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Por supuesto, cuando me desperté, Gabriel se había ido. Y, como era de esperarse, me evitó en el trabajo, incluso más de lo habitual, durante todo el lunes, el martes y el miércoles.

Sabía que algo así iba a pasar. Se había permitido bajar la guardia y necesitaba tiempo para reordenarse. Yo podría vivir con eso. Pero para el jueves, ya estaba enojado. Y sí, lo extrañaba. Era lo suficientemente adulto para admitirlo. Si él hubiera actuado casual y desinteresado, yo hubiera tratado de dejarla pasar. Pero Gabriel andaba mal en el trabajo. Esas pocas veces que no logró escaparse de mí, como la reunión del lunes o el almuerzo del miércoles, no pudo mantener su compostura habitual. Se trababa en las charlas de rutina, estaba distraído, y cada uno de sus movimientos delataba su estado. Gabriel Gallicchio, el explotador de negocios con un corazón de piedra, se volvió frágil de repente.

No era mi forma favorita de lidiar con los problemas, pero era evidente que necesitábamos hablar de esto.

***

"Sé que no te va hablar de asuntos privados en el trabajo. Pero creo que ya estuvimos siendo bastante privados en el trabajo," dije cuando entré en su oficina el jueves por la noche. La puerta estaba abierta, y Gabriel estaba junto a su escritorio guardando su computadora en su mochila.

Me miró, dejó la mochila en el piso junto a su silla y se apoyó en la mesa.

"¿Qué pasa ahora?" Me ladró. Su irritación era tan falsa que sentí un poco de pena por él. Peleaba con él mismo todos los días, agotado y profundamente infeliz, pero siguió luchando. ¿Por qué? ¿Qué estaba tratando de probar? Mientras mantenía su rostro inexpresivo, sus manos se agarraban del escritorio dejándole los nudillos blancos del apriete.

"Sólo necesito unos minutos," dije y cerré la puerta detrás de mí. Todos ya se habían ido, pero no iba a correr el riesgo. Agustina era conocida por olvidarse las cosas y volver por ellas después del trabajo. Y Matías a veces venía por las noches para ponerse al día con los proyectos atrasados. La oficina de Gabriel estaba justo al lado de la entrada principal del antiguo almacén. Con la puerta abierta, todos podrían vernos.

"Hablá entonces," Gabriel exigió.

Yo quería ser claro. Por una vez, quería ser completamente honesto.

"Tenías razón. No deberíamos seguir haciendo esto."

Su cara se transformó, pero lo disimuló de inmediato. Levantando la barbilla, se levantó del escritorio y se acercó. Manoteó mi pija y estaba a punto de arrodillarse. Y porque era Gabriel, me puse duro al instante. Dios.

Lo agarré por la muñeca y lo traje hasta arriba. "No, basta."

Hizo un gesto de dolor. Comenzó a darse vuelta para irse, pero la desolación y humillación en su cara me dolieron.

"¡Che!" Exclamé. Me negué a soltar su brazo y agarré su mandíbula con mi otra mano. Lo obligué a mirarme mientras continuaba.

"Me rompe las bolas cómo sos conmigo la mayor parte del tiempo, pero te deseo, Gabriel. Estoy cansado de lo que sea que tenemos, me enferma... No necesito otro amigo, y no me gustan estos jueguitos psicológicos. Quiero tomarme mi tiempo. Quiero que te quedes en mi cama después de coger, quiero desayunar juntos y hablar como seres humanos aunque sea una vez."

Parecía desconcertado. Sus ojos se ensancharon, su boca se aflojó... Ahuequé su mandíbula, y su barba incipiente hizo que mi palmas hormiguearan.

"La pregunta es, ya que los dos sabemos que queremos, ¿cómo lo vamos a hacer?"

Lo había sorprendido. No esperaba que fuera tan abierto sobre mis deseos. Se quedó boquiabierto, parpadeó, luego levantó la mano para despejar su cara pero la dejó caer de nuevo.

Dejate ser. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora