XXIII

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El joven Hamilton emprendió una segunda visita a la casa de los Reynolds para cumplir con su propósito de ayudar económicamente a la familia.

Tocó la puerta y esta vez fue una muchacha quien lo recibió.

Era una chica escuálida, de largo cabello liso recogido en una trenza que caía por su hombro izquierdo. De tez morena y ojos marrones que le revelaron el calvario que era su vida. Un vestido purpura se ajustaba su cuerpo.

Evidentemente se trataba de Susan Reynolds, hija de María.

Era hermosa, muy hermosa.

Y, por un instante, Philip entendió a su padre.

¿Era así como se sentía estar indefenso?

De amor, odio y otras tragedias | PhildosiaWhere stories live. Discover now