9

646 56 40
                                    

A Gabriel le costó varias horas quedarse finalmente dormido. Incluso mientras dormía, se movía inquieto. Yo ni siquiera podía calmarme lo suficiente como para cerrar los ojos. Nuestro intercambio en la ducha no resolvió nada. Entendió por qué no quería que estemos con otras personas, ni siquiera con Santiago y Lucas, pero eso era todo. Él todavía necesitaba una manera saludable de lidiar con los eventos de los últimos meses, y yo no tenía nada. No tenía idea de cómo proceder, cómo ayudarlo. Sin embargo, debí haberme quedado dormido en algún momento, porque de repente me desperté, desorientado. Había una luz débil en el exterior -todavía no era el amanecer, pero estaba cerca. Deben haber sido las cuatro de la mañana.

Me moví instintivamente a la izquierda donde dormía Gabriel, pero su lugar estaba vacío y frío. El pánico me sacó de mi confusión. Rodé para levantarme y buscarlo, pero me detuve a mitad del proceso.

Gabriel estaba sentado desnudo en el borde de la cama, con los codos apoyados en los muslos, con la cabeza inclinada. Estaba en silencio.

"¿Gabi?"

No hubo respuesta. No se movió, su silueta parecía un fantasma en el cuarto oscuro.

Me senté, corrí las mantas a un lado y me arrastré más cerca, pasándole una mano por el hombro. Su piel se sentía fría bajo mi tacto.

"¿Qué pasa, amor?"

Negó con la cabeza pero no respondió. De espaldas a mí, no podía ver su cara.

Esperé. Me hablaría cuando estuviera listo.

Mi corazón latía con fuerza, y traté de no imaginar lo peor. ¿Estaba... enojado conmigo? ¿Estaba pensando en irse? Era su casa. En el peor de los casos, intentaría echarme.

Su hombro temblaba, y oí un débil resoplido. Un estremecimiento llegó un segundo después. Levantó la cabeza, apoyó las manos en las rodillas y contuvo el aliento. Me di cuenta de que estaba tratando de contener las lágrimas.

"Gabriel, mi amor." Abrazé sus hombros y torso desde atrás, inclinándome más cerca. Él sollozó débilmente ante mi toque. Se giró, se hundió en mi abrazo, y su auto control se quebró. El llanto se apoderó de su cuerpo, sus manos se aferraron a mí y se clavaron en mi piel. Pronto sentí un río de lágrimas cayendo por mi pecho.

Envolví mis brazos y piernas alrededor de él. Gabriel apretó más cerca, temblando y sollozando. Cada sonido que hacía me estrujaba el corazón, y sentí mis propias lágrimas llenarse en mis ojos y empezar a caer.

El cielo afuera se iba aclarando, el sol ocultándose justo debajo del horizonte. Me di cuenta de que estaba meciéndome con Gabriel en mis brazos, como si pudiera calmarlo como a un recién nacido. La tristeza y el alivio se mezclaron y se fundieron en silencio. Sus manos comenzaron a acariciarme de arriba a abajo mi espalda, y le dejé un beso en la sien.

"Estamos bien, Gabi. Lo logramos," le dije.

Se movió hacia un lado y se limpió la nariz con el dorso de la mano. Su cabeza se apoyó en mi hombro.

"¿Te acordás? Te preocupaba que no lo logremos," continué.

Él asintió, sollozando en voz alta. "Sí," respondió con una fuerte exhalación. "La yuta madre. Sigo haciendo esto. Mierda. Lo siento mucho."

"¡Che! No tenés que disculparte. No por esto."

"Anoche fui un imbécil. No te merecías eso."

Me encogí de hombros y estuve a punto de decir algo por decir, como que no debería preocuparse por eso, pero Gabriel continuó sin esperar mi respuesta. "Encontrarte, tenerte, todo eso... me liberó, me dejó ser yo mismo. Y el sexo. Dios, desde la primera vez que me cogiste... pensé que podía alimentarme sólo de ese sentimiento y nunca necesitar nada más." Se rió entre dientes. "Cada vez que hacíamos el amor me sentía más fuerte. Totalmente invencible."

Dejate ser. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora