26- Quinceañeras

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EMMA

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EMMA

En cuanto salimos de la barbacoa riendo, vemos a Emily bajar las escaleras. Ambos hacemos un movimiento para acercarnos a ella, pero freno a Noah poniendo mi mano en su brazo y le lanzo una mirada para que me deje hacer esto a mí.

Él asiente, aunque un poco frustrado, así que me acerco a ella dejándolo detrás de mí.

—¿Cómo fue todo? ¿Estás bien? —le pregunto esperando una afirmación, pero ella tiene una expresión extraña.

—No lo sé, estoy algo confundida.

—Sabes que puedes confiar en mí ¿Verdad? —hago un intento de no presionarla demasiado.

—Lo sé, eres mi única amiga. Pero no sabría qué decirte porque ni siquiera yo sé cómo me siento.

Aunque no haya respuesta, me siento bien de escucharla decir que somos amigas, ella también es la única que tengo.

—Cuando me necesites estaré aquí —ofrezco sinceramente.

—Gracias, creo que me iré a casa. Volveré para la fiesta. —Saluda a Noah con la mano y desaparece por la puerta.

Él se acerca a mí, luciendo lo suficientemente preocupado.

—¿Todo está bien?

—Sí, claro, ella irá a descansar un rato y luego volverá por la noche —sonrío y evito mencionar su extraño comportamiento.

Matteo baja las escaleras con un aire soñoliento y despreocupado, lo que da una señal de que evidentemente nada grave ocurrió entre ellos.

Pensé que Noah iba a molestarse con él, pero en cuanto lo ve esboza una gran sonrisa y lo abraza.

—Feliz cumpleaños, hermanito.

—¿Hermanito? Déjate de cursilerías y dame mi regalo —se queja Matteo con una sonrisa burlona y luego me mira para agregar—: Lo volviste idiota.

—No lo molestes, déjalo en paz —lo defiendo mientras le doy un beso en la mejilla.

—¿Vieron a Emily? —pregunta de forma casual, miro de reojo y veo a Noah ponerse tenso, pero no dice nada.

—Se fue a su casa, dijo que viene por la noche —respondo con ternura.

Parece decepcionado, pero no hace más preguntas. Sus ojos me escanean por primera vez desde que bajó, y su mirada cambia por una de desagrado.

—Dios, qué obvios son. Péinate al menos, y dejen de aparearse como conejos por toda la casa. Creí que había una estúpida regla para eso.

—Oh, ¿La había? —le dice Noah conteniendo la sonrisa—. Pues ya no.

Me río y paso las manos por mi cabello, intentando acomodarlo un poco. Tampoco es que había hecho un gran trabajo al peinarme cuando me levanté, pero supongo que la visita a la barbacoa empeoró la situación.

Tontas promesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora