío.

Fin de semana arruinado. Me perdería la fiesta de compromiso del hermano de mi mejor amigo y una noche en la casa con piscina de Santi con sus colegas de la compañía de danza. Ese futuro alternativo brillante, con un potencial encuentro con bailarines dúctiles y flexibles - ahora estaba perdido para siempre.

En cambio, pasaría el sábado corriendo por un campo de golf con una cámara en mi hombro y el obsesivo y frío idiota de mi jefe tras mi espalda.

"Perdoname," murmuró Matías mientras pasaba por mi box unos minutos más tarde.

Le hice una seña con la mano, como que estaba todo bien. Lo entendía - él tenía una familia. Yo sólo perdía una noche tomando y disfrutando de una glamorosa fiesta de orgias. Habría otras oportunidades para resacas y coqueteos. Era la actitud de Gabriel lo que más me molestaba.

***

Tres horas más tarde, la oficina se había vaciado, pero yo aún estaba puliendo los últimos detalles de la introducción, dejando lista lo que debía ser la versión número dieciséis del video de cincuenta segundos. Estiré mis piernas debajo del escritorio y me eché hacia atrás, viendo avanzar la franja azul a paso de tortuga. El sol de la tarde estaba resplandeciendo en las ventanas de la pared de ladrillo de enfrente, haciendo que el polvo brillara en el aire, y yo todavía estaba atrapado acá en la oscuridad. La cabina aislada para edición de video y sonido era un lugar desagradable para quedarse por más de un par de horas seguidas. Dejé la puerta abierta de par en par, para no sentirme como un prisionero en un calabozo.

Dejate ser. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora